Por: Julieta Lomelí
Tres momentos:
I
Sofía tuvo su primer novio a los 20 años, ella era un año mayor que él. Sofía era una buena estudiante y siempre había estado más concentrada en sus estudios que en andar buscando pareja, sin embargo, quizá con la entrada de la segunda década de su vida y con la presión social que sentía por parte de sus amigas y familiares, se animó a tener pareja, un antropológo que no era tan buen estudiante como ella pero que parecía ser un buen chico.
Al inicio él la trató de lujo, la consentía, era detallista y cariñoso, y en la apoyaba en cualquier urgencia que ella tuviera, sin embargo, con el paso del tiempo las cosas fueron cambiando.
Todo colapsó cuando ella decidió irse de intercambio a estudiar a otra ciudad no tan cercana a la que ambos compartían, sin embargo ella siempre soñó independizarse de su familia para poder así experimentar que se sentía vivir sola y ser “más adulta”.
Gracias a sus buenas calificaciones, consiguió una beca de manutención para su residencia académica, por lo que ya teniendo todo listo para irse, entusiasmada le comunicó a su novio la noticia, suponiendo que él la apoyaría moralmente en el futuro a corto plazo.
Él, en vez de alegrarse, se pusó morado de coraje y le reclamó el hecho de que lo fuera a “abandonar” seis meses para irse a estudiar a otra ciudad, ambos discutieron pero ella decidió seguir con la relación a pesar de la distancia.
Estando lejos, él le exigía comunicarse con ella por videollamada diariamente, aparte de que la bombardeaba con mensajes que escondían más celos que cariño.
Un buen día Sofía decidió por fin salir con sus amigos una noche, porque después de casi dos meses de estar en la nueva ciudad no se había atrevido a hacerlo para no enfurecer o alimentar las inseguridades del novio.
Así que habló con el por videollamada y se dispusó a salir de fiesta esa noche, ya estando en la fiesta se dio cuenta que había dejado su celular en el cuarto donde se hospedaba, no le tomó mucha importancia pues ya había hablado con su novio horas antes. Sin embargo, al volver a su cuarto horas más tarde, se percató que tenía más de cincuenta llamadas pérdidas del chico, asustada y pensando que algo muy malo había pasado, le regresó la llamada, él contestó enfurecido y comenzó a insultarla, la llamó puta y la amenazo con distribuir entre sus padres y sus profesores mails y mensajes que él había guardado de las cuentas de Sofía, de su correo elecrónico y redes sociales. Sí, otro punto que olvidé narrarles es que él tenía acceso a las cuentas de Sofía.
Finalmente ella decidió terminar con él de una vez por todas y cambiar todas sus contraseñas, pero sin dejar de tener miedo de que él distribuyera información y fotos privadas, que él, aunque fuera su pareja, no debía tener en su poder.
Lo que hizo enojar al exnovio de Sofia en aquel entonces pareció ser la negación de ella para regalarle todo su tiempo y volverse de su propiedad: el “no”.
II
Cuando Sofía cumplió alrededor de treinta años decidió mudarse al fin a la ciudad de México, ella siempre había sido muy independiente así que no tenía la menor duda de que podría hacerla en esa gran ciudad o en cualquier otro lado del país.
A ella nada la detenía, estaba soltera y feliz, y no necesitaba realmente de nadie para salir a pasear, entrar al cine, o tomarse una copa en algún bar de la ciudad, era autónoma y siempre intentaba pasarla bien con o sin amigos, con o sin pareja.
Sin embargo, esa independencia a veces le causaba problemas con algunos desconocidos, pero no pasaban de ser pequeños sucesos desagradables como que le gritaran “piropos”, bastante vulgares, en plena calle, o algún caballero le insistiera demasiado en algún bar o cafetería para que se sentara a su lado.
Lo más que le había sucedido es algún pellizco por allá o por acá en la hora pico del transporte público. Aun así, ella llevaba años saliendo sola en la gran metrópoli y fuera de ella como para no haberse acostumbrado a ese tipo de micromachismos que ya no la asustaban.
Sin embargo, un día, a Sofía la interceptó un hombre en una zona “familiar y muy segura» de la CDMX. Ella visitaba a una amistad cerca de casa, por eso caminé, porque no había necesidad de tomar ningún taxi o Uber para recorrer menos de un kilómetro de distancia.
