La vida es dura es un libro de autoayuda. Al fin y al cabo, como dice Kieran Setiya, que es profesor de filosofía en el MIT y autor de En la mitad de la vida (Libros del Asteroide, 2019), la filosofía moral siempre ha tenido algo de autoayuda: su objetivo es práctico (que no es lo mismo que una serie de recetas) y reflexiona sobre la buena vida (que no es lo mismo que la felicidad). Y para reflexionar sobre la buena vida, el autor cree que hay que explorar primero aquello que nos hace sufrir. El libro está dividido en siete capítulos: enfermedad, soledad, duelo, fracaso, injusticia, absurdidad, esperanza. Es fácil hacer una obra empalagosa, autocomplaciente y voluntarista con esta plantilla. Pero Setiya es un filósofo radical: va a la raíz de los conceptos (a veces etimológicamente) y desafía algunos lugares comunes. Su razonamiento es lógico pero nunca llega a ningún axioma. Todo es en buena medida contingente, pero eso no le quita valor a la vida.
Enfermedad. Setiya escribe: “La enfermedad es biológica; la dolencia es, al menos en parte, ‘fenomenológica’, una cuestión de cómo sentimos la vida.” Y para ello explica que a los discapacitados físicos no se les ha vetado el acceso a la buena vida. Son las condiciones externas a esa discapacidad, el contexto, lo que pueden impedirles alcanzarla. Cita encuestas en las que los discapacitados físicos no muestran mayor descontento con su vida que la gente sin discapacidad. “En la práctica, una vida buena es selectiva, limitada, fraccionaria. Incluye cosas buenas, pero las muchas que ha de omitir no la tornan necesariamente peor.” Y sigue: “Las discapacidades nos impiden dedicarnos a cosas valiosas. En cierto sentido, son perjudiciales. Pero, en cualquier caso, nadie tiene acceso a, ni espacio para, todo lo valioso, y no hay nada malo en quedar apartado de muchas cosas buenas. La mayor parte de las discapacidades dejan disponibles suficientes cosas valiosas para vidas que no son peores que la mayoría, y que a veces incluso son mejores.” Es decir: que te impidan el acceso a algo bueno no te impide acceder a una buena vida.
Soledad. Setiya analiza qué es lo que nos falta cuando nos sentimos solos. No es solo compañía, es amistad. Y sobre la amistad los clásicos reflexionaron mucho. Pero al contrario que Aristóteles, que veía la amistad como una especie de admiración mutua (si tu amigo perdía determinadas virtudes, merecía la pena abandonarlo), Setiya cree que la amistad no es “meritocrática”. Según el historiador Keith Thomas, en la Inglaterra preindustrial la amistad era así: “Se valoraba a los amigos porque eran útiles. No tenían por qué gustarnos.” Pero “la desvinculación de la vida económica y personal facilitada por el mercado dejó espacio para las amistades privadas, menos subordinadas a la necesidad social”.
Sabemos qué le pasa a nuestro cuerpo cuando está en soledad: “La soledad desencadena una respuesta de estrés fisiológico, la inflamación asociada con la reacción ‘lucha o huida’ [fight-or-flight], una causa de la disminución del bienestar físico.” Sin embargo, dice el autor, aunque pudiéramos tomarnos una pastilla para remediar el impacto en nuestra salud que tiene la soledad, seguiríamos buscando compañía y amistad. La conclusión es obvia: somos animales sociales. Sin el reconocimiento de los demás, nos marchitamos.
Duelo. No existen las fases del duelo. Y la sabiduría convencional de “tienes que hablar de ello” tampoco funciona. Según el investigador sobre el duelo George A. Bonanno, el duelo va por oleadas: “El duelo es esencialmente una reacción al estrés. Y como cualquier reacción de estrés, no es uniforme ni estática. Un duelo implacable sería abrumador. La pena es tolerable, en realidad, solo porque va y viene en una especie de oscilación.” Por eso las mejores obras literarias sobre el duelo, como la de Roland Barthes sobre su madre, Joan Didion sobre su marido e hija o The unfortunates de B. S. Johnson, que cita Setiya, son tan fragmentarias y no lineales.
