Por Zeus Munive / @eljovenzeus
Fotos: Cristóbal Sánchez Pavón
Todos en Puebla sabemos que, para Juan Carlos Valerio, el periodismo es su vida. Sin embargo, pocos saben que su vida no se limita al trabajo. ¿Qué razones lo llevaron a abrazar este oficio inacabable? ¿Cuáles son sus arrepentimientos? ¿Por qué tiene otro empleo fuera de los medios? ¿Qué partido lo quería tener como candidato a diputado? ¿Por qué dicen que él tiene dos familias? ¿Cuáles son sus tacos favoritos? ¿Por qué lleva tantos años levantándose a las 3:45 AM?
El periodismo es un oficio inacabable. “Todos los días me levanto cuarto para las cuatro”, narra Juan Carlos Valerio, “tengo que estar aquí en el estudio a las cinco y cuarto de la mañana. Tengo la emisión matutina y luego permanezco aquí porque desarrollo otras tareas dentro de la empresa”.
Se dice que es un oficio inacabable, porque el flujo de noticias nunca termina. Al grado de ser las imprentas, y no las redacciones, las que –metafóricamente hablando, claro– ponen los puntos finales a las notas. “También tengo la emisión vespertina”, continúa Valerio, “y si sigue habiendo tareas acá, las sigo desempeñando”. Como es de esperarse, generalmente las hay; de ahí que también se diga que es un trabajo que no tiene ni conoce el descanso. “Pero ya me cuesta trabajo la desvelada”, reconoce.
No es para menos. La presencia de Juan Carlos Valerio, sea solo en voz o también en imagen, ha sido una constante en la vida pública poblana por varias décadas. Además de contar con una carrera sólida, tanto en la radio como en la televisión del estado, tiene más de 30 años formando a futuros colegas. Aunque todos sabemos que el periodismo es su vida, pocos saben que él tiene una vida más allá del trabajo.
“Me gustan mucho los tacos árabes. Y los de Acuca, del bulevar Atlixco, esos me fascinan”, confiesa. “Soy más de taco árabe, no me pongas pastor”, polemiza. También le gusta el vino, “pero yo creo que tengo unos cinco o seis años que le pego mucho al mezcal. Me gusta mucho y le he encontrado un gran gusto”. Cuando Juan Carlos llega a comer a casa, se toma uno para, en sus propias palabras, “bajarle tres rayitas al estrés del día”. También le gusta el whisky, “pero fíjate que, incluso, mi gusto por el mezcal lo ha superado. Le encuentro a ambos el sabor del humo y en la bebida es algo que me gusta”.
Para quienes estamos del otro lado de la bocina o el televisor, a veces nos es difícil imaginarle a los periodistas una vida sin micrófonos ni corbatas. Pero la tienen. Una vida personal que, quizá, nos parece demasiado chica en comparación con la profesional, pero la hay. A final de cuentas, el periodismo no solo es un oficio inacabable, sino también celoso. Es el problema de quien se dedica a alimentar a sus pasiones, a echar a andar la maquinaria del destino.
Haciendo girar los engranes
Hay poblanos que se dan el lujo de nacer en otros estados. Tal es el caso de Juan Carlos Valerio, quien, a pesar de ser originario de la Ciudad de México, lleva 48 años viviendo en la Angelópolis. “Prácticamente he hecho toda mi vida aquí”, afirma orgulloso. Y no exagera. Su educación, por ejemplo, la recibió íntegra del Instituto Mexicano Madero. Incluyendo su formación universitaria, donde se graduó de la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva.
Al cuestionarlo sobre las pulsiones que lo llevaron a abrazar este oficio tan ingrato como interminable, puso tres razones sobre la mesa. La primera: “vengo de una familia que, desde que yo era niño, tenía el hábito de estar muy bien informada”. Recuerda haber pasado horas sentado con ellos, escuchando o viendo los noticiarios. Con el mismo cariño, se acuerda de la edición dominical de Excélsior, que, en aquellos años –afirma– “todavía era un tabique”.
