Por: Zeus Munive / @eljovenzeus
La alcaldesa de Puebla no pudo reelegirse. Vio pasar en su mente en cosa de segundos desde que ganó la elección en el 2018, rindió protesta en octubre de ese año, comenzó a gobernar y finalmente perdió todo por lo que se había apostado: tres años más asomándose todas las mañanas para ver el zócalo de Puebla desde el balcón de Palacio Municipal.
¿Qué la llevó a esta derrota? Lo primero que hay que señalar es su inexperiencia. Su activismo en Morena más los apoyos que recibió en ese 2018 -incluido el de uno de sus peores enemigos, Gabriel Biestro Medinilla-, con la ola de Andrés Manuel López Obrador.
Cuando recibió su constancia de mayoría, Claudia Rivera Vivanco dejó de apoyar a Miguel Barbosa Huerta, quien peleaba contra Rafael Moreno Valle Rosas porque él estaba seguro de que esa elección del 2018 se la robaron para imponer a Marta Erika Alonso Hidalgo.
Rivera Vivanco le dio la espalda a Barbosa e inmediatamente fue a reunirse con el alcalde saliente Luis Banck Serrato. Además, cuando Alonso Hidalgo rindió protesta como gobernadora, en diciembre del 2018, nadie de Morena asistió al acto en el Auditorio de La Reforma, excepto Claudia. Eso fue tomado por algunos morenistas como un acto de traición.
Una vez que Miguel Barbosa ganó la elección en 2019, se comenzaron a tensar las cosas. Desde que arribó al poder, la alcaldesa poblana inició con una ruptura con los medios de comunicación locales. En parte, con razón, porque algunas empresas informativas le exigían pagos mensuales millonarios y altísimos y en otra parte no, porque no tenía una buena estrategia de comunicación social y eso al final le costó muy caro.
Claudia Rivera llegó con tres personajes con los que iba a gobernar la ciudad: Javier Palou, Liza Aceves y Andrés García Viveros, este último era un ex empleado de Marta Erika Alonso en el DIF estatal y muy cercano a Jorge David Rosas Armijo, ex director de Ciudad Modelo en el morenovallismo.
Desde que comenzó a trabajar en la comuna poblana, García Viveros tomó el control económico y administrativo. Javier Palou intentaba, sin ningún resultado, llevar el rumbo de la ciudad y Liza Aceves era la encargada del cabildo capitalino, pero ella chocaba mucho por las formas y estilos de García Viveros.
Andrés García o Andrés Viveros como todo mundo lo conocía, desde que estudió en la Facultad de economía de la BUAP, era el mejor amigo de Rivera Vivanco. Ambos, incluso, trabajaron juntos en el INEGI y ambos se subieron al caballo de Andrés Manuel López Obrador en 2006 cuando la izquierda mexicana tomó la Avenida Reforma de la Ciudad de México en protesta porque “Felipe Calderón y la mafia del poder les robaron la elección”.
Viveros fue el cerebro de todo. Mandaba en todas las dependencias porque además colocó a personajes clave para manejar y vigilar los recursos públicos del ayuntamiento. Él era el amigo, consejero y cómplice de la alcaldesa poblana.
Eso generó muchas divisiones internas desde el 2018 hasta hoy. Claudia Rivera, quizá por su inexperiencia, quizá por su buena fe de confiar en alguien que dicen que sabe manejar muy bien los recursos, se dejó llevar por su principal asesor que provocó la salida de Javier Palou de la jefatura de la Presidencia Municipal.
Rivera vs Barbosa
Como decíamos líneas arriba, desde la campaña del 2018, ni Claudia Rivera ni Miguel Barbosa hicieron match. Nunca pudieron llegar a acuerdos. Rivera Vivanco se confrontó aún más con el gobernador por el tema de seguridad pública.
Hay que recordar que, desde el interinato de Guillermo Pacheco Pulido, los índices de seguridad pública se incrementaron en todo el estado de Puebla y en la capital al menos cinco grupos de la delincuencia organizada se peleaban la plaza.
Todo ello como consecuencia de la ingobernabilidad que generó que existiera un gobernador por 2 años ocho meses (Antonio Gali Fallad), por la lucha por la gubernatura y porque no había a quien rendirle cuentas. Sin ánimos de acusar a nadie, porque se carece de pruebas, el robo de hidrocarburo en toda la zona norte, mixteca y el centro se incrementó a niveles nunca antes vistos.
Se creó el triángulo rojo, en el que la delincuencia organizada comenzó a operar para robar gasolina de los ductos de PEMEX, con la complacencia de las autoridades municipales, situación que provocó, incluso, hasta un enfrentamiento con el ejército en pleno 2017 por la zona de Tecamachalco y Felipe Ángeles.
En una Puebla, llena de violencia, Claudia Rivera tuvo que asumir el mando y nombró, como la titular de la Seguridad Pública a Lourdes Rosales quien en un inicio se las veía negras, pues el crimen golpeaba a toda la zona conurbada. No tenía distinción entre ricos y pobres, entre fifís y pueblo bueno, en camiones, microbuses y todo tipo de transporte público había asaltos, muertes, asesinatos a quemarropa.
