Julieta Lomelí / @julietabalver
La primera vez que se denunció de manera escandalosa el tema de los privilegios aunados al ejercicio político, o, mejor dicho, al mal uso del ejercicio del poder, fue en 2014, con un libro que Ricardo Raphael publicaba bajo el nombre de “Mirreynato. La otra desigualdad”, en su obra se hace una denuncia de varios hijos de políticos y servidores públicos que despilfarraban el dinero en el extranjero y que tenían todo un ejército de lacayos a su servicio. La cultura del privilegio en México, para Ricardo Raphael, era comparable con la Edad Media que actualmente es representada con una imagen renovada de “caballeros y sus vasallos” en la que, a mayor posición política o económica del dinero mal habido del padre, el hijo tendría también mayor número de sirvientes a su disposición.
El libro de Raphael no sólo habla de esta nueva generación de jóvenes adinerados, quienes, gracias a las rentas de sus padres, exhiben sin ninguna vergüenza su lujosa vida, sus viajes al extranjero, comidas y hospedaje en lujosos hoteles y restaurantes, ropa de miles de pesos, millonarios automóviles y hasta mascotas exóticas. Sino que también es una crítica a toda esa cultura del padrinazgo que da como resultado que los mejores puestos laborales, no sólo políticos sino adscritos a instituciones públicas de cualquier índole, sean dejados en manos de gente sin méritos, ejercidos por los hijos malcriados de la gran la gran corte de la corrupción mexicana.
La meritocracia en México, que ha sido emplazada por la endogamia y lo que yo llamaría una recomendocracia, ha existido desde tiempos inmemoriales. No es que Ricardo Raphael hiciera ese gran descubrimiento, ni tampoco que el presente artículo sea una observación novedosa al respecto. Considero que ser críticos sólo en determinadas circunstancias es también parte del problema, sobre todo cuando algún sector del periodismo se atiene a ser dependiente de la coyuntura y de quien le pague por volverse un crítico. Ese opinador o periodista demoledor de los conflictos sociales y la corrupción que le parecen más oportunos, en el sentido de hacerlo desde el oportunismo, no está posibilitado a formar parte de un cambio, porque ni siquiera podría tener la autoridad moral para quejarse de los privilegios no merecidos de servidores públicos, políticos e hijos de políticos corruptos.
No sé si alguien que escribe desde una verdad sesgada, muchas veces por esos mismos personajes que pertenecen a la corte mirreynal, puedan tener la autoridad de criticar eso mismo en lo que ellos caen: la corrupción. Con este tipo de práctica arraigada en el periodismo “chayotero” nos encontraremos así ante las mismas contrariedades sociales que han dominado por décadas, pero mutando de nombre, dependiendo de la práctica oficial que la esa misma “crítica” quiera legitimar con sus críticas. Este tipo de prácticas que pretende desarrollar un tipo de activismo periodístico tramposo, pero al servicio del Estado o del mejor mecenas.
La crítica de Ricardo Raphael fue prioritaria durante el sexenio anterior, y fue una buena advertencia de los excesos del poder mediocremente ejercido. Aunque nada cambio y las promesas del sexenio que ahora inician no dejan de hacernos sentir esperanza, no he visto hasta ahora que se procese a todos esos protagonistas del mirreynato del pasado, ni tampoco que se juzgue a los que ahora pretenden robarle el trono al escándalo de la Casa Blanca. Bajo el escudo de que esta nueva administración ha acabado con los privilegios de ese antiguo mirreynato, se erige entonces un nuevo tipo de lucha, y no es contra la corona del sexenio pasado ni tampoco contra sus escándalos de corrupción o de los maestros de sus grandes estafas, porque todos ellos han sido perdonados en aras de una transformación no sólo material, sino también espiritual.
Ergo, si nuestra idea era cambiar algo desde el periodismo y la denuncia pública no parece ser que se haya logrado últimamente. Mayormente se han construido investigaciones sesgadas que dependiendo del segundo que marqué el péndulo político, ha dependido también la crítica que la prensa hace de determinadas circunstancias sociales. De ahí que mientras el tema del mirreynato haya sido la polémica del sexenio anterior, pareciera que, durante este nuevo sexenio, liderado por una izquierda autonombrada como benevolente, ha cambiado su nombre por “pigmentocracia”, haciendo creer que los privilegios inmerecidos son más un asunto del color de la piel, que de corrupción y padrinazgo: entre más clara sea la piel de un mexicano podrá tener mayores posibilidades de gozar de privilegios inmerecidos.
Un nuevo tipo de mirreynato que pareciera expiar cualquier pecado del pasado mientras no sea el de la pigmentocracia, ha nacido este nuevo sexenio de tintes evangélicos que perdona cualquier crimen. Incluso si esto significa tener una licitación directa tan sólo por ser el hijo de un político corrupto, o el socio de empresas fantasmas pero militante del partido en turno, o el gran evasor de impuestos por décadas, pero ahora un empresario bendecido por la izquierda para construir un proyecto ecocida, e incluso un expriísta acusado de escándalos electorales pero absuelto por la dinastía de la “oposición” ahora constitucional.
Pareciera que ahora se puede ser todo eso y más, se vale ser corrupto y redimido por esta nueva mafia pero que no es la antigua mafia del poder. Sino una del color del “pueblo”, que reniega del “neoliberalismo”, que le cierra la llave a grandes farmacéuticas en lo que se auditan grandes vicios, que se siente con autoridad de cerrar programas sociales. Sí, esos mismos programas que eran propiedad de aquello del “color del pueblo” y no de los blancos privilegiados. Esta nueva mafia que no es mirreynato, pero que deja morir niños enfermos en aras de “limpiar” la corrupción de los hospitales. Este nuevo mirreynato que no es ese antiguo mirreynato región Pinos, sino uno que defiende la disidencia desde Palacio Nacional.
La nueva transformación de esa “raza cósmica”, de esa que tanto gustaba a un José Vasconcelos aficionado de nacionalismos germánicos. Esa “raza de bronce” utópica que ahora se está quedando sin programas sociales, sin apoyos a la ciencia, sin medicinas, sin proyectos de infraestructura sustentables, y que parecería que sólo les bastan los discursos esperanzadores y un padrón fantasma que entrega recursos económicos de manera directa. Esa misma raza cósmica, los “oprimidos” por el pasado, los “olvidados”, la ciudadanía que preferiría vivir en ese comunismo puro, pero que en un par de años tendrá una crisis alimentaria por la prohibición de la siembra de alimentos transgénicos. Esa misma raza cósmica que debe limpiarse de pigmentocracia. Esa idea al final irracional, que hará del color de la piel y las ventajas académicas que de ella se derivan, su mayor enemigo.
El enemigo es el conocimiento. El enemigo es la ciencia. El enemigo es el periodista crítico del mirreynato actual. El enemigo es el fifí. El enemigo es quien usa gafas para prevenir la miopía que polariza, sin mucha crítica, al país en dualismos banales, como los del color y la escolaridad. El enemigo eres tú y yo, los malditos aficionados de la meritocracia.
Imagen: El Confidencial