El País | Luis Pablo Beauregard | EFE
Andrés Manuel López Obrador, el presidente de los símbolos, arrancó su primera visita al extranjero en 19 meses visitando monumentos. El mandatario aterrizó en un territorio convulso. El sábado, manifestantes de Baltimore (Maryland) derribaron una estatua de Colón y la arrojaron al río Chesapeake. Otra estatua del navegante italiano fue decapitada en Connecticut el mismo día. La Casa Blanca está cercada y vigilada por la policía metropolitana. Todos los comercios vecinos a Lafayette Square están cerrados y con los cristales tapiados para evitar la ira de las protestas antirracistas que han sacudido a la presidencia de Trump. Letras gigantes pintadas en amarillo brillante sobre la calle 16 deletrean Black Lives Matter. La ola revisionista recorre Estados Unidos y pone en peligro estatuas y memoriales. López Obrador apostó por iniciar su visita haciendo un par de homenajes a presidentes del siglo XIX.
Un paseo por el memorial de Abraham Lincoln ha sido la actividad inicial de López Obrador en Estados Unidos. Es la primera visita de un mandatario mexicano a la capital estadounidense desde julio de 2016, cuando Enrique Peña Nieto se reunió con Barack Obama. Entonces, el mandatario del PRI voló en un flamante avión privado, que hoy es ofrecido en una venta que no encuentra comprador, acompañado de cuatro secretarios de Estado. López Obrador, en cambio, aterrizó en el aeropuerto de Dulles la noche del martes en el vuelo 1609 de Delta, después de haber hecho escala en Atlanta. Con él volaron su canciller, Marcelo Ebrard, la secretaria de Economía, Graciela Márquez, y su ayudante personal, Daniel Asaf. Todos ellos dejaron flores en recuerdo de Lincoln, Abe el honesto.
López Obrador es un fanático de la historia. Estos gestos no extrañan a cualquiera que lo conozca. En uno de sus libros, el presidente mexicano describe la llegada a Tabasco, su Estado natal, de ocho soldados confederados, entre ellos un coronel, vencidos en la batalla de Gettysburg. Los soldados que pelearon en defensa de los esclavistas del sur arribaron al puerto de Dos Bocas, donde hoy el presidente se empeña en construir una refinería.
Lincoln fue uno de los congresistas que se opuso a la guerra que Estados Unidos declaró a México en 1846 tras la anexión de Texas a los norteamericanos. Por ello, la gran silueta del político de Kentucky es recordada con cariño en una nación donde aún escuece la pérdida de la mitad de su territorio a manos de los yanquis. En 1966, el presidente Lyndon Johnson inauguró en Ciudad de México una estatua de Lincoln en el barrio de Polanco.
Dos años después, el gesto fue devuelto. México mandó por tren un monumento de Benito Juárez, un mandatario de mediados del siglo XIX que sirve a López Obrador como uno de sus principales referentes. La estatua, de seis metros de altura y 1,6 toneladas, ubicada a pocos metros del río Potomac, ha sido la segunda visita del mandatario mexicano en Washington. En la base de la figura, una pequeña urna contiene polvo de Guelatao, el pueblo natal del héroe oaxaqueño. La obra de Enrique Alciati, el francés que hizo la victoria alada de Ciudad de México, recuerda una de las frases más repetidas de Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Algunos mexicanos acudieron al monumento a Juárez para mostrar su apoyo al presidente. “¡Es un honor estar con Obrador!”, gritaban personas que habían viajado desde Brooklyn, en Nueva York, para ver fugazmente al mandatario, que dejó una pequeña ofrenda floral. También había un pequeño grupo de detractores que sostenían pancartas: “En Houston no te queremos”. Algunos simpatizantes de Morena increpaban a los periodistas de Televisa y de Tv Azteca. “¡Se les acabó el chayote! ¡A pagar impuestos!”, vociferaba sin cubrebocas un hombre. Parecía desconocer que los dueños de estas empresas televisivas forman parte del selecto grupo de 11 empresarios que acompañará a López Obrador a cenar esta noche con Trump en la Casa Blanca.
El primer viaje de López Obrador al extranjero es un guiño a la historia común entre México y Estados Unidos. El mexicano fuerza la lección horas antes de entrevistarse con el personaje más antimexicano en los tiempos recientes de la Casa Blanca. Los mexicanos no olvidan aquel primer discurso de Trump como aspirante presidencial, donde fueron llamados criminales y violadores. “No son nuestros amigos, créanme”, dijo entonces el candidato.
La agenda de López Obrador ha dejado fuera a los inmigrantes en un país donde habitan casi 40 millones de mexicanos. Diversas organizaciones se han quejado de este descuido. “Usted prometió que los consulados en este país serían auténticas defensorías. Hoy le pedimos que hable y levante la voz por nosotros”, solicitó una coalición de derechos para los inmigrantes de Illinois al presidente mexicano. Otra organización de inmigrantes de Zacatecas acudió al monumento a Lincoln con una gran pancarta que decía: “Queremos unirnos a su programa de desarrollo, ESCÚCHENOS”.
López Obrador tampoco se entrevistará con los jóvenes hijos de inmigrantes amenazados por el intento de Trump por acabar con el programa DACA (Acción diferida para los llegados en la infancia). Peña Nieto, que se reunió con Obama 25 minutos hace cuatro años, sí celebró una reunión con los dreamers. El presidente de los símbolos ha olvidado uno muy importante para cualquier jefe de Estado mexicano que visite Estados Unidos.