La segunda razón es continuación de la primera, así como la educación escolar es una extensión de la adquirida en el hogar. Cuando estudiaba la secundaria en el Instituto Mexicano Madero, por una –en sus propias palabras– “coincidencia maravillosa”, el liceo abrió un taller de periodismo, donde el aprendizaje fundamental, apunta, “fue escribir de forma clara y correcta”. Dicha iniciativa contemplaba, además, la oportunidad de participar “en un pequeño espacio semanal en Organización Radio Oro, donde presentábamos los contenidos que producíamos en el taller”.
Lo que comenzó como un breve espacio semanal terminó por convertirse en una experiencia seminal: en Juan Carlos floreció el amor a hacer radio; y esa es la tercera y última razón que lo impulsó a abrazar el oficio. Fueron varios los nombres en el medio que alimentaron su pasión. “Nunca podré olvidar a Pepe Azpiazu, el locutor de la 1170; o a José Luis Ibarra Nazarí o a don Enrique Montero Ponce. Ellos me dieron la oportunidad de ir y hacer tareítas con ellos; cuestiones tan elementales, tan operativas, como ir a limpiar con alcohol los discos LP o a cortar y clasificar el télex de Notimex. Cuestiones de ese tipo, como ir por el café, pero que al final del día me dieron la oportunidad de entrar poco a poco”.
La radio, ese invento maravilloso de transmisión de ondas, es un hilo conductor no solo de la pasión, sino de la vida entera de Juan Carlos. Su presencia, como un miembro más de la familia, lo acompañó desde niño. “Escuché mucho la radio de onda corta”, comenta, “la radio que se producía en cualquier lugar del mundo y que era posible escucharla en español, como una de las emisoras de la BBC de Londres, Radio Moscú o la de Alemania. Escuchaba mucho eso, y entonces como que yo vivía imaginándome en ese mundo de la radio”.
Hay quienes conciben a los humanos como apenas un sofisticado animal de costumbres. Y quizá no estén equivocados. La pasión radiofónica de Juan Carlos Valerio nació a la par de la peculiar rutina de levantarse al cuarto para las cuatro de la mañana; un hábito que, como su carrera en el mundo del periodismo, sigue todavía vigente. “Quien me metió la costumbre de escuchar radio de onda corta fue mi padre”, recuerda. “Él se levantaba al cuarto para las cuatro de la mañana y ponía la radio de onda corta. Y yo, como niño, escuchaba ruido en la casa y bajaba con él para escuchar lo que él estaba escuchando”.
A nadie sorprenderá, entonces, que Juan Carlos Valerio haya echado a andar los engranes del destino a los 17 años, comenzando a trabajar de manera “directa y formal con don Enrique Montero, preparando un resumen de noticias internacionales. En aquella época”, continúa, “la información internacional que podíamos recibir habitualmente la daba Jacobo Zabludovsky en el noticiario de la noche; entonces yo le empiezo a preparar a don Enrique un resumen y se vuelve propiamente, de manera formal, mi primer empleo pagado y con obligaciones de lunes a domingo; porque, además, don Enrique trabajaba todos los días y fueron 11 años los que desarrollé ese contenido”.
La lucha por permanecer vigente
Juan Carlos Valerio es una persona que ha tenido la oportunidad de trabajar en lo que le apasiona, de alimentar todos los días su pasión. “En ese sentido, soy afortunado”, reconoce. Lo que más le gusta de su oficio es “la relación con las personas, porque te permite tener una relación más estrecha y cercana, que no se limita a nada más contarle a la gente lo que le pasa a la gente, sino realmente entender lo que está viviendo nuestra sociedad, las personas en diferentes circunstancias”.
