“El travestismo ha estado ahí desde siempre. ¡Aquí en Estados Unidos hasta nuestros padres fundadores usaban pelucas!”, bromea Linda Simpson. Simpson es una intérprete de drag que vive en Nueva York y que ha estado activa en la escena desde la década de los ochenta. Su espectáculo The Drag Explosion divulga y preserva con fotos y anécdotas la memoria de las noches salvajes, el activismo LGTBIQ+ y la movida artística en el Nueva York de las últimas dos décadas del siglo XX, antes de que el movimiento se convirtiese en un fenómeno global. “Hay una gran aceptación del drag actualmente, gracias, sobre todo, al éxito del programa de televisión RuPaul’s Drag Race”, escribe Simpson. “La gente de todas partes está ahora familiarizada con una forma de arte llena de diversión y creatividad”.
No todo el país está de acuerdo con Simpson y sus colegas. El fenómeno de Drag Queen Story Hour, una actividad consistente en la lectura de cuentos infantiles por parte de intérpretes drag en escuelas y bibliotecas, se ha convertido en el más reciente campo de batalla dentro de la guerra cultural que vive Estados Unidos. Se han presentado al menos 32 proyectos de ley para prohibir las representaciones de drag cerca de menores de edad. Tennessee ha sido el primero de los 50 estados en aprobar la normativa, que define a los espectáculos de drag como “presentaciones adultas de cabaret” y que, entre otras cosas, restringe la realización de estos shows a menos de 300 metros de escuelas, parques públicos y sitios de culto.
“Creo que las leyes contra el drag son parte de un ataque generalizado contra el colectivo LGTBIQ+”, opina la drag queen. “Su objetivo real es ejercer control y distraernos de temas más importantes, como la falta de acceso sanitario para todas las personas y las desigualdades económicas”.
El pánico moral ante qué debe o no ver el público es bastante antiguo, aunque las definiciones de decencia y los chivos expiatorios han cambiado. Los espectadores del teatro de Shakespeare, por ejemplo, se hubieran horrorizado al ver a Julieta, Ofelia o Lady Macbeth siendo interpretadas por mujeres cisgénero y no por jóvenes travestidos, como se acostumbraba en la Inglaterra del siglo XVI.
Un poco de historia del travestismo
Daniel Smith, profesor adjunto de Historia del Teatro en Michigan State University, comenta por teléfono a ICON que, durante buena parte de la época medieval, “la idea de una mujer mostrándose en la vida pública violaba las convenciones sociales y culturales, así que una sobre las tablas se consideraba un tabú. Sospecho que esto también tenía que ver con la asociación del teatro al trabajo sexual. Los burdeles y los escenarios convivían en la misma zona londinense, llamada The Liberties”.
El académico cree que el doble rasero ante los roles de género tradicionales también era un factor. Los chicos podían recibir una educación (aunque fuera rudimentaria) y ser tomados como aprendices de compañías teatrales. Las chicas, no. Varias obras de Shakespeare hacen guiño al uso de hombres jóvenes en roles femeninos: “En Antonio y Cleopatra, la reina de Egipto se lamenta de que será algún día interpretada por un chico (‘some squeaking Cleopatra boy’) a la vez que uno le daba vida. Y tanto Como gustéis como Noche de reyes tienen a chicos actores que encarnan a mujeres que se disfrazan de chicos”.
Steven Mullaney, en su artículo Shakespeare and The Liberties, también resalta cómo el teatro generaba tensión entre las autoridades civiles y religiosas de la época. A las instituciones no solo les preocupaba que “los intérpretes cambiaran de apariencia, trasgredieran las categorizaciones e imitaran roles”, sino que también los espectadores del teatro “acabaran incorporando elementos teatrales en su vida diaria, amenazando el orden social”.
Los teatros ingleses fueron cerrados de forma indefinida en 1642 por parte de parlamentarios puritanos durante el periodo previo a la Guerra Civil inglesa. “La prohibición que hubo en esa época es bastante interesante. El argumento usado era, más o menos, que eran tiempos de inestabilidad política y que el teatro era una distracción peligrosa”, explica el profesor Smith. La decapitación de Carlos I de Inglaterra en 1649 y el ascenso al poder de Oliver Cromwell trajo un régimen puritano, en el sentido literal de la palabra. Durante el único gobierno republicano inglés hasta la fecha, Cromwell y otros devotos protestantes prohibieron, además del teatro, las tabernas, las celebraciones navideñas, el maquillaje y las ropas coloridas.
Los teatros reabrieron con el retorno de la monarquía en 1660, pero la influencia puritana cruzó el Atlántico y se incrustó en el corazón de las colonias que conformaban Nueva Inglaterra. Un artículo de la publicación académica The Journal of the American Revolution resalta la contradicción que enfrentó Estados Unidos desde su nacimiento: los fundadores del país defendían las libertades y los derechos al mismo tiempo que vetaban las representaciones escénicas, al considerar que pertenecían al mismo grupo que los juegos de azar y las peleas de animales. La prohibición duró hasta 1789, pero la preocupación de la influencia de las artes sobre la sociedad, particularmente sobre la juventud, dura hasta nuestros días.
