La nueva exposición del Museo Guggenheim titulada Jean Dubuffet: ferviente celebración, examina las horas decisivas de la carrera del pintor y escultor francés, desde sus primeros momentos de creación artística durante la década de los 40 hasta las últimas series que se completan en 1984, un año antes de su fallecimiento.
Es en 1942, después de trabajar en el negocio familiar de distribución de vinos, cuando Dubuffet decide dedicarse al arte. Los años siguientes lleva a cabo un trabajo que supone un claro desafío a los ideales comúnmente extendidos de belleza y el elevado estatus del arte.
A partir de 1962, y ya entrando en la década de los 70, realiza pinturas y esculturas que se distinguen por sus tramas de celdas entrelazadas. Un nuevo vocabulario para explorar un universo fantástico y en expansión. No obstante, el pintor de El Havre continúa fiel a su compromiso de re-alinear la visión del arte y del mundo de una forma más amplia.
“Me gustaría que la gente viera mi trabajo como una recuperación de valores desdeñados, como una obra de ferviente celebración”. Jean Dubuffet tenía claro que lo ordinario y lo inesperado tenía que formar parte de su carrera artística.
La última década de su vida se centra en los mecanismos de la mente, poniendo el foco en su relación con el mundo exterior. Todo ello le permite confiar en nuevas formas de pensar, que sean nuevas y libres. Es en esta etapa cuando Dubuffet establece un vocabulario para expresar cómo la mente integra la percepción.
El pintor analiza cómo sería la experiencia de vivir si la mente no organiza el mundo exterior en categorías preconcebidas y socialmente establecidas. Un ejemplo claro de tal convencimiento puede observarse en sus obras Miras y No-lugares, las cuales se caracterizan por marañas de líneas en las que no se reconoce ninguna iconografía.
Con información de El País