Sin embargo, a pesar de lo demandante del oficio, su trabajo no se limita a los medios de comunicación. “Yo creo que debo tener ya, de manera ininterrumpida, unos 30 años de dar clases”, recuerda. Comenzó, como muchos, dando clases en nivel secundaria y, posteriormente, en preparatoria. “Luego me perfilé como profesor universitario. Procuro por lo menos dar una materia al semestre; es de las cosas que también me puede apasionar mucho”, remata.
Ahora, cabe hacer la distinción: un trabajo apasionante no es necesariamente un trabajo más sencillo. En su opinión, cada semestre él se enfrenta a “una generación que llega a la vida universitaria en plena era de la información, sin tener interés alguno por la información. Es decir, no está interesada en un tema, ni de saber lo que pasa ya siquiera en su manzana o en su colonia”.
Pero no todo está perdido. Aquí entra la labor de los docentes: “entonces, lo primero que hay que hacer es despertarles ese interés por estar informados”, afirma, “por leer, por escuchar, por ver, en vez de que agarren el teléfono celular y estén pasando a lo loco contenidos que, al final, no los consumen; o sea, simplemente los van pasando a una velocidad exorbitante”.
En su opinión, el consumo de información de las generaciones actuales no es el único problema, sino también la expresión de sus ideas. “Como finalmente plasman a través de un escrito aquello que están viendo, que están sintiendo, que están conduciendo, te enfrentas al segundo problema: las generaciones recientes, y no te hablo de la actual, no tienen el hábito de escribir, y menos desde que se escribe para redes, en redes, donde combinas la escritura con los iconos, donde generas incluso hasta nuevos lenguajes que, para nosotros, puede llegar a ser difícil de entender”.
“Ellos necesitan conocer la forma tradicional de escribir”, continúa. “Entonces tienes que meterle ese tema. El hecho de que hoy cuentan con una herramienta poderosísima como el teléfono celular, se puede ser o muy responsable o muy irresponsable; pero muchas veces se raya en lo segundo. Eres muy irresponsable y te pones a comunicar a lo loco. Entonces tienes también que enseñarles la importancia de la responsabilidad de comunicar con una herramienta tan poderosa como esta”.
En el contacto con las nuevas generaciones deja en evidencia que enfrentar el cambio no es una labor sencilla para las generaciones anteriores. “Uno de los principales retos que tenemos en nuestra generación”, acepta Valerio, “es justamente adaptarnos a este proceso de comunicación bidireccional, porque nosotros nos formamos en la época en la que aquello que decíamos era palabra final”. Pero ahora las cosas son distintas. “Es tu palabra y ahora no, ahora viene de regreso y viene de regreso bonito o feo, y entonces tienes que aprender a convivir con ello. Creo que algo muy importante es escuchar justamente al otro, o sea, que es algo que de repente se perdió en el medio tradicional en el que nos formamos ¿no?”.
Entrar en las nuevas dinámicas del medio no ha sido fácil. “En la televisión tengo 24 años y luego entre 11 o 12 años haciendo radio”, recupera. “Yo siento que los medios, sobre todo a los que llamamos tradicionales (la prensa, la radio y la televisión), estamos en ese proceso de transición para lograr la sinergia correcta, adecuada y saludable con los medios digitales”. Sin embargo, como todos sabemos, es algo que se dice más fácil de lo que se hace. “Todavía me cuesta trabajo, es algo que padezco de repente cuando en redes sociales vienen madrazos y digo: oye, pues si no tuve la culpa, si yo nada más estoy informando, yo no soy responsable de ello, pero nada más soy el mensajero”.
Las barreras para alcanzar dicha sinergia no vienen solo de la reticencia a incorporarse a una nueva realidad. Como en cualquier noticia, hay un trasfondo. “Lo que percibo en el mercado”, analiza Valerio, “es una enorme cantidad de medios digitales donde cualquiera construye su medio digital, sin necesariamente contar con la capacidad para poder desarrollar la tarea periodística. Veo demasiados medios tratando de aprovechar la oportunidad de que esto existe para poder estar ahí”, concluye. Medios caracterizados por la falta tanto de rigor como de ética; pues, a final de cuentas, informar sin rigor es una de las peores faltas que se pueden cometer en este oficio.