El inicio de Rivera Vivanco fue muy convulso primero porque le dejaron sus antecesores problemas de ambulantaje y segundo por inexperiencia política y administrativa.
Todo ello provocó un distanciamiento más profundo con la administración estatal quien intentó nombrar a una delegada para arreglar todo el conflicto de seguridad en la Angelópolis y que Rivera Vivanco se opuso porque consultó con el entonces Secretario de Seguridad Pública del país, Alfonso Durazo.
Claudia Rivera, por seguir el consejo de Durazo, ahora gobernador elector de Sonora, terminó de romper con la administración estatal. Además, la Auditoría Superior del Estado ya había comenzado a revisar con lupa las acciones de Rivera Vivanco, qué hacía, cómo lo hacía y si justificaba sus ingresos y egresos de manera correcta.
Con los medios tradicionales de comunicación en contra, con el gobernador que ya no la veía como una aliada, con problemas de seguridad, divisiones dentro de la comuna por quién realmente gobernaba la ciudad, Claudia comenzó a cavar un hoyo o se comenzó a construir un socavón.
Llegó la pandemia y todo se detuvo. La presidencia de la República no incentivó al mercado, no se generaron condiciones económicas a favor de los empresarios micro pequeños. Se comenzó a generar un amplio desempleo porque los patrones ya no podían sostener a sus empresas.
Se dejaron de rentar locales para venta, servicios, oficinas y ese tema provocó un gran rechazo a Morena de quienes no actuaban para apoyar a los que se les exige mes con mes pagar impuestos. La polarización entre fifís, chairos, pueblo bueno y clase media se ahondó en varias capitales del país.
En ese momento, Claudia Rivera no destacaba. Se confrontó varias veces con la industria restaurantera y en especial con la líder de Canirac, Olga Méndez porque no supieron llevar una política económica para reestablecer al comercio de los alimentos. En cambio, mientras la mayor parte de los negocios del Centro Histórico permanecían cerrados, los ambulantes sí se instalaron en las principales calles, sin sana distancia, sin protección sanitaria y parecía, porque al menos eso se proyectaba, que era con la complicidad de la comuna.
Claudia Rivera, además, presumía sus relaciones con el CEN de Morena, lugar que hicieron a un lado para la elección de candidatos a diputados locales y federales al gobernador Barbosa. Rivera se alió a Fernando Manzanilla, Édgar Garmendia, Pablo Salazar y Jesús Evangelista, todos ellos adversarios, al interior del partido en el poder, de Miguel Barbosa.
Una vez que llegó noviembre del 2020, Claudia Rivera Vivanco salió de Palacio Municipal, pues ella generó la percepción de que la encerraron y se encerró. Comenzó a dialogar con los directores de los medios de comunicación, inició dos obras con el apoyo de la Sedatu y con la oposición de muchos grupos tanto de gobierno estatal como de Morena. Esas dos obras eran la reconstrucción del mercado de Amalucan y el embellecimiento del zócalo de Puebla.
Arranca la campaña
Al inicio Rivera Vivanco contaba, porque así lo decía su gente cercana, con el apoyo de López Obrador, con el respaldo de Alejandro Armenta Mier y con la estructura de grupos como los Bejarano, Gabriel García Hernández, coordinador nacional de programas de la Presidencia de la República y supuestamente una gran estructura de brigadistas.
Tanto ella como sus operadores cercanos vendían la idea de que tanto Rivera como su principal oponente, Eduardo Rivera Pérez estaban empatados en las preferencias electorales. Varios medios de comunicación locales iniciaron una guerra sucia en contra de la candidata a la alcaldía.
Periódico Central, al término de la contienda electoral reciente, dio a conocer un listado de cuántas notas negativas se publicaron en contra de Rivera Vivanco y cuántas positivas a favor de Rivera Pérez del PRIAN. La diferencia es abismal. La mayor parte de los medios locales, sino es que el 90 por ciento, se apostó por atacar a la alcaldesa, mientras que ensalzaban la figura del panista aliado al PRI.
Rivera Vivanco no quiso ver o sus asesores de campaña no la dejaron observar sin apasionamientos que todo operaba en su contra. Armenta Mier, uno de sus mejores apoyos, la abandonó a mediados del mes de mayo, porque Rivera Vivanco habría incumplido un acuerdo en repartición de secretarías y posiciones en el cabildo angelopolitano.
Rivera entendió tarde el juego del poder. Su activismo la obnubiló y ahora tendrá que terminar su administración y analizar con mucha sobriedad qué fue lo que hizo mal y por qué generó un rechazo muy alto en la ciudadanía.
Ella pagó los platos rotos de Morena, el rechazo a ella también es el rechazo al partido que la llevó al poder. No necesariamente porque Puebla sea panista, ya que ha votado dos veces por la izquierda, más bien es que sus propios grupos le dieron la espalda y se dio un voto de castigo tanto a su administración como a su partido por las omisiones cometidas en pandemia.
Rivera Vivanco, también hay que decirlo, aún no está muerta políticamente hablando, aunque tendrá que pasar por un proceso de luto por la pérdida. En política nadie se muere hasta que están tres metros bajo tierra, aunque este golpe, si es inteligente la ayudará a crecer, pero si le gana la soberbia la mantendrá un rato en el ostracismo.