«¿Qué es la felicidad?», es una pregunta que obtiene siempre respuestas subjetivas. Freud, por ejemplo, consideraba que este estado de ánimo es «el resultado de satisfacer necesidades acumuladas que han alcanzado un nivel elevado de tensión», mientras que, mucho antes, Aristóteles creía que resultaba del todo posible lograrla conjugando los bienes externos, del cuerpo y del alma.
Para Cliff Arnall, psicólogo y creador del denominado Yellow Day, el día más feliz del año, la felicidad se puede resumir en una fórmula que tiene en cuenta las temperaturas, la socialización, el contacto con la naturaleza y las vacaciones, entre otras cosas. Y aunque Arnall no estaba del todo equivocado, la ciencia ha ido más allá y ha demostrado que las emociones tienen su origen en estímulos que provocan reacciones químicas en nuestro cerebro y, por lo tanto, pueden ser controladas a pesar de las condiciones externas.
Sin caer en la positividad tóxica, hay ciertos hábitos y actividades diarias que podemos realizar para segregar las hormonas que nos hacen sentir felicidad -la serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina–, o para, al menos, apaciguar los pensamientos negativos que se asoman por nuestra mente. Aquí van 5 claves.
1. Ponerle nombre a las emociones
Un estudio publicado por la National Library of Medicine demuestra que el etiquetado de las emociones interrumpe la actividad de la amígdala, la zona del cerebro que se activa cuando sentimos. Por ello, los psicólogos recomiendan escribir o hablar sobre lo que nos sucede. Además, este hábito puede ayudarnos a relativizar algunos problemas, mirarlos con perspectiva y gestionarlos mejor.
Un ejemplo: tras la muerte de su hija, la escritora Isabel Allende escribió ‘Paula’ (1994), y en una entrevista posterior, aseguró que trabajar en esa publicación le ayudó a enfrentar el duelo y le salvó la vida. Lo que demuestra que ponerle nombre a nuestras emociones y plasmar en un papel lo que nos sucede tiene efectos positivos en la mente.
2. Socializar nos ayuda a la felicidad
Los humanos somos seres sociales por naturaleza. No podemos desarrollarnos correctamente sin un entorno social que nos respalde. Es por ello que dedicar unas horas al día, o incluso minutos, a la socialización es una de las claves para irnos a dormir más felices. Y hay dos teorías que lo demuestran.
Una reciente investigación publicada por Harvard analizó al detalle la vida de más de 700 jóvenes -con distintos contextos socioafectivos- desde 1938 hasta la actualidad y concluyó que el factor común entre aquellos individuos que se clasificaron como felices era la calidad de sus relaciones. Los expertos detectaron que las personas más conectadas con sus amigos y su familia viven más, consiguen en mayor medida sus objetivos vitales y son físicamente más saludables.
Por otro lado, el sociólogo Mark S. Granovetter desarrolló en los años 70 una teoría en la que afirmaba que los lazos débiles estimulan nuestro cerebro, nos hacen más creativos y más adaptables a los cambios. Es por eso que, por ejemplo, mantener una pequeña conversación con el portero de nuestro edificio o con la cajera del supermercado al que vamos cada semana puede aportarnos felicidad y bienestar.
3. Hacer ejercicio físico
Desde siempre se ha asociado el deporte a una mejor calidad de vida. Y es que la cita latina ‘mens sana in corpore sano’ ya ha sido corroborada por la ciencia en la actualidad. Un estudio de las universidades Oxford y Yale publicado en The Lancet demuestra que practicar ejercicio proporciona más felicidad que el dinero.
Los investigadores analizaron los efectos del deporte en 1,2 millones de personas en los EE.UU. entre 2011 y 2015 y concluyeron que aquellos que hacían ejercicio tuvieron un 43,2% de días menos de mala salud mental en el mes pasado que las personas que no hicieron ejercicio. Y los resultados eran todavía mejores para quienes lo hacían en grupo. Sin embargo, detectaron que el deporte en exceso podía ser contraproducente para la salud mental: aquellos que practicaban más deporte del recomendado se sentían tan infelices como los que no hacían ningún tipo de actividad física.
4. Abrazar
El contacto físico reduce la segregación de cortisol en nuestro cerebro y ello permite que se libere oxitocina y serotonina, las hormonas de la felicidad. Un artículo publicado en la revista PLOS ONE revela que recibir un abrazo se asocia con la atenuación del estado de ánimo negativo que aparece cuando experimentamos un conflicto personal.
Además, la profesora de neurociencia y comportamiento de la Universidad John Moores de Liverpool, Susannah Walker, explica en su teoría que desde bebés estamos predispuestos a abrazar para garantizar nuestra supervivencia. Lo que, de adultos, nos condiciona a asociar esta manifestación de afecto con un sentimiento de protección que nos ayuda a reducir el estrés y, de esta forma, ser mucho más felices.
5. Hablarse a uno mismo en positivo, un vínculo para la felicidad
Del mismo modo que las relaciones con los demás son fundamentales para desarrollar una vida feliz, el vínculo con uno mismo también lo es. Frecuentemente, y más cuando nos encontramos en situaciones en las que no nos ajustamos a nuestras propias expectativas, nos lanzamos mensajes negativos: «soy un desastre», «soy muy torpe» o «siempre me equivoco», entre otros.
Cómo nos hablamos influye directamente en la narrativa que creamos sobre nosotros mismos y condiciona nuestro comportamiento futuro. Así lo demuestra el estudio de la Universidad de Michigan, liderado por Ethan Kross, que demuestra que cuando nuestro diálogo interno se establece en primera persona, tendemos a pronunciar frases negativas como las anteriormente formuladas. Sin embargo, cuando nos dirigimos a nosotros mismos en segunda persona («este error no te representa», «puedes superar esto» o «lo estás haciendo genial») tomamos mayor distancia de las emociones y somos más racionales, e incluso más optimistas.
(Con información de NatGeo España)