Quien descubrió que Néstor Camarillo se hizo pasar por un indígena para competir por senador fue el reportero Ernesto Aroche, director del portal Lado B.
Quien confirmó que el líder del PRI poblano engañó a una comunidad en la Sierra Nororiental de Puebla fue el reportero Cirilo Calderón de Hipócrita Lector.
Quien detectó que en la ciudad de Puebla se transfirieron miles de votos del Partido Morena al Partido Fuerza por México fue la reportera de La Jornada de Oriente, Mónica Camacho. Quien, además, descubrió que ese partido creció en su votación en casi 300 por ciento fue Osvaldo Macuil del 2021 al 2024 del portal Almanaque (un fenómeno que debería ser estudiado por la escuela de Posgrados de la George Washington University).
Quienes revelaron que, en el Congreso del estado, mientras presidía Eduardo Castillo la Junta de Gobierno y Coordinación Política (Jugocopo) se otorgaron contratos de publicidad a empresas fantasma o que no tenían nada que ver con publicidad o difusión de información —como fue el caso de una compañía de banquetes— fueron los reporteros de e-consulta Ricardo Juárez y Carlos Moreno.
Y eso es por mencionar algunos casos, la historia del periodismo en Puebla es muy amplia. No, no fueron los partidos de la mal llamada oposición. No fue Augusta Díaz de Rivera porque ella estaba en sus oficinas de millones de pesos o manejando sus camionetas nuevas. No fue Marcos Castro, porque él andaba tomado de la manita de la guardia de seguridad. Fue en el periodismo donde se dieron a conocer estos y muchos escándalos más.
Ahora, ¿dejará de ser Néstor Camarillo senador pese a que le arrebató la oportunidad a una mujer indígena? No, difícilmente. Cobrará seis años una jugosa dieta y mientras el PRI exista será un cacique rural, pese a que fue puesto en evidencia con documentos y declaraciones.
¿Le quitarán el registro a Fuerza por México? Por supuesto que no. No importa quién cargue con esa rémora, porque un día será uno, otro día será otro. Además, es una ficha más en el tablero. Tiene una función, pues mientras sean procesos electorales servirán para restar votos o dividir lo que queda de la oposición.
¿Habrá una investigación contra Eduardo Castillo y se sancionará a las empresas que nada tienen que ver con la comunicación y fueron beneficiarias con jugosos contratos? Para nada. Ya salió Castillo la semana pasada con la frase aquella de “No es tema” que para los que saben de política significa “No es tema-mando”; el propio diputado federal electo por Morena se ha convertido en un monumento al cinismo y ahora tendrá fuero al menos tres años.
Eso sí, estos y muchos casos más se quedarán para la historia y para recordar cómo se tuerce la ley, cómo se transa, cómo se incurre en corrupción ante los ojos de todos y no pasa absolutamente nada.
El periodismo –que no es un tribunal ni instancia jurídica sancionadora, ni mucho menos una comisión de derechos humanos–, es lo que queda para resguardar los contrapesos políticos ante la evidente complicidad fingida de partidos como PAN o PRI.
Pese a la Inteligencia Artificial, pese a que cada vez la gente lee menos y que los diarios y revistas impresas sufren una real crisis, pese a la construcción y crecimiento de pasquines por internet o que cualquier pelado abra una cuenta de Twitter, Facebook o Tik Tok y se presuma como reportero cuando jamás ha hecho ni una entrevista banquetera o hecho una crónica de una manifestación de la 28 de Octubre, pese a todo eso, es el periodismo lo que queda vivo.
Y no hablamos de los insufribles discursos que dictan colegas en las comidas o desayunos por el día de la libertad de expresión, esos sólo son actos políticos para quedar bien con el que está al frente de la administración. A nivel federal esos festejos ya fueron borrados desde hace años.
Hablamos de que, pese a todo y pese a todos, aún queda el periodismo, el cual seguro se transformará por la revolución industrial y luchará contra los consultores políticos que se apuestan más por los llamados influencers porque esos no dan lata y es más fácil tenerlos como niños cantores (a poco lleva la narrativa Luisito Comunica o la Wendy Guevara).
Y es que aun con la sordera cómplice, el periodismo se mueve. No me imagino a la IA descubriendo un caso de corrupción, es antinatura, porque después de todo es un robot que no sabe qué significa el factor sorpresa. Y que desconoce la duda y mucho menos la mala leche.