POR: FEDERICO RIVAS MOLINA
PARA: El País
En el centro, Donald Trump. Enrique Peña Nieto y Justin Trudeau, a los lados. El primero en hablar, también Trump. Luego lo hicieron el presidente de Canadá y el mexicano. El sitio elegido: el hotel donde se hospeda Trump en Buenos Aires, adonde viajó para participar en la cumbre del G20. Los testigos: solo la prensa que acompañó a las comitivas y decenas de altos funcionarios. La puesta en escena de la firma del nuevo acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá, el T-MEC o USMCA, por sus siglas en inglés, estuvo lejos de la pompa televisada con que el presidente estadounidense anunció el fin de las negociaciones el pasado 1 de octubre. Pero dejó bien claro quién manda en esta historia.
Para Peña Nieto, en tanto, fue su último acto como presidente: dejará el cargo mañana, 1 de diciembre, cuando Andrés Manuel López Obrador tomará el testigo al frente de la segunda mayor potencia latinoamericana, tras Brasil. «Le felicito por acabar su presidencia con este increíble hito», le dijo Trump en su habitual tono hiperbólico, y lo despidió. Antes de la firma, el todavía jefe de Estado y de Gobierno mexicano condecoró -pese a la enorme polémica surgida- con la máxima distinción nacional, la Orden del Águila Azteca, a Jared Kushner, yerno de Trump y una de las figuras clave en las negociaciones a pesar de no tener cargo formal en el organigrama de la Casa Blanca.
La presencia de los presidentes fue puramente protocolaria. Tras sus discursos, los tres firmaron, sentados a una misma mesa, donde ordenaban a sus ministros de Comercio -auténticos negociadores del texto- . Estuvieron, junto a ellos, el representante comercial de EE UU, Robert Lighthizer; el secretario de Economía de México, Ildefonso Guajardo, y la ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Chrystia Freeland. Los tres países regirán desde ahora sus intercambios bajo nuevas reglas, tras negociar cambios en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), el marco que los unió desde 1994. Las negociaciones, ásperas, fueron para Trump un triunfo político. Lo dejó claro este viernes en Buenos Aires.
«Este es probablemente el mayor acuerdo comercial jamás alcanzado, un modelo de acuerdo que modifica para siempre el panorama del comercio. Todos nuestros países se beneficiarán enormemente”, dijo sobre el pacto. Luego prometió “trabajos bien pagados en el sector de las manufacturas» y “un trato fenomenal para los agricultores» de EE UU. Fue un discurso a los estadounidenses, a los que prometió machaconamente durante meses que lograría un trato «más justo» para los trabajadores de su país o se saldría del marco comercial que permitió la creación del área de libre comercio más grande del mundo y que multiplicó los intercambios entre los tres países. A su lado escuchaban sus dos socios en una escena que recordaba mucho a la de hace tres meses, con Trump escuchando al teléfono a su homólogo mexicano desde el Despacho Oval: todos los focos, entonces y ahora, apuntaban al estadounidense. “Los acuerdos comerciales no pueden permanecer estáticos, necesitan avanzar de acuerdo con las necesidades de nuestra economía”, agregó este viernes Peña Nieto, a su turno, en una de sus últimas intervenciones como presidente.
El nuevo pacto se ha firmado bajo la sombra de los aranceles. La intención de México y Canadá fue llegar a este día sin las tarifas del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio impuestas por EE UU. Pero finalmente aceptaron que esos impuestos seguirán vigentes, a la espera de nuevas negociaciones. Para México no obstante -y cesiones al margen-, la firma del acuerdo es una buena noticia: Washington es, por mucho, su primer inversor y su primer socio comercial -el 80% de sus exportaciones acaban en su vecino del norte-, sobre todo en el sector automotor. En esa industria se concentraron el grueso de las concesiones mexicanas en aras de cerrar el trato: un porcentaje de los coches que se fabriquen en América del Norte tendrá que tener un contenido mínimo producido en zonas de alto salario -EE UU y Canadá, México queda implícitamente incluido-; se reforzará el capítulo laboral, uno de los puntos en los que ha descansado la competitividad mexicana en las últimas décadas -el salario manufacturero es hasta seis veces más bajo en México que en sus socios regionales-; y en propiedad intelectual, con cambios en las patentes farmacéuticas que afectarán a las operaciones de esta industria en suelo mexicano.
La firma en Buenos Aires del T-MEC no deja de ser paradójica. Un acuerdo firmado bien al norte de América se firma bien al sur. Mientras tanto, el Mercosur, el mercado que integran Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, lleva años de negociaciones fallidas con la Unión Europea para alcanzar un tratado comercial. Macri soñaba con rubricar el acuerdo en el marco de este G20, pero no ha podido. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, fue claro el jueves. Tras reunirse con su par argentino, dijo que las relaciones con Argentina son las mejores, pero que aún persisten diferencias insalvables para acordar un tratado de libre comercio con el bloque sudamericano.
Trump, en tanto, ha podido enarbolar el T-MEC como arma contra aquellos que lo acusan de dinamitar las reglas del libre comercio. En cualquier caso, las formas del acto de ayer en Buenos Aires dejaron en claro que Estados Unidos defenderá los intercambios globales, pero bajo sus reglas. Así son las negociaciones en tiempos de Trump.