Travestis para toda la familia
Smith ve una relación entre la aversión a tener mujeres en el escenario en los tiempos de Shakespeare con la polémica actual en su país ante los espectáculos de drag. “Las palabras pánico moral son una buena manera de describirlo”, reflexiona el académico, quien piensa que es una respuesta por parte de los conservadores estadounidenses ante una mayor visibilidad del drag y la comunidad LGTBIQ+ en general. El profesor de la Michigan State University opina que, en esencia, la idea de los Drag Queen Story Hour es bastante inocente: “Hay un personaje mágico en ropas coloridas que lee un cuento a los niños y los conservadores están en contra de ello, solo porque expone a los pequeños al drag. Yo no veo un problema en ello”.
“Nadie hace un alboroto sobre los drag kings”, resalta, haciendo alusión a la contraparte de las drag queens: por lo general, mujeres cisgénero que interpretan roles masculinos. “El grueso de la sociedad probablemente no sepa qué son los drag kings porque no tienen la misma presencia mediática. Todo el enfoque, para bien o para mal, recae en las drag queens”.
Otro punto de comparación con la polémica existente en Estados Unidos es con la pantomima o panto, una de las grandes tradiciones populares de los escenarios de Reino Unido. “Tienes en la pantomima británica una idea patas arriba de los roles de género en un espectáculo carnavalesco”, comenta Smith. La pantomima británica es, en resumen, un género teatral tradicional basado en cuentos de hadas (Peter Pan, Aladino, etc.) que se interpretan de forma burlona con canciones populares, chistes de actualidad o de doble sentido —pero aptos para toda la familia— y muchos caramelos arrojados para el público infantil. Suelen representarse en la época navideña por todo Reino Unido, aunque se conocen poco fuera de las islas británicas.
El académico explica que este género teatral nació de la Commedia dell’Arte y, como su antepasado italiano, la panto suele tener un elenco estable adaptado a diferentes historias. Tradicionalmente, una mujer suele encarnar el rol del joven y galante héroe (o Principal Boy) mientras que un hombre hace de la Dame, una mujer exagerada y estridente que suele ser una sirvienta, una reina o la madre del protagonista.
“Históricamente, las tradiciones de travestismo en el espectáculo han sido corrientes más conservadoras que usan la burla y la misoginia para reafirmar roles de género”, opina el académico. “Transgrede al tener un actor masculino que interpreta el papel de una mujer, pero ese rol tiende a ser una mujer indeseable que es objeto de burla”. Para Smith, el contexto y la intencionalidad lo es todo. No es lo mismo, entonces, meter en el mismo saco a Benny Hill o Doña Croqueta que a RuPaul o La Prohibida: “La idea del carnaval puede ser, en un momento determinado, una válvula de escape para las convenciones sociales, pero al final termina reforzando estas normas”.
No obstante, hay intérpretes británicos que han expresado su cariño ante la panto e incluso le han dado una perspectiva reivindicativa. El actor Ian McKellen es un ejemplo notable: no solo puede presumir de haber dado vida a Gandalf y Magneto en la gran pantalla, también ha encarnado a la madre de Aladino y a Mamá Ganso sobre las tablas. McKellen, en una entrevista para promocionar Mother Goose, definía el rol de la panto en la sociedad británica en los siguientes términos: “Solemos ser un pueblo que no expresa sus emociones en público. La panto es la forma máxima de destape y no solo con tus colegas, sino con tus padres, tus abuelos, tus hermanos y hermanas”.
Lo que es evidente es que, mientras el concepto del travestismo como entretenimiento ha sido una constante a lo largo de los siglos, su uso y significado han cambiado de forma radical. Smith resalta que por mucho tiempo “se dio por hecho que estas personas eran hombres heterosexuales que se ponían un vestido para hacer chistes sobre las mujeres”, mientras que en la actualidad se asume que “gran parte de quienes hacen drag son hombres gais o personas trans”.
El propio drag ha cambiado también: la tercera temporada de la versión británica del programa de televisión RuPaul’s Drag Race contó en 2021 con Victoria Scone, primera mujer cisgénero en participar en la exitosa franquicia. La versión original de Estados Unidos, por su lado, tuvo ese mismo año a Gottmilk, un hombre trans que llegó al tercer lugar. “Veremos acciones y reacciones de todo tipo a la vez que la gente redefine lo que es el género y cómo se manifiesta”, vaticina el profesor de la Michigan State University. “Creo que estamos viviendo una revolución en lo que respecta a la identidad de género”.
(Con información de El País)