Lo que los tricolores hicieron ayer al elegir a Alito como líder nacional de su partido es entronar al consentido del presidente, quien ya tendrá otro aliado más en la construcción de esa cosa llamada “La cuarta transformación”.
Alito es el mini me de AMLO. No es ninguna sorpresa, ya habíamos visto a muchos tricolores de colaboracionistas desde que Morena ganó la elección en el 2018. Como oposición fracasó y en el ánimo de sobrevivir se fueron a jugar un doble juego y crearon el PRI-MOR (ena).
Al grito de: “¡Es un honor estar con el PRIMOR”, los priistas han quedado rebasados, humillados, evidenciados, divididos internamente y sin proyecto.
Alito es un militante más que solo utiliza su palabrería y al final es pura y vil demagogia. Es el típico político que al preguntarle algo en concreto responde con una larga y tediosa verborrea: “recuperar al PRI; reconquistar a nuestras bases; hemos abandonado a nuestros militantes; necesitamos rostros nuevos: gente que esté a favor de la sociedad; bla bla, bla y más bla, bla, bla”, pero de ahí en fuera no dice nada extraordinario.
¿Esto cómo repercute a nivel local?
Pues como de por sí Lorenzo Rivera (en su nombre lleva la penitencia, pues se hizo bien Lorenzo) no representa a nadie,no pasará nada. Nunca se le ha escuchado hacer un pronunciamiento de nada.
Ya deberían llamarlo ” Lorenzo, El Tecito, Rivera”.
Javier Casique controlará no solo a sus pocos diputados en el Congreso del estado sino que llevará mano en las decisiones de su partido.
Casique, al fin y al cabo, representa los intereses de su compadre y amigo Enrique Doger.
Quizá desde esa posición y con la venia de Alito (Amlito) pueda llevar a su ex jefe en la BUAP y en el ayuntamiento de Puebla a un puesto de elección popular en el 2021, sin duda alguna. No nos extrañe que esa corriente priista ahora esté del lado del presidente de la República y del gobierno estatal poblano.
Lorenzo Rivera ha sido el líder priista más gris que ha tenido ese partido en Puebla. Es como un burócrata o “godín” de medio pelo que ni hace bien ni hace mal. Es como el típico “caemebien” de la oficina que solo le preocupa que no le roben su tupper ware del refrigerador.
Quizá por eso el PRI poblano está hundido en su propio limbo. Desde hace mucho no opinan nada, no fijan posturas, carecen de una agenda propia. No se sabe qué papel asumirán con respecto a temas como: inseguridad, agua potable, la cuarta transformación en Puebla y el gobierno de Barbosa.
La dirigencia de ese partido es tan anodina que, por ejemplo, no han defendido a uno de sus correligionarios: Jorge Estefan Chidiac ante cuestionamientos hechos por el morenista Gabriel Biestro. Y ya sabemos que el ser neutral es ir en contra.
No hay que sorprenderse, pues lo mismo hicieron cuando gobernaba Rafael Moreno Valle. Fueron los propios priistas quienes, a cambio de un buen plato de lentejas, se sumaron al proyecto del panista mientras gobernó los últimos ocho años en Puebla.
El PRI no se debe espantar cada vez que sigan perdiendo elecciones, al parecer su meta es ser la bisagra del PAN cuando gobierne (PRIAN) o de Morena cuando a este le toque repartir las tortas (PRIMOR).