Niños vestidos con manta y playeras que llevan la imagen impresa de la santa católica caminan sonrientes por la feria que recorre el Paseo, a veces lloran a sus padres que se detengan para comprar algún juguete o golosina.
Los adultos cargan en sus brazos las figuras de la Virgen envueltas con mantas como quien sostiene a un bebé, sombrillas negras más grandes de lo que cabe en los concurridos pasillos de la feria mientras gritan a el nombre de sus familiares para evitar perderse entre la gente.
No es la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México, sino en Puebla capital, donde está la iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe, también conocida como La Villita donde los peregrinos poblanos llegan a presentar su devoción a la imagen Santa.
La iglesia forrada de talavera y petatillo que se iza sobre el Paseo Bravo y Avenida Reforma desde 1722, y anualmente rebosa de flores, velas y peregrinos de diferentes edades.
Dos filas se alargan sobre la avenida principal que da a la puerta de la iglesia, en donde los comerciantes de la feria aprovechan para vender los objetos religiosos que pudieron habérseles olvidado a cualquier peregrino distraído.
Pero así como ahora ya casi no se venden veladoras, imágenes, estatuillas o escapularios, los peregrinos ya no caminan. La mayoría de los asistentes a la fiesta católica del 12 de diciembre llegan al santuario de la ciudad en camión. Y así que el viaje ahora se convierte en un camino de la parada de autobús a la iglesia.
Hoy no se ven caminantes sudados, con la piel quemada por el sol o reseca por el frío. Y a pesar de que el agradecimiento a anual que se le hace a la Virgen de Guadalupe en Puebla se llenó de personas ansiosas de verla en su santuario, el sacrificio de recorrer un largo camino para llegar a ella, disminuyó, por lo menos este año.