Gilberto Brenis es un periodista con una gran trayectoria en radio, prensa escrita, televisión y colaborador desde hace casi 10 años en Revista 360º Instrucciones para vivir en Puebla. Ahora tiene un nuevo plan en la vida que tiene que ver con programas en internet.
¿El tema? La aceptación. ¿La aceptación a qué? A todo.
Mirar hacia adentro de cada uno de nosotros y ser capaces de ver cómo somos, amarnos y respetarnos. Más allá de discursos cursis, nuestro entrevistado se dio cuenta de la importancia de compartir por qué admitirse y reconocerse. Por primera vez, además, confiesa públicamente su preferencia sexual y no lo hace para generar morbo ni ganar reflectores.
Lo hace para que los papás quieran a sus hijos, para que los hijos que tengan una preferencia por su mismo sexo puedan platicar con su familia y para que no carguen con culpas donde no las hay.
En esta edición presentamos una entrevista con uno de los periodistas más emblemáticos de Puebla. Nos deja un mensaje inspirador, porque todos tenemos algo que no nos gusta de nosotros mismos o, mejor dicho, nos gusta pero no queremos admitirlo, porque sentimos que seremos atacados. La moraleja de esta historia quizá sea muy sencilla: vivir.
Todo empezó con Siempre en Domingo
Gilberto Brenis cumple a cabalidad el prototipo del hombre robusto, alto y corpulento, dueño de una voz suave y un corazón profundamente empático. Sobre su rostro ovalado descansa una nariz prominente. Sus ojos, diminutos, se encogen, se rasgan, se vuelven aún más pequeños y desaparecen para abrir paso a una sonrisa que completa su faz. Las manos son microcosmos de su universo corporal, pues también son grandes, pero tienden al movimiento delicado, como quien dibuja volutas en el aire, giros que acompañan su palabra. Su andar posee cierta parsimonia, pero opuesto al pensamiento veloz, inteligente y agudo que lo caracteriza.
Igualmente ligero es su carácter: de humor alegre, pero presto a la defensa. Así, pues, es muy probable que esta observación la compartamos todos, cuando Gilberto lo confirma a diario en los medios de comunicación. Él es el responsable de llevar a nuestras casas, autos y lugares de trabajo, toda la información noticiosa local, nacional e internacional.
La casualidad y un casting de Televisa Puebla lograron que Gilberto —un estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UDLAP cuyo servicio social era editar, grabar y coordinar a los corresponsales de municipios— quedara entre los cinco seleccionados para conducir dos cápsulas informativas por semana. Él no se veía delante de la cámara, sino como parte de la producción. Y aunque la elección de carrera también estuvo llena de dudas, cambios y peripecias —en una realidad alternativa existe un Gilberto Brenis químico-farmacobiólogo—, era claro que el destino lo quería en los medios de comunicación.
Sobre el escritorio de su programa vespertino, como si fuera la fotografía de un hijo o el reconocimiento a una biografía de cumbres conquistadas, había una cámara de una unidad móvil de Fisher Price: “Yo de niño ponía papel brilloso en mi escritorio para que reflejara, y con mi lamparita tipo Pixar como que iluminaba. Mi papá usaba loción English Leather y venía en cajas de madera, con esas cajas de madera hacía la escenografía de Siempre en Domingo, y con mis personajes de La Guerra de las Galaxias, mientras el programa estaba en la tele, yo hacía el programa en mi escritorio. Entonces Han Solo era Raúl Velasco y la Princesa Leia era básicamente todas las cantantes, era Lupita D’Alessio, Manoella Torres, la que salía y bajaba las escaleras, y con esa camarita hacía mis transmisiones y hacía mi programa. Me imaginaba atrás, realmente nunca pensé conducir”, dice Gilberto.
