Sí, fue un éxito el debate del pasado domingo.
Buenos conductores-moderadores (Patricia Estrada y Juan Carlos Valerio), muy en su papel, claros y concretos en sus indicaciones. Bien manejados los tiempos de réplica. Bueno el formato, buen manejo de cámaras. Hasta ahí todo bien.
Los dos punteros (Armenta y Rivera) actuaron conforme al guion que les correspondía.
El senador morenista Alejandro Armenta Mier cuidó las formas porque es quien encabeza las preferencias electorales en todas las encuestas que se han difundido —incluidas las que le dan más puntos a su adversario—, pero no por eso no le recetó varios uppercuts a su adversario, pues sí le dio sus buenos soplamocos, aunque su papel, por ser quien va arriba y por ser el partido en el gobierno, fue más institucional.
A Eduardo Rivera Pérez por primera vez se le vio emotivo. Llamó a la emoción. Sí tomó su papel del retador. Ya se quitó la casaca de funcionario público y entendió que su rol es de opositor. Se desenvolvió bien ante las cámaras, esquivó, provocó, lanzó. Asumió que su papel es de oposición y que habrá a quien no le guste eso porque rompe un esquema, pero en la lucha del poder no hay conmiseración. “En el juego de tronos o ganas o mueres”, como dijo Cersei Lannister en la afamada serie de televisión de HBO (ahora Max).
El papel del personaje patético lo obtuvo Fernando Morales Martínez. En la política, siempre habrá quien asuma el papel de esquirol o palero. Eso abunda. Los partidos como el PT, el Partido Verde, o los desaparecidos PPS o PARM jugaban a mantener el negocio, a ser los satélites de quien gobierna, a hacer el juego sucio o el caldo gordo, sólo que algunos son burdos y otros más elegantes. A Morales no le quedó ese papel, fue a proteger al puntero en las encuestas. Le faltó estilo, porque hasta para hacer chingaderas hay que hacerlas bien, con elegancia.
¿Qué se critica?
Que realmente pocas personas lo vieron. Si hablamos de un universo más o menos 4 millones 600 mil personas, no pasó de 10 mil quizá que observaron el encuentro. Es decir, que sólo el círculo rojo y los interesados en la política aldeana aprovecharon su domingo para observar a los dos que aspiran a gobernar Puebla. El de MC tiene otro tipo de aspiraciones.
Y si pocas personas vieron el debate, es que el IEE no promocionó el debate que organizó.
Y si pocas personas le dedicaron tiempo es porque al sistema no le interesa que el ciudadano de a pie se incumba en la política. Es más fácil que se haya enterado del debate entre los candidatos que buscan gobernar la Ciudad de México que lo que ocurra en Puebla.
De hecho, en los noticiarios nacionales de televisión y radio sólo se habló del caso CDMX y Veracruz. Sobre Puebla, sólo fue retomada la frase del “chavorruco” para la sección de Las Mangas del Chaleco que ahora las presenta Danielle Dithurbide en las mañanas.
De hecho, el punto es que el debate poblano es de autoconsumo y el llamado postdebate es peor.
Al ser esta una elección presidencial, lo que se juega es que siga el obradorismo vs. que se cancele el obradorismo.
Es decir, por más que hayan ido al salón de belleza a que se arreglaran sus uñas, que se pintaran rayitos, que se prepararan, sólo consolidó las estructuras de dos candidatos. Difícilmente se ve que cambió tendencias (quizá unas cuantas, pero no tanto).
Fue como gritar en el desierto.
Es como ser un comediante de stand up sin público.
Es como si se cae un árbol en el bosque abandonado.
Al Instituto Electoral del Estado le hace falta promover y promoverse. No han salido las encuestas sobre si el respetable sabe que el 2 de junio habrá elecciones, por ejemplo, aunque esa será otra historia.