Ella salió del centro de su delegación y emprendió el viaje, de menos de diez minutos a pie, cuando se dio cuenta que un tipo venía detrás, parecía seguirla, ella decidió entonces cruzar la calle, él también lo hizo y apresuró el paso hasta alcanzarla, la abordó y le preguntó si «podían conocerce mejor, eres muy guapa», ella contestó que no, evidentemente por la desconfianza que cualquiera en nuestros días pueda sentir como para permitirse conocer desconocidos en la calle.
“Me espera un amigo”, afirmó Sofía y comenzó a caminar aún más rapido, sin embago, el hombre se le adelantó, y en algún momento, cuando ella menos imaginaba, la tomó del cuello y le hizo la famosa llave china, asfixiándola hasta perder el aire y caer al piso, después él le dio un golpe en la cabeza, y la soltó porque alguien justo enfrente de ellos en ese “fraccionamiento seguro y familiar”, abrió su portón para estacionar su automóvil.
Ella nunca entendió ese atracó, supone que de haber tenido más tiempo el tipo la hubiera dejado inconsciente y se la hubiera llevado a algún lado. Lo que hizo enojar a aquel hombre pareció ser la negación de ella para conocerlo: el “no”.
III
Sofía duró un tiempo asustada después de lo que le aconteció en aquel fraccionamiento “seguro y familiar”, así que procuró cuidarse en todo momento y no pisar la calle ni muy noche ni muy temprano.
Así pasaron unos seis meses, hasta que tuvo que vencer sus miedos y aceptar un trabajo en el cual salía algo tarde y que la obligaba a transportarse largas distancias en metro, pero el sueldo era bastante bueno así que no dudo en firmar contrato con su entonces jefe, un tal Jacobo, un hombre de mediana edad que parecía amable y respetuoso.
Los meses transcurrieron y Sofía sintió que su jefe respaldaba cada una de sus decisiones, ella era jefa de departamento, alrededor de su jefatura también construyó un equipo de trabajo sólido del cual se sintió orgullosa.
Pero los problemas comenzaron más o menos al año de estar inmersa en la empresa, su jefe tenía comportamientos raros con ella, por ejemplo, la citaba muy tarde en su oficina cuando ya todos habían ido a casa, o le pedía tareas los fines de semana o días festivos, como si su intención fuera no dejar de hablar con ella en ningún momento.
Ella al inicio no le dio mucha importancia, pensó que quizá él se había vuelto dependiente de su eficiencia y que no estaba tan mal sentirse “imprescindible” para la empresa.
Sin embargo, una tarde de invierno, una tempestad azotó las calles de Avenida Reforma, sitio por el cual se encontraban la empresa donde Sofía trabajaba, todos los empleados a cargo de Sofía se habían salvado de la tempestad porque habían salido horas antes, ella, como era usual, tenía que quedarse a terminar algunos pendientes ya que finalmente era la jefa y quien coordinaba su grupo de trabajo.
El aguacero no se detenía y su Jefe, el Señor Jacobo Estebes, también estaba en su oficina terminando unos reportes y esperando que la lluvia cesara.
Él llamó a Sofía a su oficina, estaban completamente solos, la noche coloreaba con su oscuridad el cielo.
Él comenzó a decirle a Sofía que ella era una mujer muy inteligente y eficiente en su trabajo, sin embargo, le hizo entender que a pesar de ello, ella jamás hubiera podido estar donde estaba sin su ayuda.
Sofía asentía con la cabeza y le agradecía el apoyo brindado, sin embargo, ante la insistencia de que gracias a él ella había obtenido la jefatura en la empresa, y no a su propio mérito, la mujer comenzó a sentirse incómoda y a no entender hacia dónde iba el sentido de aquella charla.
Así que decidió levantarse y despedirse cordialmente, al momento de querer abrir la puerta de la oficina de Jacobo Estebes, se percató de la imposibilidad de hacerlo, su jefe la había cerrado con el mando a distancia.
El se levantó de su silla dirigiéndose hacia ella y abruptamente la tomó de la cintura, ella, muy nerviosa, terminó replegada en la pared, tratando de huir de él. Todo lo demás ocurrió en silencio, mientras lágrimas escarlata invadían sus mejillas, la fuerza física de una fiera no podía ser contrarrestada por ella, no pudo escapar.
Lo que hizo enojar a Jacobo Estebes, fue la negación de Sofía para tener sexo consensuado: el “no”.