Hace unos cuantos días estaba revisando los múltiples «recuerdos» que amablemente Facebook se empeña en traer a mi presente. La cuestión es que si ya no publicas nada relacionado es porque no quieres recordarlo, acto seguido estaba frente a mi increíble smartphone (de esos que sacas a 50 meses sin intereses y obviamente conectada a la red ajena) básicamente en un mar de llanto, bueno, era apenas un riachuelo pero yo me sentía en el Titanic.
Empecé a leer cómo aquel sujeto del cual no quiero acordarme, en ese entonces (muchos años atrás) me escribía todo lo magnífica que soy, me decía que me presumía con sus amistades, que desde que llegué a su vida todo era increíble, que por mí tenía la fortuna de saber amar. Bueno, yo estaba voladísima, sentía esas mariposas súper románticas que todos decimos alguna vez sentir (al final seguro es chorrillo) pero para mí todo era chingón.
Realmente había encontrado al hombre de mis sueños, me sentía la Rose junto a su Jack, yo era capaz de inspirarle hasta para escribir, era un poeta, mi Octavio Paz, ¿qué más podía pedir? El hombre se había ganado en poco tiempo toda mi emoción, mi amor y, sí, mi pendejez.
Entonces llegó el gran día, sí, el día de acompañarlo a una súper reunión, en la cual digamos que…pues se puso ligeramente idiota con el alcohol. Pero, en fin, yo feliz porque sabía que me presumía y eso a uno le da como hasta cierto caché.
Después de algunas cubitas, pomos para ser exactos, el morro se puso digamos que romanticón y a la vez espléndido: Slim se quedaba pendejo, ¡claro, pidió una canción norteña!, (de antemano les ofrezco una disculpa por lo siguiente), empezó a cantar divino, un poquito apendejado, se dormía dos frases y cantaba tres de seis que traía la rola. Fue entonces cuando empecé a poner atención a las canciones con las que nos «deleitaban» aquellos caballeros con sus botas de víbora vinilizada, cintos piteados y voces como de soprano enferma. Justo ahí me di cuenta que realmente soy magnífica, una musa, ¡había inspirado también a los del norteño! Estaba impactada, incluso cuando pregunté de quién era la rola, descubrí que también había inspirado a la Banda El Recodo. ¡Dios bendito, cuánto era capaz de provocar!
Sí, el desgraciado copiaba frases de canciones como «Te presumo», «Y llegaste tú», «Deja» y otras tantas creo que de Lupillo Rivera. Mi Titanic se había hundido en la presa de Valsequillo, mi Octavio Paz se había convertido en Fernando Soto «Mantequilla», ya no era Rose, ahora era como Chachita con su «Ata», ni Sergio Andrade le había mentido tanto a Gloria Trevi.
En ese momento, con mi perfil de Facebook abierto y mis ojitos vidriosos como de niña de la calle afuera de panadería sucedió lo esperado: pasé del recuerdo al emputamiento, me despertó ese instinto vengativo, en chinga me puse a buscar frases de canciones y estaba decidida a desmadrar a otro Ata. Junté como ocho rolas, que iban desde La Arrolladora hasta Yuridia cuando moría por Mario Domm; tenía todo listo: actitud, frases, venganza, todo, excepto un detallito: no tenía ningún «Ata» disponible. Estaba más sola que la Diana Cazadora en Reforma.
Toda derrotada me quedé con mis frases y mis rolas; hasta me las aprendí y me volví fan de la banda sinaloense. Fui a mis conciertos masivos de 200 varitos donde no veían ni madres, pero yo juraba que estaba en el Metropolitan, ya ni les digo cuál es mi playlist de fijo para cualquier ruptura amorosa porque seguro ni conocen al Remmy Valenzuela.
Así que cuando empiecen a ver que sus prospectos, novios, detalles o caldos anden inspirad@s tratando de robarles el corazón y les dediquen bellas frases, les sugiero que se pongan a googlearlas, no vaya siendo y en una de esas también descubren que son las musas de Daddy Yankee o el Pato Borghetti, porque con estos Sabines de medio pelo nunca se sabe.