Julieta Lomelí /@julietabalver
Todos creerían que es más fácil ser mujer en este siglo que atravesamos. A menos que vivas en un país islámico, en la vida pública las mujeres vamos encontrando nuestro sitio, construyendo espacios laborales que podrían asegurarnos cierto éxito. A la par de arrancarnos yugos que por siglos —sin ponernos radicales, pero aceptando nuestra historia—fueron impuestos por una sociedad patriarcal, que nos ordenaba, no solamente cómo habríamos de actuar sino también que destino, hogareño o asceta, debían tomar nuestras vidas. En la actualidad, al menos, en apariencia, estamos ganando esa lucha por trazar nuestras propias metas, por dejar de ser meros úteros, meros objetos de placer dispuestos en cualquier momento a quien a cambio nos condiciona dinero. En este nuevo milenio, del cual habla la escritora cubana, Gabriela Guerra Rey, parece que las cosas han cambiado, y que volamos como colibrís, imposibles de ser enjaulados, al advenimiento de una nueva forma de relacionarnos con nuestro entorno.
Pero ¿qué sucede en ese laberíntico mundo interior, que a mí parecer, es el cimiento de toda vida humana? ¿qué sucede con las mujeres de este nuevo milenio en sus vidas privadas? Esta es la pregunta que Gabriela tratará de tejer y destejer a lo largo de sus historias de Luz en la piel. Cinco voces de mujer (Ediciones Huso, 2018). Una novela que para nada peca de típica, porque como las decisiones mismas de la vida, tampoco nos lleva por un solo camino, ni opta por la clásica narrativa unilateral, que cuenta una historia de inicio a fin sin darse la oportunidad de extraviarse entre el desarrollo y desenlace. Una novela bien lograda, no sólo por lo intenso del tema que aborda, sino por esa complejidad narrativa, venida seguramente de una autora igual de astuta y compleja.
Luz en la piel es una novela sin recato, trata sobre ese maravilloso momento en que toda niña despierta a algo inaudito durante su adolescencia, a su “ser mujer”. ¿Qué significa convertirse en mujer? sobre todo, descubrir nuestra sexualidad, enorgullecernos de los espléndidos cambios de nuestro cuerpo. Mirar sin pudor eso que nos diferencia de los hombres, esa belleza, esa voluptuosidad: nuestros muslos redondeados, los senos altaneros que crecen en medio de nuestro pecho. El preludio del goce más consciente, de un clítoris dispuesto al placer.
Sobre esa sexualidad femenina de la cual no debemos avergonzarnos, ocultar, reprimir sino ejercer con el más puro sentido de felicidad y placer, trata Luz en la piel. Una novela que habla sobre la feminidad en este siglo en ciernes, sobre la urgencia de vivir plenamente siendo mujeres. Librándonos de los violentos prejuicios, del machismo y del ultraconservadurismo de una sociedad que da al hombre total permiso de nadar en el mar del erotismo y la perversión, mientras que a las mujeres nos condenan a ser santas o vírgenes, o si pecamos de libres, nos convierten en putas o mujeres fáciles.
De la dificultad, aún en este siglo, de ejercer nuestra sexualidad libremente: de ser libres de sentir, de que nos dejen ser libres de sentir, dibuja sus historias, Luz en la piel. Una historia tejida por varias historias. Un libro dividido en dos partes, en la primera parte se cuentan las aventuras, sueños y aspiraciones durante la adolescencia de cinco chicas, y en la segunda parte, se retrata la adultez de esas chicas ahora convertidas en mujeres. Las historias que rodean el libro son magníficas.
