Fue obra del fraile agustino Diego de Soria hacer un viaje, en 1587, desde la Nueva España hasta Roma para conseguir autoridad del Papa Sixto V de celebrar una peculiar forma de evangelización.
Nueve días de misas que conmemoraran los nueve meses de embarazo de la Virgen María, a celebrarse entre el 16 y el 24 de diciembre. Al término de cada eucaristía, los indígenas tendrían que confiar en su fe ciega para terminar con los pecados mundanos, fue así que se adoptó la piñata.
Esta última ni siquiera era de origen español. El gran viajero Marco Polo la llevó a Italia desde China, donde se utilizaba para conmemorar el año nuevo. En tierras italianas, fue ya adoptada como un símbolo de destrucción del pecado, sólo que allí se rompía en la época de Cuaresma. En tierras novohispanas el sentido no cambió pero sí la temporalidad, pues se adaptó para los últimos nueve días del Adviento.
El término «posada» hace referencia a cualquier lugar de descanso, en este caso, a uno en el que la Virgen pudiera dar a luz a su primogénito. Se cuenta, en las primeras crónicas de la evangelización de América, que los indígenas llegaban a llorar cuando los frailes les platicaban que nadie quería recibir a los peregrinos. Fue así que pronto arraigó la tradición en las tierras recién conquistadas y desde entonces se celebra con realmente muy pocas variantes en su esencia. Tan propia como el Día de Muertos, la tradición de las Posadas es un motivo más de orgullo en el calendario festivo de México.