Por Ana María Roldán Salamanca – Neuropsicóloga Clínica
E n los últimos tiempos, a través de mi trabajo he observado cambios: los motivos de consulta, las situaciones que generan preocupación, ansiedad o tristeza son diferentes a las de hace diez años. Las herramientas y estrategias que las personas usan actualmente para expresarse y comunicarse han cambiado radicalmente. Las redes sociales son mágicas: poder comunicarte en tiempo real a miles de kilómetros de distancia resulta actualmente facilísimo y prácticamente gratis. Sin embargo, así como son increíbles los avances tecnológicos, el poder de destrucción de estos es infinitamente grande, en especial las redes sociales. Todas las personas tenemos en las redes herramientas poderosísimas para las cuales no estamos preparados ni para entenderlas ni para medir sus alcances, y en consecuencia, no sabemos usarlas adecuadamente. Esto ha provocado que se presenten nuevas patologías o que algunas áreas de conflicto personal se agudicen o modifiquen.
La envidia se va generando a través de lo que estás mirando continuamente y no tienes. Nuestros medios de información anteriormente eran la televisión con cinco canales a lo máximo, revistas semanales o mensuales y el periódico, por lo tanto, sabíamos que existían desfiles de modas, mujeres hermosas, lugares exóticos, pero eran gráficos y se veían y sentían como algo distante, no existía la inmediatez. El estar sometidos a esta gran cantidad de información todo el tiempo y en todo lugar genera envidia, se provoca resentimiento y frustración, mismos que te llevan a preguntarte “¿por qué yo no tengo eso o por qué yo no soy así?”, esto provoca enojo, una inconformidad contigo mismo y con tu entorno.
Lo más grave es que mucha de la información recibida es falsa, causa conflicto el Photoshop y algunas otras aplicaciones en donde alteran la esencia, al punto no solo de tratar de cubrir un defectillo, sino que se altera la edad, el color, la complexión por querer competir o aparentar algo que no somos. Estas magníficas herramientas nos han desfasado y no las sabemos utilizar. Las personas publican y publican para obtener un “me gusta” y querer ser algo o tener algo que no son. Este “me gusta” termina siendo como una bandita para tratar de sanar el dolor de no tener aceptación propia ni de los demás.
Los seres humanos tenemos huellas o heridas de rechazo, abandono, humillación, traición o injusticia. Todos, de alguna manera y en diferente medida, las tenemos y nos llevan a relacionarnos y a actuar en distintas maneras con nuestros semejantes. En teoría, a través de un trabajo de autoconocimiento y toma de conciencia podemos evolucionar y atenuar sus efectos, sin embargo, con tantas mentiras, rapidez e ilusiones que venden las redes estamos exacerbando nuestro lado negativo o, en todo caso, lo enmascaramos.
Conozco personas que solo viven a través de las redes, que publican sus historias: paseos, fiestas, comidas, olvidando vivir el momento. Observo parejas o familias en restaurantes con el celular en la mano, juntándose para la foto, sonriendo para después irse a sus respectivos lugares y optar por el mutismo. Personas viajando y publicando cientos de videos y fotos, y me pregunto si está todo eso en el plano de la realidad, ¿en qué momento estuvieron realmente ahí o se tomaron de la mano o jugaron con sus hijos? Del otro lado, los espectadores, al ver todo esto publicado, lo desean.
Uno de los grandes problemas es que se quieren las cosas rápido y a cualquier precio, incluso arriesgando la seguridad física y la integridad emocional. Últimamente leemos con más frecuencia muertes por tomarse la selfi en el lugar más complicado o de la manera más absurda. Es impresionante ver a una madre mostrar a su hijo en redes y descuidar consolarlo o simplemente contemplarlo. Niños y niñas tomándose fotos desnudas o en circunstancias de riesgo para agradar a sus parejas o simplemente competir y ver quién está más delgado o mejor formado, cuando en definitiva jamás se logrará el físico de las Kardashian, porque no son reales, y aquí viene otro engaño: observo personas que al entrar en esta competencia del físico y de la felicidad, al no lograrlo incurren en un autoengaño buscando salidas fáciles y sin esfuerzo. Las redes y las diferentes plataformas te ofrecen una ilusión, por ejemplo, en lugar de buscar una relación de pareja conociendo a la persona en lugares convencionales se recurre a plataformas de citas… que si estás consciente de lo que ahí vas a encontrar está bien, pero si lo que buscas es algo duradero, no lo vas a tener. Al no lograr todo esto se genera un mayor vacío y desolación.
Tengo niños con una verdadera adicción al celular, personas con una necesidad de estar conectados día y noche, jóvenes angustiados porque no reciben “me gusta” o sus “amigos” no han visto sus historias, adultos que enloquecen porque sus parejas no responden y están en línea, jóvenes y adultos enajenados porque no tienen lo que otros muestran: parejas, familia, opulencia; me decía un chavo de quince años: “el día que tenga una novia así, seré un triunfador y feliz”. Es increíble que a los veinte años una chica permita golpes de un tipejo porque según él está gorda y le mande videos de chicas con mejor físico. Mi generación no se salva de esto y buscan a toda costa entrar en esta turbulencia, publicando fotos, empleando aplicaciones y plataformas sin responsabilidad e incurriendo en más errores que ni siquiera podemos justificar por la edad, sino por ignorantes e inmaduros.
En todas partes encontramos frases o podcasts para ser feliz, obtener paz, ser ecológico y las compartimos, y sin embargo, en la realidad todo va peor, más violencia, tristeza y contaminación.
Todos queremos ser escuchados, vistos, admirados; es impresionante leer en los comentarios gente escudándose en el anonimato para ofender y denostar, mientras otros pelean con estos mismos sin temor. Ahora todos somos expertos en todo.
Es necesario identificar las mentiras de las redes, volver a lo básico, es necesario aprender a esperar, a saborear los momentos de pausa, apreciar la soledad, tener la cultura del esfuerzo, y lo más importante: generar una cultura de aceptación y de amor propio para posteriormente irradiarlo al exterior.