Por: OLLIN VELASCO
Para: Vice
La cara bigotona y sonriente de siempre. La bata blanca y su respectiva corbata negra. El cuerpo en forma de campana que se sacude al ritmo de cualquier merengue, o salsa, o lo que sea. El Dr. Simi: la botarga símbolo de todas las farmacias homónimas en todos los estados del país; el guerrero gigantón que se mueve a pesar del clima, del humor del transeúnte, del disfraz que le pongan encima.
Pero la clave está en su interior. Cargar con un personaje de 12 kilos extras, a una temperatura de hasta 40 grados centígrados y tener que bailar por lapsos continuos de 45 minutos al son que decida quien atiende la farmacia, no hacen más que demostrar que los botargueros han de ser expertos en el arte del aguante.
“A ver, baila”
Omar Baena tiene 24 años y cuenta que trabajó eventualmente como Dr. Simi para una farmacia de Atlixco, en el estado de Puebla. Él empezó como vendedor, pero cada que un botarguero faltaba lo llamaban para suplirlo.
Llegó ahí porque estudiaba química y el empleo le dejaba tiempo para ir a la universidad, pero dice que también le gustaba la idea de, de vez en cuando, meterse en el muñeco enorme para divertirse un rato en la calle. “No es que me encantara, pero siempre he sido una persona a la que le cuesta quedarse quieta detrás de un mostrador, y esa era una buena opción”, asegura.
No obstante, antes de considerar divertirse en el interior sofocante de un Dr. Simi hay que tener buena condición física. Y eso es algo en lo que los empleadores de la marca hacen hincapié: cada que llega alguien a solicitar ese puesto lo ponen a prueba bailando con el disfraz un buen rato. Dependiendo de su desempeño deciden si se queda o no.
Omar convivía frecuentemente con sus compañeros que la hacían de botarga y sabía de primera mano todo. “Yo estuve laborando ahí cinco años y me enteré que a los de planta les pagaban unos 700 pesos a la quincena, por estar dos horas al día, tres días a la semana. Había dos turnos: uno de las 11:00 a las 13:00 horas, y otro de 17:00 a 19:00”, recuerda.
Por ser alto y aguantador, muchas veces le pedían llevar puesta la botarga durante verbenas en fechas importantes. Y eso, relata, era un poco más pesado.
“Recuerdo que una vez lo hice en el desfile del 20 de noviembre en Atlixco. Fueron unas tres horas de caminata alternada con música, bajo el sol. Cada zapato del disfraz pesa como un kilo y medio, así que el camino fue verdaderamente extenuante. Al final llegamos al Zócalo, donde además tuve que quedarme a saludar y repartirle dulces a los niños. Me pagaron 100 pesos por hora.”
Atínale al Simi
En 2012 se popularizó a nivel nacional una práctica bastante peculiar —y sinsentido—: buscar a los personajes en cuestión y tirarlos, aventarlos, golpearlos, y encima grabar un video y subirlo a redes sociales. Especialmente a YouTube. Una surtida galería de estas bromas sigue en línea actualmente.
“Eso obviamente llegó a Puebla. A mí nunca me tocó cuando la hice de Dr. Simi, pero a algunos amigos sí. La verdad es que sí nos lo temíamos porque, con todo y que el disfraz tiene hule espuma por dentro, pues sí duele. Nunca entendí el afán de la gente por hacer ese tipo de cosas. Si uno nada más quiere ganarse bien la vida”, dice Omar.
A pesar de todo, él cuenta que la labor tenía cosas buenas. Por ejemplo, que les permitía tener contacto con la gente, sacarla del ensimismamiento en que pudieran ir por las aceras, sacarse fotos con quienes se les acercaban, incluso regalar globos y hacer travesuras.
“A mí me gustaba esperar a que las chicas salieran de la escuela y pasaran cerca. Yo me hacía el inmóvil y de pronto reaccionaba y las asustaba. Estaba bien chido. La verdad, ahora que lo pienso, sí me gustaba mucho meterme en la botarga. Ahora trabajo en una planta industrial, ejerciendo una segunda carrera que sigo estudiando, pero si tuviera que volver a ser Dr. Simi, lo haría sin broncas. Hasta con gusto”, asegura.