Para Valerio, los nuevos medios de comunicación no suponen una amenaza de remplazo para los medios tradicionales. “He estado tratando de leer acerca de ese tema y me he encontrado con análisis que apuntan a que el exceso de información tan confusa, tarde o temprano generará que las audiencias regresen a aquellos medios que ven con mayor formalidad, publicando o comunicando con mayor solidez, tratando de ofrecer contenidos con mayores elementos periodísticos”, apunta.
“Yo creo que”, continúa, “como una empresa que vive de la publicidad, te enfrentas todos los días a que el cliente te diga: ‘no es que ya nadie vea televisión, no es que ya nadie escuche la radio; es que todo mundo está en internet’. Y la radio, la tele, los medios impresos, todos encontraron en internet una ventana extraordinaria para amplificar el trabajo que estaban desarrollando. Entonces, el tema es cómo utilizas todas estas ventanas que te ofrece para seguirle dando solidez a tu trabajo y a tu medio. Lo que cambia, creo yo, es la forma en que las audiencias te consumen. O sea, te ven de una manera diferente. Yo creo que, finalmente, el valor de estos medios es que llevan experiencia, llevan ese interés por querer generar buenos contenidos y, en la medida en que haya buenos contenidos, estos medios tienen posibilidades amplísimas, incluso hasta potenciarse”, concluye.
Cuando se le cuestionó si seguirá los pasos de los periodistas de relevancia nacional, como López Dóriga o Loret de Mola, Valerio no tiene certeza. “En el caso de López Dóriga, él se fue para allá porque su momento generacional en la televisión migró, pero él sigue haciendo radio y lo sigue haciendo de una manera muy buena, y ahorita está haciendo un gran trabajo Carlos Loret. Ambos supieron utilizar estas herramientas para poder seguir adelante con su trabajo”. Respecto a su propio quehacer, confiesa que dicha migración de los medios tradicionales a los electrónicos, quizá ocurra en el futuro. “Es probable, yo creo que muchos vamos para allá y creo que pudiera ser inevitable dar ese paso, tarde o temprano puede suceder que las empresas digan ‘oye, hasta acá’, como les ha sucedido a muchos y entonces tu siguiente paso sea estar en los medios digitales”.
Entre la censura y la prudencia
La censura, en un país que trata a sus periodistas como lo hace México, no es un tema que sorprenda a nadie. Como cualquier otro profesional de la noticia, Juan Carlos Valerio se ha visto frente a esa situación. “A todos nos ha pasado en diferentes momentos. Ha habido ‘la llamada’, las peticiones; las bonitas y las no tanto. Pero también luego llega el momento en el que tú mismo tienes que aplicar tus propias limitaciones”, reconoce, “todo en función de ser responsable. Por ejemplo, no meterte en la vida privada de los demás o no meterte con asuntos sobre los que no se tienen los pelos de la burra en la mano, de los que nada más te contaron”.
Al respecto de esto último, Juan Carlos Valerio cuenta una anécdota que ilustra el caso. En los primeros años del nuevo siglo, cuando el volcán Popocatépetl atravesaba una racha de actividad inusitada, Ramón Peña Melche –quien en aquel entonces manejaba el Plan Operativo Popocatépetl– le marcó por teléfono para ponerlo sobre noticia: “Fíjate que están pero enloquecidos los sismógrafos y los instrumentos”, recuerda que Peña Melche le decía por el auricular, “esto puede llegar a tronar feo. Nosotros le estamos recomendando al gobernador Melquíades Morales que se implemente una evacuación”. La llamada entró a las 13:00 horas, a punto de entrar al aire. “Entonces”, prosigue Valerio, “tienes la nota y viene ese proceso de reflexión: a ver, salimos ahorita a las dos y media, tres de la tarde, con el tema porque tenemos la nota y ¿qué puede llegar a suceder?”.