Eran tiempos en que los guiones se escribían en duplos, un papel calca que imprimía por medio de las perforaciones que dejaba la máquina de escribir. Era 1991, tiempos de la operación Tormenta del Desierto, de lucecitas verdes volando por los aires y explotando y matando en vivo en televisión; de Salinas, de Mariano Piña Olaya y de la fundación del periódico Síntesis; del Puebla
de Lapuente; de Cadenas de amargura, de El bulto, de Alcanzar una estrella, de Prince y de Vanilla Ice, de Christian Bach, Chantal Andere, Sergio Goyri, Ricardo Montaner, Lucero, Juan Gabriel, Yuri… (viene a mí la canción “¿Quién eres tú?”, del álbum Soy libre; brilla la frase: “quien te ve, no ve tu historia”).
Después de las cápsulas vinieron intervenciones como conductor los sábados en el noticiario Día con día, y de ahí a la sección de espectáculos. Su participación en el programa Nuevo día, con Nuria Vaquer, le dio el impulso que necesitaba para que obtuviera su propio programa de revista en dúo con Nancy de la Sierra: Esta mañana. Pero la radio también ha sido una pasión de Gilberto, pues trabajó con Paco Correa, además de otros programas en Vox FM, en La Tropical Caliente y luego en La Romántica.
«Te estoy hablando de que tengo 52 años, y en diciembre hablé con mi familia sobre mi preferencia sexual. Mi mamá ya lo sabía o lo suponía, pero nunca se lo había dicho, pero ¿tú sabes lo que es tener ese pinche secreto cargando por tantos años?».
La aceptación es un arma caliente. La soltura y experiencia que muestra Gilberto en cualquier medio parecerían dar muestra de un carácter extrovertido, sereno en medio de las agitadas aguas del público, pero lo cierto es que él se sabe tímido: “Yo no hablo en público, me han invitado a dar conferencias y yo siempre digo que no, porque no me gusta, a mí ponme las cámaras y los micrófonos que quieras, pero no me pongas enfrente gente parpadeando, porque me genera mucho conflicto, me genera mucho estrés. Antes lo hacía con mucha incomodidad y ahora ya de plano no lo hago, como para qué me voy a estar estresando. Es algo que quiero trabajar y que quiero vencer y que espero el próximo año tener la posibilidad de hacerlo de manera profesional, porque siento que también hay muchas cosas que puedes compartir y en las que puedes ayudar, al final de cuentas”, confiesa.
“¿Cómo qué?”, le pregunto. “Pues hay muchos temas de aceptación, de verte como realmente eres, porque podemos tener muchas características que vamos ocultando y que te van pesando. Salir en la tele hace que todo mundo te conozca o piense que te conoce, cuando en realidad no saben si ese día estás muy sonriente o estás que te lleva la chingada, porque te acabas de enterar que te pusieron los cuernos y tú estás ahí con tu cara de ‘aquí no pasa nada’ y la gente no tiene por qué saberlo y piensan que tu obligación es estar de buenas toda la vida…”
Llevar información y entretenimiento a los hogares de millones de poblanos, todos los días, pierde el glamour cuando nos enteramos de que no hay día para sentirse cansado, agobiado, triste o enfermo: la realidad de la televisión impone en sus protagonistas una rutina anímica de monótona perfección, casi como la equilibrada e insípida dieta de un hospital. Mostrar al personaje. Ocultar al ser humano. Hay, entonces, dos realidades: una de las cuales se oculta porque es privada, pero pesa aún más si el secreto se convierte en un fardo, en un peso insoportable. “Quien te ve, no ve tu historia”, canta Yuri.
“A lo largo de la vida también te vas generando expectativas propias. Yo, por ejemplo, a lo largo de toda mi vida siempre he ocultado muchos temas muy personales: con quién he andado, si no he andado, porque me ha pesado mucho el aceptar… Apenas en diciembre, te estoy hablando de que tengo 52 años, y en diciembre hablé con mi familia sobre mi preferencia sexual. Mi mamá ya lo sabía o lo suponía, pero nunca se lo había dicho, pero ¿tú sabes lo que es tener ese pinche secreto cargando por tantos años?”
