“Si piensas que los artistas son inservibles, intenta pasar la cuarentena sin música, libros,
poemas o pintura” fue el tuit de Stephen King que subió el pasado tres de abril. Tiene
toda la razón, no apoyar el arte y la cultura es dejar morir la imaginación y el amor por la
esencia de la vida.
Es el fin de los sueños del Hombre (como humanidad no se exalten, amigos expertos en
lenguaje incluyente).
En estos días en los que la gente solo consume contenidos efímeros y vacíos, hace falta la sustancia que solo el arte y la cultura nos dan. Las redes y la televisión nos alimentan con imágenes y sonidos que duran un gesto y no dejan ningún aprendizaje.
Industrialmente, el consumo doméstico masivo dejó beneficios en algunas de las empresas más poderosas del mundo, Amazon, Disney, Netflix Apple o los gigantes de telecomunicaciones, pero dejó temblando al sector cultural tradicional, junto al turismo y hostelería.
Con la aparición de la vacuna, muchos vuelven a la hipótesis de recuperación del statu quo: en algún momento del verano las manecillas regresarán año y medio atrás.
Auge del consumo digital y doméstico
La gran hecatombe se llama industria musical, un sector que arrastraba dos décadas de continua fuga de ingresos de ventas físicas y que ha visto como desaparecía de cuajo el suelo de los conciertos en vivo. La caída de ingresos de Live Nation, la mayor promotora mundial de conciertos se cifra en un 95%. Ni siquiera el consumo en streaming ha crecido significativamente: la música ya era antes de la pandemia un sector completamente digitalizado.
La tensión entre el consumo de cultura presencial (teatro, cines, conciertos, librerías) y doméstico puede verse como un juego de suma cero. En la llamada economía de la atención, el tiempo de consumo cultural de toda la población tiene un límite. A partir de ahí, en la medida de que las necesidades de ficción o música sean satisfechas en un domicilio, el margen se estrecha para el resto.
El libro, último soporte cultural superviviente, queda fuera de esa realidad, toda vez que el ebook no ha podido desbancar la centenaria tecnología del papel. Pero la industria editorial tiene sus propios problemas.
¿Y los escritores? Volvemos a la economía de la atención: cada vez hay menos lectores. La literatura fue el arte hegemónico en el siglo XIX y primera mitad del XX, pero su lenta caída en busca del punto de equilibrio con su comunidad de lectores continúa.
El factor miedo del público adulto y mayor
La presencialidad de la era poscovid está asociada a una variable demográfica: el público es cada vez más adulto y sus precauciones o miedos para asistir a lugares públicos influirá en el futuro cultural a corto y medio plazo.
Recuperar o incentivar al público joven sería la respuesta natural, pero, pandemias al margen, el envejecimiento de la población mundial está marcando el futuro de la cultura tal vez más que ningún otro factor. No es casual que el gran lanzamiento de animación de Disney de 2020, Soul, aborde ya sin disimulo una temática exclusivamente adulta (la depresión de un hombre que no ha alcanzado la autorrealización profesional).
¿Crecerá el sector no lucrativo?
El reciente anuncio del cierre del Teatro Pavón Kamikaze en Madrid ejemplifica perfectamente un relato que se multiplica en todo el mundo: una iniciativa privada ya herida y que la pandemia ha rematado. Contaba con el reconocimiento social y éxito entre el público teatral, pero la suma no era suficiente.
La pandemia podría ensanchar lo que en EU llaman sector no lucrativo: la ópera, teatro o ballet principalmente se financian por las desgravaciones fiscales de las donaciones filantrópicas. El icónico cierre de Broadway hasta mayo de 2021 (de momento) demuestra que las artes escénicas no pueden sostenerse con ninguna reducción de aforo.
El coronavirus golpea el frágil ecosistema del arte contemporáneo
En el caso de los museos -que se han lanzado al mundo virtual en 2020- se añade la crisis del turismo y su dependencia pública. Si el peligro del arte en el mercado puro es su aplanamiento al gusto de las mayorías, el del arte guiado por lo público es –citando a Marc Fumarioli- que el estado “se arrogue el papel de guía cultural, promotor del arte de vanguardia y árbitro del gusto”.
En el polo opuesto, las artes plásticas contemporáneas son de largo el sector menos afectado. Las subastas se han adaptado como un guante a la era de la videollamada, y la relación entre acaudalados compradores privados y artistas no se ha inmutado. El único nubarrón en el horizonte será la capacidad de compra de nuevas obras a cargo de museos que puedan sufrir recortes presupuestarios.
En manos de los gigantes de internet y telecomunicaciones
La pandemia ha acelerado, aún más, la oferta de contenidos. El año dorado de las plataformas ha coincidido con el inicio de la guerra entre sus principales actores, que incluyen gigantes como Amazon, Apple, AT&T (dueña de Warner) o Disney, cuya principal víctima son las empresas de exhibición de cine, cerradas primero y huérfanas de contenido en su tímida reapertura.
Desde esa perspectiva, la decisión de Warner de estrenar todas sus películas de 2021 en su plataforma HBO Max antepone el interés del gigante de las telecomunicaciones AT&T que la tradición de Warner como gran estudio socio de los exhibidores.
Neofilia y acumulación de contenidos
La hoguera de contenidos de plataformas e internet, que necesita renovarse constantemente, alimentan de paso la obsesión por la novedad. En la avalancha de estrenos se acumulan horas y horas de producciones imposibles de asumir para los espectadores. Más teniendo en cuenta que el catálogo suma gran parte de la historia audiovisual. La circulación se impone al contenido en sí.
La acumulación tiene un impacto sobre el valor que el receptor otorga al producto artístico, convertido en un bien abundante y ubicuo, que corre el riesgo de perder del todo el aurea y carácter sacro que tenía en el siglo XX.
¿Y el arte sobre la pandemia?
El arte lleva décadas de cierto estancamiento en sus formas, posiblemente porque la historia –algo positivo en algunos aspectos- ha calmado su curso turbulento. Pese a la revolución de la distribución provocada por Internet, una serie como Friends continúa siendo generacional para los veinteañeros de los 90, 2000 y 2010. El espíritu de los tiempos está congelado.
En La máquina del tiempo, H.G. Welles imaginó un futuro en el que habitaban los Eloi, criaturas sin conflictos, y, por tanto, sin apenas formas artísticas. Si, como dice Javier Cercas, la pandemia no tendrá quién la escriba porque carece de épica, los artistas todavía tienen mucho drama alrededor para inspirarse y, sobre todo, una máxima para no olvidar: ningún futuro está escrito.
Con información de Rtve