El más joven de todos fue honesto: «su nombre me suena, pero no sé quién es; igual le pido una foto». Se acercaron porque vieron el gentío: un alud de reporteros y fotógrafos que esperaba la llegada de la estrella.
Eran tres, dos chicos y una chica, no más de veintiún años el mayor, no menos de dieciocho el humilde ignorante. «Es el de la rola del ADO, güey, ¿neta no lo conoces?», le reviró su compañero. «¡Ah, sí, a huevo!», y de inmediato entonó la parte más famosa de la canción.
La cita fue desde la 1:30, pero todos sabían que esos acontecimientos nunca arrancan en punto. El podio estaba ya listo; la estatua se encontraba cubierta con un velo negro que auguraba su triunfal develación. Los fotógrafos, ya puestos en posición, intercambiaban bromas para hacer más corto el tiempo. Por la 3 Oriente se veían pasar coches y camionetas, todos siendo observados de cerca por los curiosos, por si en alguno de ellos viniera el rockero más antiguo de México.
De pronto aparecieron las autoridades. A cierta distancia del templete, estacionaron las camionetas de las que descendieron con calma y mucha expectativa. No venía con ellos el homenajeado, de un momento a otro llegaría en algún otro vehículo que ya era especulado por los asistentes entre bromas: «es tan cagado que de seguro se va a bajar de un taxi el cabrón», y el estallido de risas no se hizo esperar. Los reporteros de inmediato se arremolinaron alrededor del presidente municipal: ni modo, la declaración del día hay que sacarla como sea y el banqueteo siempre se agradece.
En un momento, los agentes de tránsito cortaron la circulación sobre la 3 Oriente. Era cuestión de minutos para verlo aparecer y del Bulevar 5 de Mayo sólo llegaba el sonido de los claxons en la parte final de la hora pico. Y entonces sucedió: un camión de la versión de lujo de la línea ADO, dio vuelta sobre la calle detrás de un par de motos de la policía. «¡No mames, hasta en ADO llegó el güey, se la rifó!», dijo alguien entre la multitud que ya se apretujaba en torno a la puerta del camión. Tras abrirse esta, las autoridades subieron a la unidad y en menos de un minuto bajaron para, ahora sí, hacerle justo honor al artista del barrio más bravo de Puebla.
Acompañado de Chela, «su domadora», Alex Lora se apeó del camión entre aclamaciones y aplausos. «¡Eres un chingón, güey!», «¡Te queremos, pinche Alex!». Haciendo con las dos manos la v de la victoria, Lora subió al estrado donde, en una rápida ceremonia y tras improvisar una canción dedicada a Puebla, descubrió para la historia la estatua hecha por su tocayo, el escultor Alejandro Rivera Vilchis. Así quedó inaugurado el corredor de los artistas poblanos, que con el tiempo sumará más reconocimientos cívicos a otros ilustres hijos de la ciudad. Tras firmar la parte trasera de la estatua, Alex intercambió un rápido abrazo con el presidente municipal para de inmediato regresar al camión que lo trajo a su homenaje.
Se despidió con mucha prisa pero con amor, repitiendo la señal victoriosa y gritando a voz en cuello, como desde hace 50 años, «¡Que viva el rocanrooooool!»