Setiya no da consejos sobre el duelo pero sí cree que su ritualización es sana. Antes la muerte sucedía en casa, y había rituales. Hoy la muerte se produce fuera de casa, y no tenemos muy claro qué hacer, especialmente si uno es ateo. Por eso nos da estabilidad pensar que hay “fases” en el duelo; nos lo estructura.
Fracaso. Para hablar de fracaso, Setiya habla de no-linealidad. Nuestra tentación teleológica (vemos nuestra vida como un relato lineal y coherente con un final claro) nos hace ver la vida binariamente: éxito-fracaso. Para salir de esta visión, Setiya rescata el concepto de télico/atélico. Construir una casa o aprenderse el abecedario son actividades télicas: tienen un fin claro. Pero la vida está llena de actividades atélicas, que no tienen un final, como es la paternidad, escuchar música o dar un paseo. Uno puede dejar de hacer estas cosas, pero no puede agotarlas. Es obvio que hay actividades cuyos resultados importan, pero a veces se nos olvida el valor del “proceso”. Sobre todo porque con las actividades atélicas vives en el presente; las télicas son una proyección constante.
Injusticia. Para hablar de ella, Setiya recurre a Simon Weil e Iris Murdoch. Ambas filósofas abordan la injusticia desde el amor, o la falta de él, y consideran el amor como el reconocimiento del otro. El amor es darse cuenta de que alguien distinto a uno mismo es real. “El amor es una emoción moral: no amas realmente a alguien a menos que veas en ellos un valor que sobreviviría a la pérdida del amor. Importarían incluso sin ti; y como cualquiera puede ser amado, lo mismo vale para todo ser humano.” Desde el amor íntimo explican el universalismo de la justicia.
Absurdidad. Setiya no obvia las preguntas difíciles o absurdas. ¿Cuál es el significado de la vida? Si otros filósofos rechazan de plano la pregunta, porque no tiene mucho sentido, el autor la intenta responder haciendo varios silogismos. Acaba concluyendo: “El sentido de la vida –la verdad que nos dice cómo sentirnos respecto a todo el cosmos residual– residiría en nuestro progreso a trompicones, tal vez perpetuo, hacia la justicia en este mundo.” Y continúa: “La existencia humana en su conjunto no tendría sentido si las cosas buenas que hay en ella se distribuyeran de forma perpetuamente injusta. Superar la injusticia es forjar una verdad que nos diga cómo sentirnos, y así dar sentido a la vida.”
Esperanza. Es una mezcla de deseo y creencia. A menudo se vende la esperanza como la antesala de la acción; por eso las ideologías progresistas defienden la esperanza como motor de cambio. Pero uno puede tener esperanzas y no hacer nada, como el que compra la lotería y espera que le toque. Por eso Setiya defiende una esperanza “buena”, es decir, útil, que no caiga en el pensamiento mágico. “Esperar bien es ser realista sobre las probabilidades, no sucumbir a las ilusiones ni dejarse acobardar por el miedo; es mantener abiertas las posibilidades cuando se debe. Aferrarse a las posibilidades no significa sentirse bien –la esperanza puede ser más dolorosa que la desesperación–, sino mantener vivo el destello de una potencial capacidad de voluntad.”
Kieran Setiya aborda La vida es dura desde dos perspectivas que parecen antagónicas pero se complementan muy bien. Trata asuntos universales y atemporales como si fuera el primero en hacerlo: usando su propia lógica, con silogismos, desgranando conceptos. Al mismo tiempo, se apoya en pensadores clásicos, novelistas contemporáneos y su propia experiencia. El resultado es un libro ligero y a la vez exigente, que se niega a dar soluciones y, sin embargo, también rechaza dejar todo en el aire.
(Con información de Letras Libres)