La homofobia y los prejuicios sexuales son formas de inequidad y de exclusión. Los mecanismos de poder —castigar, sancionar, educar, curar, o instituciones como el hospital o la familia— actúan sobre la vida de los individuos, sobre lo más íntimo de nosotros: nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Se trata, según Foucault, de un entrelazado de poder que envuelve todas nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. Dominio y control. Cualquier persona de la comunidad LGBTTTIQ podría confirmarlo, pues, a pesar de vivir experiencias distintas, la gran mayoría relaciona ser gay, lesbiana, trans, etcétera, con una sociedad o instituciones que los excluyen, los acosan y los discriminan desde argumentos basados en prejuicios. Por su parte, Gilberto afirma que en su círculo laboral y de amistades no ha recibido discriminación; sin embargo, para muchas personas aceptar su sexualidad puede ser un proceso doloroso y en muchas ocasiones tener consecuencias fatales. Pero una vez que el proceso comienza, también puede ser liberador.
Para Gilberto, aceptarse le costó 52 años. Dudaba de revelarlo a su familia, hasta que en terapia comprendió que debía hacerlo. Su madre sospechaba de la preferencia de su hijo, pero no preguntaba por respeto a su vida privada. Compañeros de trabajo y amigos sabían de su preferencia sexual y Gilberto lo había manejado con apertura hacia todos, menos hacia su familia; eso era, para él, como “querer tapar el sol con un dedo”: “Cuando se lo dije a mi mamá sentí una ligereza en los hombros tan grande que pensé: ‘¡no mames, no es posible que haya estado cargando todo esto por tanto tiempo!’.
”Cosa interesante, todo este asunto viene de una decepción amorosa: alguien de quien creí estar perdidamente enamorado y realmente me estaba usando. Me sentí muy mal, porque […] me sentí pisoteado, me sentí hecho una mierda, y dije: ‘no es posible que yo con todas estas cualidades que pueda tener, no es posible que haya caído en este juego, no es posible que me hayan visto la cara de pendejo de esta manera’. De ahí toqué fondo de la manera más cabrona que te puedas imaginar, creo que nunca había estado tan deprimido, por eso fui a terapia.”
“¿Ahí empezaste a reconstruirte?”, le pregunto, tratando de articular en mi mente su proceso de resiliencia.
“Ahí fue donde empecé a ver todas las cualidades que tengo, y hoy agradezco eso que pasó, porque gracias a eso he cambiado mi vida en estos meses como no la cambié en 50 años. Tú sabes que tienes que tropezar y a veces tienes que recibir un madrazo muy grande, a pesar de que mucha gente me decía: ‘güey, te están viendo la cara’, y yo: ‘no, cómo crees’. Y pues hasta que no lo compruebas, y hoy lo agradezco, porque he aprendido, a partir de ahí, muchísimas cosas mías. También me perdoné, porque todos los días te dices: ‘cómo fui tan pendejo’ y ‘soy un pendejo’, y bueno, traes la etiqueta de ‘soy un pendejo’ acá en la frente, cuando en realidad no, y eres una persona noble y con muchos otros adjetivos positivos, y también me di cuenta de la capacidad que tengo para amar a alguien a veces sin ser correspondido.”
Sin duda, el miedo a decepcionar a su familia lo obligaba a ocultar su homosexualidad: “Para mí estaba muy cañona esa idea de decepcionar a mi mamá. Mi papá falleció, pero esa decepción
de alguien que es tan importante para ti, quien es tu sostén, no la quieres vivir. Y no es lo mismo que sea un hijo que a lo mejor le fue mal en el negocio y fracasó […] a que mi mamá esté decepcionada de mí porque me gustan los hombres o si eres mujer y te gustan las
mujeres, porque, al final, del cien por ciento de tu vida, con quién decidas compartir tu cama y tu corazón es una parte mínima, o sea, yo, Gilberto, soy muchas cosas, soy valiente, soy persistente, soy inteligente, y no es echarme flores, pero tengo muchas cualidades, y parte de estas cualidades es que soy gay, es parte de mí, es parte de quien soy. Tampoco he sido la persona que enarbole la bandera del arcoíris, no, siempre he sido muy discreto, a lo mejor por mi propia condición pública. […] Era miedo a decepcionar a mi madre, a romper esa historia que ella tenía para Gilberto en su cabeza, que al final era eso: la imagen de mi mamá para Gilberto, pero a lo mejor a ella también le hubiera gustado que fuera doctor y estudié Comunicación. Es una idea que te haces de tus hijos, pero eso no quiere decir que vaya a ser realidad”.
