El 24 de septiembre de 1991 Kurt Cobain le lanzó al mundo su odio y su frustración como un bumerán, y el éxito global volvió a su mano como un misil que le arrancó el corazón. Aquel disco cambió el eje de rotación del rock.
En 1991 se produjo la última gran revolución del rock. Eso dice muy poco del rock, pero dice mucho de Nirvana, y más concretamente dice mucho de Kurt Cobain, que es lo que ahora nos interesa porque se cumplen 30 años de la publicación de Nevermind, su obra cumbre.
Nevermind tiene la potencia, tiene la verdad y tiene los ganchos y los estribillos que te agarran de los omoplatos y te sacuden como si fueras una maraca, una maraca humana, tu cerebro haciendo raca raca. Tiene guitarras que suenan igual que el motor de una motosierra al arrancar y un sonido tan denso y oscuro que si quisieras nadar a través de él te quedarías atrapado en un limo grumoso para el resto de tu cochina vida.
Kurt Cobain consideraba que valía menos que cero y que su vida era una. Bueno, que la vida era una, en general. Su nivel de autocompasión solo era comparable a su capacidad para odiar. Para empezar, se odiaba a sí mismo con bastante intensidad. Odiaba muchas cosas.
Y haciendo buena la extendida creencia de que el principal alimento del arte es la reacción contra algo, Cobain se puso a escribir canciones sobre ese océano de angustia, inquietud y dolor en el que estaba medio ahogado y que tradujo en un aullido. El gran aullido de las canciones de Nirvana, que tienen su cartografía en los diarios y cartas que su mujer, Courtney Love, aceptó publicar en formato libro mucho tiempo después de que el músico se quitara la vida con un viejo rifle Remington 11 en abril de 1994.
Muy bien, todo eso está muy bien, pero no deja de ser un pequeño torrente de literatura funcional y descripciones vividas. Muy emocionante, quizá, pero nada de eso hace una gran revolución del rock. Siempre ha habido, hay y habrá gente atormentada que sienta una necesidad acuciante de gritarle al mundo que se vaya a tomar por. Lo que convirtió los 42 minutos y 38 segundos de Nevermind en algo verdaderamente relevante y hasta memorable es la manera en que se articulaban esos sentimientos y cómo influyeron en su tiempo, tanto a nivel estético como ético.
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Como compositor, Kurt Cobain tenía una gran capacidad para usar los elementos clásicos de la canción para convertirlos en algo diferente y único, himnos que eran antihimnos, hachazos con los que romper los viejos iconos que a su vez se convirtieron en nuevos iconos.
También se podría decir que donde mejor plasmaba su talento era en las letras, frases como flashes que te dejan ciego unos segundos, entrecortadas (la angustia), basadas en la propia sonoridad de las palabras y en su potencial para el electrochoque mental y el humor retorcido, unas pocas expresiones que iban construyendo un sentimiento como un cuadro cubista, como un collage un poco bruto, como un blues posmoderno.
Se podría decir que su talento más notable fue la interpretación en carne viva de cada una de esas canciones: el aullido. Como guitarrista y como cantante su obsesión era la expresividad por encima de la técnica, sonar más rugoso que el gotelet, más ácido que el tercer vómito. La fealdad era la verdad en su código estético, y de ahí los acoples, la disonancia y los sonidos ahogados por pedales roñosos, un extraño y disforme tornado que ayudó de manera decisiva a redefinir el sonido del rock.
Incluso se podría decir que el mayor talento de Cobain, y de Dave Grohl y Krist Novoselic, fue aplicar la ferocidad del punk a la contundencia pesada del rock duro para refundar el rock como una música auténtica, genuina y real contraria al espectáculo y al entretenimiento. El grunge tuvo varios padres y abuelos, pero el ojo del tornado fue el riff de “Smells like teen spirit”, una canción que Kurt Cobain le lanzó al planeta como un bumerán y que volvió a su mano como un misil que le arrancó el corazón. El disco se convirtió en un inesperado fenómeno generacional y se terminaron vendiendo más de 30 millones de ejemplares en todo el mundo, algo que hizo una bola de papel con la mente torturada y en el síndrome del impostor de aquel hermoso guitarrista zurdo y maestro de la autodestrucción.
Te ponemos una playlist de Nevermind para que lo vivas.
Así que todo eso convergió en Nevermind y el mundo acogió el disco como la hoja de ruta para toda la década, los enfadados 90, hasta que a finales de siglo Spice Girls, Britney Spears y *Nsync devolvieron el pop tradicional a su lugar como producto hegemónico del consumo en masa.
Todo eso sucedió el 24 de septiembre de 1991, por cierto, uno de los años más importantes en la historia de la música popular. Está 1954, cuando surgió el rock & roll, y están 1964 y 1965, cuando el rock se hizo arte y literatura y manifiesto y cambió el eje de rotación del planeta, y está 1976, con la revuelta punk y la fiebre disco y el hip hop, y está 1991, el año anti, el año post, una refundación alternativa iluminada por una alineación de discos trascendentales de Massive Attack, Red Hot Chili Peppers, Pearl Jam, R.E.M., Primal Scream, My Bloody Valentine, Pixies, U2, Metallica, Fugazi, Teenage Fanclub, Slint, De La Soul… La influencia de aquel año tremendo aún puede percibirse y ya forma parte del núcleo mismo de la música pop y rock.
Con información de El Mundo