La Catedral de Puebla se comenzó a construir por orden de Fray Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, entre 1536 y 1539. Su ubicación original iba a estar en el actual Portal Iturbide, correspondiente a la 16 de septiembre, entre Reforma y 3 Poniente. En nuestros días, ese primer asentamiento catedralicio que no se concretó, es conocido como la «Casa de los Leones», por los felinos pétreos que rematan su fachada.
Al pasar el tiempo y correr el rumor de que la angelical ciudad podía aspirar a ser la capital del virreinato, las autoridades virreinales ordenaron la construcción de un templo más grande y más vistoso, proyecto que fue encomendado en 1575 al arquitecto Francisco Becerra.
La consagración de la flamante Catedral fue encomendada al obispo Juan de Palafox y Mendoza, pero sus torres fueron terminadas tiempo después: en 1678 se inició la construcción de la torre norte, que debía estar rematada, desde luego, con unas espaciosas bóvedas que albergaran enormes campanas; se pretendía que esta nueva torre tuviera las campanas viejas, es decir, de la torre ya existente, además de otras construidas de manera específica para la nueva ocasión. De modo que se mandó construir una campana realmente grande, cuyo sonido no fue el esperado. Al fundir la campana defectuosa para hacer otra se tuvo como resultado una de nueve toneladas.
Debido a los limitados recursos de ingeniería con los que se contaba entonces y el exagerado peso del portento sonoro, se dificultó su colocación en el campanario. La altura de la torre no fue un obstáculo menor, pues sus 73 metros separaban la masa de acero con el lugar que le correspondía. Así, durante varios días no pudieron ni siquiera moverla de su lugar en el suelo.
Una de esas noches, mientras los habitantes de la ciudad estaban en lo más profundo se su sueño, los ángeles bajaron, levantaron la campana y la colocaron en el lugar que le correspondía.
El guardia nocturno de la construcción estaba dormido cuando esto aconteció, pero a la mañana siguiente, cuando despertó, se encontró con que la pesada campana estaba perfectamente ubicada en su sitio. Le preguntó a los trabajadores si ellos lo habían hecho y estos le dijeron que no habrían podido hacerlo aunque lo quisieran con toda su fe. Al centinela no le quedó la menor duda: habían sido los ángeles quienes lograron el prodigio, pues recordó que había soñado una visión en la que seres angelicales descendían, tomaban la campana y la elevaban hasta colocarla en su lugar.
A esta campana se le dio el nombre de María, porque con ella se saludaba a la madre de Cristo al tocar el Angelus a las 12 del día y las 6 de la tarde.
En agradecimiento por la ayuda celestial para poner la campana mayor en su lugar, alrededor de la Catedral se levantó una barda, que fue bellamente adornada con ángeles de cantera. Si estas figuras son observadas por la gente desde el ángulo adecuado, parecen levantar la campana mientras se elevan por los aires.