“¡¡¡Viva, Oaxaca!!!”. La poderosa consigna que sale de los parlantes del Auditorio de la Guelaguetza es un ruidoso estruendo que parte el majestuoso recinto y que saca de su letargo a quienes llevan esperando horas, (algunos desde la madrugada), para acceder al recinto donde en breve comenzará una edición más de la fiesta más representativa del estado del suroeste mexicano.
Un segundo relámpago sonoro ruge más fuerte y más alto sin la necesidad de las bocinas. “¡¡¡Viva!!!”, dicen en respuesta los presentes que ya están listos para vivir una mañana inolvidable en el corazón de Oaxaca (uno de los mejores destinos de México).
Son unos minutos después de las 9:00 de la mañana y en el cerro del Fortín se respira cultura y tradición mezclada con felicidad y orgullo. El segundo lunes de cerro de la Guelaguetza arranca con los sentimientos a flor de piel de quienes se preparan para el cierre de la majestuosa celebración considerada como la mayor fiesta folclórica del continente americano.
Y aunque enlistar las razones por las que, sí o sí, tienes que vivir esta experiencia sería una tarea sumamente compleja, nos atrevimos a enlistar un compendio de poderosos argumentos (amparado de un colorido archivo fotográfico cortesía del lente del nuevo Honor Magic5 Pro), para que te animes a vivir esta hermosa celebración oaxaqueña.
Cultura y tradición en La Guelaguetza
No es necesario entrar al Auditorio de la Guelaguetza para ser testigo del espectáculo multicolor que inunda las inmediaciones del Fortín. El baile, la música, los trajes coloridos, la comida, la bebida y prácticamente cualquier elemento en el que se pose la mirada, son un reflejo de la diversidad cultural y la herencia indígena de la región.
La Guelaguetza es una celebración alegre y llena de energía contagiosa y memorable, así que prepárate para vivir una experiencia sin igual.
Folclor y danzas regionales
Amparado en la enorme herencia dancística del istmo, el epicentro de la cultura oaxaqueña no hace más que ofrecer argumentos de la riqueza cultural de Oaxaca.
Elegir un baile favorito es tan difícil como irrelevante, pero es posible darse cuenta de que muchos asistentes no ocultan su alegría cuando las Chinas Oaxaqueñas hacen su aparición en el escenario para bailar el “Jarabe del Valle”. El colorido espectáculo es alegría y fascinación. Primeramente, con las Chinas que faldean sus faldas con ímpetu mientras sostienen una enorme canasta en la cabeza y son escoltadas por un ejército de monos de calenda —enormes títeres de trapo utilizados en las fiestas oaxaqueñas—; luego con un espectáculo de pirotecnia y humo de colores inundando todo el escenario, y finalmente, con integrantes de la delegación zapoteca repartiendo la tradicional ofrenda entre los asistentes.
Un efecto similar tiene la Danza de los Diablos de San Sebastián Tecomaxtlahuaca, un baile tradicional proveniente de la comunidad del mismo nombre ubicada al noreste de Oaxaca, con la particularidad de ser interpretada por hombres portando máscaras demoniacas, mientras sacuden sus látigos con fuerza para hacerlos restallar al ritmo de la música mixteca.
Pero si se trata de espectacularidad, prohibido dejar de lado el “Baile Flor de Piña”, ejecutado a la perfección por una veintena de mujeres provenientes de San Juan Bautista Tuxtepec. El que con seguridad es uno de los momentos más esperados de la jornada, es un número magnético. Incluso, desde antes de que sus protagonistas suban al escenario, cuando, ataviadas en los más hermosos huipiles de la región, las mujeres realizan estiramientos para después, con los ojos cerrados, llevarse una mano al corazón para rezar con devoción por una presentación sin contratiempos.