«Yo, Gilberto, soy muchas cosas, soy valiente, soy persistente, soy inteligente, y no es echarme flores, pero tengo muchas cualidades, y parte de estas cualidades es que soy gay, es parte de mí, es parte de quien soy.»
Más o menos por el mismo tiempo en que un pequeño Gilberto Brenis tomaba una cámara Fisher Price, cajas de English Leather y muñecos de Star Wars para emular a Lupita D’Alessio en Siempre en Domingo, en su interior se formaba algo que aún no lograba vislumbrar. Con siete u ocho años, el hecho de que le gustara más Carlos que Begoña le hacía sentir como un engendro, como que algo andaba muy mal dentro de él. Pero 15 años después, cuando de la mano de un amigo entró por primera vez a un bar gay, dio un paso más en su proceso de liberación y la pasó increíble. “Preferí ser auténtico”, sostiene como quien vuelve de una temporada en la montaña con una verdad revelada.
En esa autenticidad radica gran parte de la libertad que poseemos, la que nos permite ser sin prejuicios ni ideas preconcebidas, la que define el mayor valor del ser humano. Esa libertad también conlleva, como ciudadano, derechos y obligaciones. De ahí que, para Gilberto, la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan adoptar o unirse en una ceremonia civil son derecho de cualquiera que participe del contrato social: “Yo no pretendería adoptar un hijo, pero
me gustaría poder hacerlo si quisiera, por qué no, […] a mí no me hace una mala persona el ser gay, tengo principios, tengo moral, tengo ética. […] Y no porque adopte un hijo quiere decir que voy
a ser un padre pervertido, ni lo voy a prostituir. Hay niños que necesitan amor, que necesitan ser adoptados por una pareja heterosexual, por una pareja del mismo sexo, da lo mismo, lo que necesitan es amor, y de que estén en un orfanato a una casa donde los puedan atender, los puedan querer, los puedan amar, los puedan educar, como que me parece muy valiente. […]
También defiendo el poderme casar con mi pareja y de que en un momento dado de manera legal tenga los mismos derechos que si estuviera casado con una mujer. […] Jamás pelearía con la Iglesia para poderme casar, pero sí puedo pelear por casarme en un Registro Civil. Es una cosa completamente diferente, porque pago mis impuestos, porque soy un ciudadano como cualquier otro, que merece tener el mismo derecho como cualquier otra persona, y si tú no estás de acuerdo porque tú eres heterosexual, perfecto, festeja tu matrimonio heterosexual, pero no te metas con mi derecho a poderme casar”.
«Soy un ciudadano como cualquier otro, que merece tener el mismo derecho como cualquier otra persona, y si tú no estás de acuerdo porque tú eres heterosexual, perfecto, festeja tu matrimonio heterosexual, pero no te metas con mi derecho a poderme casar.»
Por todo ello, Gilberto Brenis reflexiona sobre la posibilidad de ayudar a jóvenes gay a abrirse y a aceptarse. Por su exposición en medios y por su talante comprensivo, cuenta cómo los jóvenes
lo buscan a través de redes sociales para platicar sobre el tema. Esto ha hecho que lo considere como algo que podría hacer en paralelo a su profesión, cree que su experiencia y testimonio
podrían ayudar a muchas personas: “Yo lo único que pretendería es compartir mi historia, si puedo
ahorrarle el camino a alguien, ahorrarle años, ahorrarle sufrimiento, ahorrarle lo que sea. […] Y mira, no es nada más sobre la sexualidad, es sobre tu cuerpo, la palabra es aceptación, acéptate. […] El que no seas bueno para las matemáticas, el que no seas bueno para los negocios, el que no seas bueno para el futbol, pues lo aceptas y es quien eres, y si lo puedes cambiar, adelante, cámbialo, pero si no lo puedes o no lo quieres cambiar… Soy quien soy”.