Encontramos desde la mujer que ama el gozo —como seguramente muchas de las lectoras lo aman—, que consigue la buena fortuna de encontrar un hombre con el cual ahogarse en las profundidades líquidas del sexo sin tabúes: “cogiendo como conejos, siendo escuchados en todas las quebradas de la geografía nacional, por donde deslizaban sus nervios y tendones ávidos de alimento y amor”. Hasta la mujer, que una vez más, busca la repetición de esa afinidad sexual, ese demonio que le carcome el clítoris, esa pornografía mental que la hace dar piruetas en búsqueda de un tipo con quien encausar la furia de su libido, y cuando cree encontrarlo, con los ojos ávidos de placer, ella “de cuatro patas y de espaldas le implora que la penetre por atrás”, mientras que su hombre, ese pobre víctima del ultracostumbrismo, de la no superación del incesto materno, se escandaliza, perdiendo “la erección, acusándola de puta, de mala mujer. Destajándola en todos los añejos preceptos que han estigmatizado a las mujeres libres, la desbarata en cada quimera, humillándola y dejándola en el rincón, golpeada, malherida”.
Luz en la piel también habla de esas mujeres jóvenes que temiendo ser juzgadas de “cascos ligeros”, mantienen su virginidad, para dársela al amor único, a ese hombre, que finalmente ha pasado por todo un reino de clítoris. Ese hombre que separa amor de deseo, que busca a su virgen para el hogar, mientras que, en sus múltiples aventuras, buscará alguien más con quien saciar su apetito sexual hasta las venas. Luz en la piel también habla de esos abusos, de esa hipocresía de la doble moral. Describe también a esos hombres que no sin cierta desesperación, quieren explotar sus ansías de represión, de controlar a alguien más, de transgredir a su Madona, a esa mujer ingenua y “pura” que cree en el amor, que confunde amor con violencia, esa mujer que debe acceder cuando él diga a lo que él diga, esa mujer a quien violar, a quien arrebatarle la virginidad incluso a la fuerza.
Este jueves 4 de abril se presenta en México Luz en la piel, cinco voces de mujer, mi más reciente novela. Acompáñenme.https://t.co/E3iTKIPYiP pic.twitter.com/Jt05Mdp8fH
— Gabriela Guerra Rey (@gabigr1981) April 2, 2019
Luz en la piel es una novela dura. No quiero darles más spoilers, pero a mí, como a quien ose a leerla, seguramente le dejará una enseñanza y es la de que el nuevo milenio no es tan liberal como creemos, que las mujeres, aunque aparentemos ser plenas en los asuntos públicos, aunque seamos exitosas, a veces seguimos mutiladas afectivamente, reprimiendo nuestra sexualidad en aras de encontrar un “hombre que nos tome en serio”, muchas veces hombres que no sirven más que para degradarnos como mujeres plenas. Gabriela Guerra, expone muy bien en su novela esa premisa de delegar la responsabilidad de nuestra felicidad en las manos de una sociedad que juzga, que destruye, que mata, con su moralina irracional, a nuestras mujeres. A pesar de ser mujeres del nuevo siglo, seguimos casadas con el mito del amor sin sexo, o a la inversa, creemos que el sexo sin amor es una forma de no atarnos a los abusos que en la intimidad, por siglos, nos han sometido. Nos sentimos indignas de tenerlo todo.
Luz en la piel enseña que también las mujeres debemos reconstruirnos. Que las jóvenes adultas de este milenio son la generación de ruptura y de ellas depende abrirle la puerta a las que vienen, a una sociedad menos violenta, que puedan ser libres no sólo en el mundo público, sino más allá de la imagen superficial que dan a los demás. En materia de género no hemos avanzado tanto como se cree.
Ser feminista no sólo implica pagar la cuenta en una cita y abandonar la dependencia económica, sino también construir una morada interior amorosa y habitable para una misma, en la cual la frustración quede emplazada por el placer. Las mujeres también deberíamos aprender a gozar sexualmente, a considerar este aspecto como uno de los más importantes de nuestras vidas, lo cual implica no conformarse tan sólo con las posibilidades aceptadas por la mayoría, la de no creer que la monogamia, la heterosexualidad, y el matrimonio son las únicas vías para ser felices.