Eduardo Rivera Pérez es como el agua tibia: no calienta ni enfría.
Hace casi 15 días, en este espacio, escribimos que el abanderado de la oposición desapareció y que no se le veía en campaña. Inmediatamente, una persona de su equipo me reclamó porque aseguró que no se había esfumado y que sí recorría la entidad. El reclamo, hay que decirlo, fue en términos profesionales, jamás fue con falta de respeto o mal intencionado.
De hecho, tenía razón el interlocutor, pues el candidato opositor sí visitó varios municipios, lo que habría que aclarar es que el alcalde con licencia no conmueve, no emociona, le falta punch, le falta el FUA.
Le falta provocar una emoción interna y que convenza de que hay que ir a votar por él en junio próximo.
Así que hacemos la aclaración: la campaña de Rivera se percibe descafeinada, lampiña, sin mensaje ni emoción, sin movimiento, aunque sí está en campaña y visita todos los días colonias, municipios y rancherías. Nadie lo acusa de flojo.
Una campaña sin chiste.
Hasta hoy, Rivera no ha dicho por qué hay que votar por él. No ha hecho un mensaje que provoque movimiento. Que el ciudadano vaya a las urnas convencido de que es la opción. No inquieta. No persuade. Es una campaña más de las tantas que he observado desde 1995.
Regresemos en el tiempo para ejemplificar a qué nos referimos: en 2010, cuando en Puebla aún se vivía la hegemonía priista, Javier López Zavala era el candidato del sistema, Mario Marín, aun con escándalo telefónico, tenía muchísimo poder.
A Moreno Valle le crearon un spot en el que decía “abre los ojos”, se refería a la necesidad de que los ciudadanos nos diéramos cuenta quién gobernaba y cómo lo hacía; era un llamado a la libertad. Ese mensaje aparecía por primera vez en redes sociales y se retransmitía en televisión, radio y hasta en las salas de cine.
Que, si después de abrir los ojos, Moreno Valle y sus empleados nos los picaron, esa ya es otra historia, pero al menos había emoción en esa campaña. El mismo Eduardo Rivera cuando buscó la alcaldía de Puebla en el 2021 creó (o le crearon) el slogan de cambiar el rumbo en clara alusión al gobierno de Claudia Rivera.
Hoy se percibe a un candidato sin mensaje.
El tema de la inseguridad es su talón de Aquiles en la campaña porque es un asunto de percepción. En esta elección no ha creado una narrativa como sí la tenía en 2018 y 2021: panista de cepa, perseguido político por Moreno Valle, peleó por la alcaldía de Puebla pero el morenovallismo lo bloqueó para dar entrada a una (presunta) aliada incrustada en Morena.
Hoy no existe una narrativa.
Miguel Barbosa, por cierto, no lo persiguió, al contrario, presumían ambos de su gran amistad.
Tampoco se trata de festejar o promover las persecuciones políticas, eso es un contrasentido.
Hablamos sobre que no hay “camino del héroe” como lo llamó el mitólogo Joseph Campbell.
Hace dos semanas hubo una comida con directores de medios y ahí, al menos, hubo tres preguntas sobre su falta de actividad pública. Fue cuando mostró la encuesta de Massive Caller y aseguró que días antes de arrancar la contienda constitucional estaba a muy pocos puntos de Alejandro Armenta. Retomó la idea que ya le había ganado a Morena (2021) y en dicha reunión sí se le escuchó echado para adelante, pero eso fue todo.
Hoy, en los primeros diez días de contienda, vemos exactamente el mismo discurso, las mismas formas, nada que conmueva, escandalice o emocione.
Agua tibia para las macetas.
Su apuesta es modificar los números de Armenta, pero no lo alcanza, al menos así se lee en el 90 por ciento de las encuestas (sí, desconfiamos de su uso, pero aún no hay otro termómetro para medir las preferencias sociales).
Habrá que ver cómo termina el primer mes de contienda, ya que dos meses es muy poco tiempo para una campaña estatal.