Federico Rivas | El País | Telam
S.A.S vive en un barrio de clase media de Buenos Aires. Lleva tres días en cama con fiebre muy alta, le duele todo el cuerpo y duerme horas y horas. Sospecha que se ha infectado el coronavirus, pero como no tiene tos ni problemas para respirar prefiere evitar el médico a domicilio. Hizo bien, porque la fiebre baja en el cuarto día; pero ahora su piel se cubre de pequeñas manchas rojas. En la clínica donde la atienden, porque ahora sí tiene miedo y busca ayuda, le dicen que ha contraído dengue, un virus transmitido por un mosquito de hábitos urbanos. S.A.S, prefiere no dar su nombre, descubre entonces que no es la única. La capital Argentina vive el peor brote de dengue desde 2016, con 3.760 casos reportados desde enero.
“El coronavirus no está instalado tanto como el dengue, que ya lleva varias semanas. Tenemos un brote que puede ser de las dimensiones del de 2016, cuando hubo 70.000 casos en Argentina y 5.000 en Buenos Aires”, dice Julián Antman, gerente operativo de Epidemiología del ministerio de Salud de la capital argentina. A diferencia del coronavirus, que se transmite de persona a persona, el dengue necesita un intermediario. Esa función la cumple el aedes aegypti, un mosquito de origen africano que transmite tanto el dengue como la fiebre amarilla, el zika o la chikunguña. El mosquito contrae dengue cuando pica a un infectado y luego lo pasa cuando pica a una persona sana. Con los años, se ha adaptado estupendamente a las ciudades y “basta una tapa de gaseosa con agua para que las larvas se desarrollen”, explica Antman.
S.A.S se queja de la atracción que produce en los mosquitos, que suelen ensañarse con ella. Ahora ha pagado las consecuencias. La fiebre la ha dejado sin fuerzas y los médicos le advirtieron que puede demorar hasta un mes en recuperase totalmente. “En el clínica que me atendieron me dijeron que el brote de este año era impresionante. Incluso yo conozco gente con dengue, como mi prima, y en la farmacia te cuentan de los vecinos de la cuadra que se han contagiado. Eso nunca había pasado”, dice.
El brote se siente en el barrio. Carlos Zárate tiene un comercio de artículos de limpieza. El rubro le permite sortear la cuarentena obligatoria por coronavirus, aunque abastecer el negocio le resulta cada vez más complicado. Cada día, a las seis de la mañana, se planta en la puerta de un supermercado mayorista e intenta conseguir lo que más le piden los clientes: espirales y tabletas mata mosquitos y, sobre todo, repelente en aerosol. “Espirales aún quedan, pero el distribuidor no te deja comprar más de una docena. Repelente no consigo desde finales de febrero. Y los clientes han arrasado con lo que había”, dice.
El dengue no suele ser mortal. “De cada 1.000 casos, 50 serán graves y de esos 50 podrán morir uno o dos”, dice Antman. El problema está en la reincidencia. El dengue tiene cuatro serotipos diferentes. El de 2016 fue del tipo uno y este año circulan el uno y el cuatro. Las personas que contrajeron en el pasado un dengue tipo uno han quedado inmunizadas a ese serotipo, pero si este año contraen, por ejemplo, el cuatro, tendrán más probabilidades de tener un dengue grave. “El dengue grave afecta la cantidad de plaquetas y entonces se tienen más chances de hacer hemorragias. Las manchas rojas en la piel son el primer signo de que algo hay en la sangre”, explica Antman.
El dengue se ha ensañado con los barrios de Buenos Aires con mayoría de casas bajas, que son las que suelen tener patios y hasta jardines. La estadística reporta que el 80% de los casos de dengue se concentran en 12 de las 48 comunas de la capital argentina. El Gobierno municipal repite cada año que la única manera de combatir el mosquito es evitando el agua acumulada en esos pequeños recintos al aire libre. A finales de 2019, las autoridades ya sabían que 2020 sería un año de epidemia de dengue. En países como Brasil y Paraguay los casos se contaban de a cientos de miles y el virus no tardaría en viajar hacia el sur. Pero entonces llegó el coronavirus y lo complicó todo.
“Se suma una complejidad extra al sistema de salud y a la energía que deben poner los profesionales. Si no tuviésemos el coronavirus podríamos abordar mejor el dengue. Estamos ante una crisis enorme”, resume Artman. Los sanitaristas esperan que el mosquito les dará, al menos, un respiro. En junio, con la llegada del invierno austral, el aedes aegypti desparecerá de los barrios y el dengue dejará de ser un problema. La duda es si el frío llegará a tiempo para que lo peor del dengue no coincida con el pico del coronavirus.