Ya arriba, la fascinación se vuelve un manto que lo cubre todo. La explosión de júbilo no se hace esperar, con las mujeres bailando descalzas mientras se aferran a una piña de miel, como si fuera el más dulce de los tesoros, y exhibiendo una contagiosa sonrisa —sí, ni siquiera la complejísima coreografía puede doblegar su espíritu—.
Momento de comunión
En la celebración más icónica de la región, el lugar de origen sale sobrando. En la Guelaguetza se fomenta el sentido de comunidad y unidad entre los oaxaqueños, con sus diferentes etnias y comunidades colaborando en la organización del evento promoviendo el sentido de pertenencia y la cohesión social.
El orgullo de ser oaxaqueño es evidente. Primero afuera, donde la gente aguanta estoicamente bajo el rayo sol para asegurar su lugar en el icónico evento que reúne hasta 11 mil personas en el programa matutino y vespertino, respectivamente. Y después adentro, donde los asistentes locales aplauden, silban y gritan “viva Oaxaca”, con contagiosos bríos.
Pero la intención no es limitar la experiencia a los locales, pues aquí, donde convergen personas de diferentes partes del mundo, la cofradía es un objetivo común.
“¡Bienvenido a Oaxaca, amigos oaxaqueños, mexicanos y extranjeros!”, es una de las consignas que constantemente escucharás antes o después de cada danza, así que si después de un rato en el Fortín te descubres conmovido y uniéndote a los “vivas” como un oaxaqueño más, solo disfrútalo.
Una oportunidad para conocer Oaxaca y el México auténtico…
Con la distintiva belleza que Oaxaca exhibe en su costa, es fácil saber por qué muchos turistas optan por extender su estadía en las playas del estado sureño mexicano, antes de considerar una visita a la capital.
La Guelaguetza se antoja, pues, como el “pretexto” perfecto para dejar de pensar un momento en los paradisiacas Mazunte, Huatulco y Zipolite, y entrar en contacto con esa otra parte de Oaxaca, la que habita en los cerros y los valles, y que converge por única ocasión en el año, para ser un auténtico crisol con el potencial para experimentar de primera mano la cultura y tradiciones de México y, en el mejor de los casos, para renovar tu pasión por este maravilloso lugar.
…y para probar su comida
Si no te ha quedado claro, te lo diremos una vez más: a Oaxaca se viene a comer.
Las tetelas, tlayudas, moles y garnachas son un trío muy recomendado si quieres desayunar antes de subir el Fortín. No olvides el café y el chocolate oaxaqueño por la mañana, y también te pedimos encarecidamente no subestimar el revitalizante poder de un delicioso tejate para recuperar energías cuando salgas de ahí (y ni qué decir del mezcal).
Ya sea que hayas salido con hambre de la jornada matutina o quieras llegar a la tanda vespertina con el estómago lleno, lo ideal es apostar por una auténtica comida oaxaqueña.
Para una experiencia culinaria de altos vuelos te recomendamos comer en el Restaurante Catedral, donde te animamos a pedir el Caldo de Hongos de la Sierra y el Mole de Guiña doo xuba del Istmo, para cerrar con el imperdible Suspiro de Chocolate Oaxaqueño. Una experiencia similar la puedes vivir en Las Quince Letras, famoso por su Trilogía de Moles, aunque también por otros grandes platillos de casa, como el quesillo con chapulines envuelto en hoja santa.
Si bien el Mercado 20 de Noviembre es un lugar obligado, con todo y su icónico Pasillo del Humo, donde el tasajo se consume en cantidades industriales, te animamos a salir de la cotidianeidad y visitar la Central de Abastos para comer unas memelas en el famoso puesto de Doña Vale, una auténtica celebridad gracias a su aparición en el documental de Netflix: Street Food: Latinoamérica. Y si no sabes por dónde empezar visita Ofrenda en el Mercado Lula’a (ubicado a un costado de la central), donde Juan Carlos, su guía, te llevará por todos los rincones del icónico lugar para comprar productos típicos y después gozar de una auténtica comida oaxaqueña ¡preparada por ti!
(Con información de GQ México)