“Bueno, pues tienes la nota”, continúa, “te fuiste con la primicia y terminas generando pánico entre la población cuando el gobierno apenas medio está empezando a organizarse para ver cómo le va a hacer para bajar a la gente. Pero ¿si no lo hacemos y eso explota? Son esos momentos en los que se vuelve difícil valorar si sales con la nota o no”. En aquella ocasión la decisión fue esperar a que hubiera un anuncio oficial cuando las instancias encargadas estuvieran listas, lo cual ocurrió ya tarde, alrededor de las siete de la noche.
No hay que confundir al prudente con el timorato, ni al valiente con el irresponsable. En el periodismo, la prudencia es una habilidad que hay que mantener afilada. Quizá por ello, Juan Carlos Valerio no recuerda enfrentamientos notables a lo largo de su carrera. “He pasado por medios que, de repente, han tenido enfrentamientos con gobiernos; pero yo, personalmente, no me he enfrentado a alguno de ellos”. A lo sumo, confiesa, ha recibido reclamos cuando es reconocido en la calle o en algún espacio público. A final de cuentas, su trabajo como presentador de noticias en la televisión le ofrece la oportunidad de ser reconocido por la audiencia.
Le ha tocado desde saludos hasta reclamos, pues hay “personas que se sienten afectadas por algo que dijiste. Entonces, te encuentran y puede ser hasta medio violento el asunto”. Sin embargo, como siempre, la prudencia que lo ha caracterizado se manifiesta en estas situaciones y, en vez de alimentar las agresiones, prefiere adoptar una posición conciliadora. “Y a veces, sí, en ese ejercicio de conciliación te das cuenta de que la regaste y debes rectificar al aire”.
Para Juan Carlos Valerio, el hecho de ser uno de los rostros más conocidos de toda Puebla va más allá de, literalmente, dar la cara; implica también el privilegio de poder tender la mano para ayudar a las personas. Con recato, afirma que ya “son muchas historias, del tipo que pueden llegar a pegarte un shock, sobre todo las de aquellas personas que te buscan porque tienen un problema de salud muy complicado, porque no encuentran la atención inmediata en las instituciones. Tú te acercas con las personas, entiendes su problema y empiezas a buscar en las instituciones con los distintos personajes. Y así se empieza a resolver el asunto. Son historias que tienen que ver con niños que se salvan a partir de una situación muy compleja; personas de la tercera edad que ya estaban desahuciadas y logran encontrar una solución. Son historias muy fuertes”, afirma.
La muerte del periodista poblano Javier López Díaz es una de estas “historias muy fuertes” de las que habla Juan Carlos. “Independientemente de ser un colega, era un amigo, un amigo muy cercano. Yo no lograba entender todavía cómo la persona a la que había saludado en la mañana temprano ya no estaba. O sea, ¿qué pasó, qué fue lo que sucedió? Para colmo, no lograba tener la confirmación de su familia, entonces debí salir al aire ‘doblado’. Son esas cosas que sí te pegan y era muy difícil, y es muy difícil, tratar de conservar la entereza ante una noticia así”.
