El té llegó a Japón en el Siglo IX, de la mano de monjes budistas Zen, quienes lo impregnaron de un sinfín de elementos rituales. Más allá de disfrutar esta su infusión, los monjes percibían a la tisana de Camellia Sinensis como una herramienta de carácter espiritual que ayudaba a la meditación.
Ellos mismos fueron quienes idearon el “chasitsu” o cuarto de té siguiendo un único precepto: crear un espacio donde la simpleza y el vacío hicieran del beber té un acto de trascendencia e introspección ilustrada.
Esta ceremonia lleva un carácter espiritual, por lo que no es una ceremonia vacía, ni simplemente una forma refinada de tomar el té. Expresado en pocas palabras, es una forma de purificar el alma, mediante su unión con la naturaleza.
Hablar del “chasitsu” es apuntar a uno de los mayores íconos espirituales de Japón, a ese espacio físico dedicado a la celebración de la ceremonia del té y al punto de reunión de algunas de las disciplinas más tradicionales del territorio nipón.
Chasitsu, un espacio Zen
La historia señala al sacerdote Murata Shuko como uno de los más destacados diseñadores de cuartos de té del Siglo XV y como el propio padre de la ceremonia dedicada al consumo de la infusión. Shuko disfrutaba servir el té a sus invitados personalmente, en la atmósfera personal e íntima de un cuarto pequeño donde cabían sólo entre cinco y seis personas. El espacio, fundamentado en la filosofía Zen, contaba con cuatro y medio tatamis, y ofrecía una sensación de absoluta y plácida tranquilidad.
¿Cómo se diseña un cuarto de té?
La estructura del chasitsu requiere la labor de numerosos artesanos: carpinteros, maestros productores de tatamis, jardineros… El espacio generalmente posee dos habitaciones en su interior; una especie de cocina llamada mizuya, donde el anfitrión almacena materiales y prepara los bocadillos, y la sala principal donde los invitados se sentarán para beber el té.
El chasitsu generalmente se construye en jardines de casas particulares, terrenos de museos, parques y, por su puesto, templos. La edificación siempre posee “shōji”, las típicas puertas, ventanas o separadores de ambientes hechos con láminas translúcidas montadas sobre celosías, así como tatamis y tokonoma, un pequeño espacio elevado donde se montan lienzos con caligrafía o arreglos florales.
Por lo general, un cuarto de té común ronda los 8 metros cuadrados de superficie y tiene la capacidad de albergar cuatro y medio tatamis. ¡Sí!, el tamaño y nombre de este espacio se relaciona con la cantidad de tatamis que cubren el piso; los chasitsu de menos de cuatro y medio tatamis se denominan «Koma», mientras que los más grandes reciben el nombre de “Hiroma”.
Pero no se deje engañar por la aparente humildad y simpleza del espacio. Aquí, la sencillez ofrece una peculiar idea: “Mientras más simple sea la mente de uno mientras prepara el té, más limpio y puro será su servicio; mientras más simple sea la estética del cuarto de té, más alta será la probabilidad de que la experiencia tenga un efecto poderoso y duradero en el espíritu de los invitados”.
Con información de https: Food and Travel