Por Marco Calderón
Los filósofos han especulado sobre lo que ellos mismos denominaban el sentido de la vida; en la actualidad, ese es el cometido de místicos y cómicos. El clown poblano Ricardo Cornelius (nombre artístico de Ricardo García Polo), es el ejemplo del tipo de hombre que anda por el mundo ofreciendo respuestas al caos con un arma desconcertante: la risa. Es, además, un claro ejemplo de que nadie es profeta en su tierra, pues es en Barcelona donde ha encontrado su desarrollo profesional.
“Desde muy niño estuve relacionado con la risa. Tuve un primo que era muy gracioso y me sentí muy identificado con él. Por esas épocas, mi madre hacía gestión cultural y trajo a un mimo argentino, Marcelo Pérez, y se me quedó muy marcada su actuación. Después, cuando tenía 17 años, me inscribí a un curso de pantomima y desde entonces supe que eso era lo mío.”
Es evidente que no hay artista sin un nombre adecuado para su profesión, y el de Ricardo tiene una historia singular. Su seudónimo es producto de cierta herencia de familia: al ser Cornelio el nombre de su padre y su abuelo, quisieron llamarle de la misma manera, a lo que su madre se opuso. Algunos años más tarde, sería este nombre el que definiría a su personaje. Desde luego, Ricardo pensó en expandir sus horizontes artísticos y fue esto lo que lo llevó a cruzar el océano Atlántico.
“Pues yo buscaba crecer en lo que hacía y entonces encontré la posibilidad de ir a tomar cursos a Barcelona. Me sorprendió que, a pesar de ser una ciudad muy pequeña, encontré gente de muchas partes del mundo y entre todos había una convivencia muy padre. Llegué allá en 2008 y tuve la oportunidad de interactuar con muchos payasos de mucha trayectoria, así que eso fue también parte importante de mi formación”.
Por si fuera poco, Ricardo es un ejemplo de cómo un artista puede salir adelante sin necesidad de pedir becas al Estado, pues tanto el viaje como la primera etapa de la estancia en Barcelona salieron de su bolsa. “Al principio tuve para pagar el alquiler y mis estudios, y fue al año de haber llegado que me contrató Pallapupas, la organización de payasos de hospital con la que trabajo hasta hoy. Esto me llevó a plantearme un nuevo reto, porque trabajar para enfermos y ancianos hace que te sensibilices más para trabajar”.
La frase con que inicia el texto de la entrevista no es gratuita: por un lado, todos nos dedicamos a algo para jugar un papel en la sociedad y, por otro, esta misma sociedad busca en la actualidad las respuestas a sus problemas cada vez más en la religión y el humor, pues encuentran mayor empatía en estas manifestaciones. Al cuestionarlo sobre el papel del clown en la sociedad, Ricardo responde así:
“El clown ha sido importante desde siempre porque es un personaje que se permite vivir el fracaso y eso lo agradece la sociedad, porque puede reflejar sus frustraciones en él. Los que nos dedicamos a esta profesión hacemos una crítica del mundo que nos rodea, pero a la vez podemos permitirnos ser el objeto de catarsis de la gente que vive en ese mismo mundo. Podemos ser torpes, ingeniosos, tiernos y, de ese modo, hacer una revolución a través de los estereotipos”.
Regresamos a su actividad en Pallapupas. Me causa mucha curiosidad el nombre y le pregunto por su significado. Pupas hace referencia a una pequeña dolencia, a uno de esos raspones pequeños que nos hacemos cuando niños y que nos provocan unas cuantas lágrimas. El papel de Ricardo en esta compañía es precisamente atacar esas dolencias desde el humor, un instrumento a veces más poderoso que los artefactos quirúrgicos.
“Mi trabajo en el hospital tiene que ver con eso: hacer que los pacientes tengan una convalecencia más llevadera. Es muy curioso porque, aunque llegues con un guion preconcebido en tu cabeza, los mismos enfermos te van marcando el camino. Ellos saben qué les duele y con base en eso tú notas qué es lo que les hace reír y sabes qué seguir haciendo para que se olviden por un momento de su dolor. Todos se involucran en el acto: las familias participan y eso hace que tenga una carga emocional muy bonita y muy rica”.
Seguramente a muchos de ustedes les suena familiar el nombre de Rodará. Bueno, pues ni más, ni menos, fue él parte importante de la creación y desarrollo de este proyecto que en su momento tuvo mucho éxito. Durante el tiempo que estuvo vigente, este festival fue ejemplo de una propuesta realmente diferente y de una buena difusión en pro de un sector cultural a veces marginado.
“Empezamos de manera muy modesta en casa, con amigos y gente muy cercana a nosotros y pronto creció de manera increíble. De pronto se unieron a nosotros artistas extranjeros y de otras partes de México. Yo estuve durante cinco años en la dirección artística del festival. Lo que sí nos faltó fue el apoyo del gobierno, y la verdad es que hacer algo así de manera independiente es muy difícil. Eso siempre ha sido el problema de muchos proyectos culturales muy buenos, porque al final es el derecho de la gente y la obligación del gobierno apoyar a la cultura, pero no siempre es así”.
Me da por lanzarle un reto a bote pronto con un tema completamente en boga en nuestros tiempos: la violencia. En muchos lugares del planeta, los intereses económicos de la gente de poder se ven traducidos en fuego y sangre. ¿Qué haría Ricardo Cornelius y su compañía si lo invitaran a trabajar a una ciudad como Ciudad Juárez o algún otro lugar marcado por la violencia?
“Yo creo que el arte te brinda diferentes posibilidades: yo prescindo del lenguaje y eso me hace crear imágenes. En mi acto yo suelto las imágenes y el público puede interpretarlas como quiera. Y trabajando en estos contextos de violencia puedes hacer muchas cosas más, como talleres, pláticas y otras actividades que ayuden al público. A mí me tocó vivirlo en Centroamérica con el fenómeno de las Maras, fue a través de nuestro trabajo que pudimos hacer que la gente se sintiera nuevamente integrada”.
Por ahora, Ricardo piensa seguir viviendo en Barcelona y desarrollándose allá. No descarta la posibilidad de hacer más cosas en México, aunque el panorama no sea el más alentador. Se despide con un fuerte apretón de manos y me resulta inevitable pensar en cuántas personas más sanará con el humor. A mí, su figura chaplinesca me hace pensar que, aún en las peores circunstancias, siempre hay un motivo para refugiarse en la risa.