El futuro de Valerio
El periodismo y la política mantienen siempre un flirteo peligroso. Así como no son pocos quienes son perseguidos por el poder, también hay periodistas que deciden sucumbir a él. “Te voy a platicar algo que a muy pocas personas les he contado”, dijo en voz perceptiblemente más baja, “un día, cuando Rafael Moreno Valle era gobernador, me habló por teléfono alguien de su equipo para decirme que él quería verme, lo más pronto posible, en su casa de Las Fuentes. Al llegar a su casa estaban sentados en un comedor enorme, de no sé para cuántas personas, Tony Gali hijo y, si mal no recuerdo, Luis Banck. Sobre las mesas había una serie de carpetas. Moreno Valle me dijo: ‘mira, todas estas son encuestas. Yo siempre, antes de tomar decisiones sobre quién va a ser candidato, hago encuestas; y hay municipios de los que puedo a llegar a tener hasta tres o cuatro encuestas. Te quiero proponer que seas candidato a una diputación por Puebla, por un distrito de Puebla’”. Juan Carlos hace una pausa para beber agua y continúa: “Yo todavía le dije bromeando ‘¿y por qué no candidato a presidente municipal?’”. El me respondió, serio: ‘No. Tenemos poco tiempo y no basta con el tema de la televisión, hay que hacer trabajo político. Estamos por ganar, vamos a ganar, tengo todos los números, tengo todas las encuestas, tengo todo. Y, si por alguna razón no llegaras a ganar, que es muy difícil, cuando Martha Érika sea gobernadora, ella te acomoda en alguna posición’.
Juan Carlos Valerio decidió esta vez no echar a andar los engranes del destino y, tras agradecer la oportunidad, se retiró. Seguramente, habrá quienes sin pensarlo dos veces habrían actuado distinto. Sin embargo, la prudencia es solo otra cara del “colmillo”: no porque una puerta se abra, significa que debamos atravesarla. Como muchos recordarán, en las elecciones de 2018 se concretó la derrota electoral del PAN con el triunfo de Morena. “Yo me pongo a pensar en qué hubiera pasado con mi carrera periodística, porque creo que si das ese paso a la vida política, luego puede ser difícil regresar a la vida del periodismo”. Y para Juan Carlos Valerio, el oficio es su vida.
En tono cándido confiesa que “nunca ha pasado por mi cabeza ese tema de mandar a volar el periodismo”, a pesar de los innumerables sacrificios que la profesión exige. Sacrificios que, dicho sea de paso, no solo tiene que hacer la persona periodista, sino también quienes las rodean. “Tengo una familia muy tolerante con mi trabajo”, comenta. Sin embargo, se lamenta de que, debido al celo profesional, “se me escaparon de las manos muchos momentos del proceso de crecimiento de mis hijas, porque el periodismo es un trabajo muy demandante”. Tan demandante que los equipos de trabajo terminan convirtiéndose en una segunda familia. “Me siento muy orgulloso de mi equipo. Yo creo que debe de haber unas ocho o 10 personas que empezamos juntos en lo que originalmente fue TV Azteca 1997 o quizá en 1998. O sea, seguimos juntos como parte de ese equipo, y eso es algo que a mí, personalmente, me gusta mucho”.
No es para menos. Las personas que conforman estos equipos “son las caras que ves todos los días, con quienes convives, con quien discutes, pero con quien también resuelves diferencias. Al final del día nos conocemos, sabemos cómo trabajamos, confiamos en la forma en la que trabajamos. Y sí, se vuelve una segunda familia”.
El oficio es inacabable, los periodistas no. De ahí que sea imposible no pensar en el futuro. Al cuestionarle sobre qué espera que suceda en los próximos años, Juan Carlos respondió: “No me veo fuera del periodismo, me quisiera seguir viendo en esta empresa que me ha tratado muy bien durante tantos años y me quisiera ver un poco más partícipe en los medios digitales, tratando de entender toda esta revolución y cómo finalmente hoy los medios digitales entran dentro de las audiencias”.
Tras finalizar la entrevista, Juan Carlos Valerio se retira. Aún es temprano, pero él, como lo ha venido haciendo desde que tiene 17 años, tiene que adelantar lo más posible antes de irse a dormir para que mañana, cuando despierte al cuarto para las cuatro, pueda seguir alimentando su pasión, para que pueda seguir ejerciendo el oficio inacabable.