Aclaración: Cualquier parecido con la realidad, no es pura coincidencia.
Es un jueves cualquiera por la mañana, en un restaurante están reunidos los licenciados Fojaco y Malagón, los acompañan la licenciada Madariaga y, por supuesto, el lic. Menchaca. Todos ellos esperan al ingeniero.
¿Motivo del encuentro?
Presentarle un proyectito, un negocito.
Prometen el 20 por ciento para el funcionario ya lavado (y planchado).
Resulta que Malagón descubrió una nueva forma de cubrir las calles con una nueva fórmula: cemento con chicle y según le dijo un primo suyo, es un éxito en Europa, en Dinamarca y Suiza, pues así pavimentan sus grandes avenidas.
—Oiga, licenciado Malagón ¿Y es seguro esto del cemento con chicle?
—Licenciado Fojaco, me ofende. Mi primo es ingeniero y dice que uy, buenísimo. Además, vamos a poner una planta allá en Amozoc. Ya nada más estamos por conseguir el chicle que nos lo van a importar de Brasil de unos árboles así grandototes y gordotototes, y sacan un chicle, mi lic., ufff, mejor que el Kola loca. Y ya mezclado con el cemento, adiós a los baches.
La licenciada Madariaga lleva un block del mentado cemento con chicle. Malagón se lo pide y ella, quien por cierto también es periodista, le da la pieza.
—Vea nomás, pura calidá, Fojaco, pura calidá.
Fojaco toma el block y lo revisa.
—No pus’ huele medio raro ¿no? Huele como a pescado echado a perder, Malagón. Además, no pesa nada. No vaya a ser tablaroca o cartón piedra. Y vea nomás, cómo me dejó los dedos. ¡Uta madre! ¿Qué es esto viscoso? ¡Puaf!
—¿Qué pachóóóó, mi lic? Me ofende. Es por la fabricación, pero eso es lo de menos. Mire, el metro cuadrado lo vamos a comprar en 10 pesos y lo vamos a vender en mil. Imagine que le digamos al ingeniero que lo ponga para la ruta de evacuación del volcán. Como es una obra prioritaria y como el pinche Popo siempre anda echando ceniza y desmadre, lo van a aprobar. Metemos otras dos empresitas, la del licenciado Menchaca y la de la licenciada Madariaga, quien, por cierto, también es periodista, y nos ganamos la adjudicación.
—¿Y la ganancia, Malagón?
—Van a ser como 750 millones le damos el 20 al ingeniero, nos va a pedir el 30, pero al final nomás le damos 20; la licenciada Madariaga, quien también por cierto es periodista, ya le había dicho, ¿no?, tiene también unas factureras que le trabajaron a un góber que le daba por cantar cada que veía un micrófono. Negocio redondo.
Fojaco sonríe, Menchaca sonríe, Madariaga y Malagón se suman a la aprobación con sus respectivas y muy licenciadas sonrisas.
Minutos más tarde aparece en escena el ingeniero.
A este lo acompaña un asistente, quien carga el saco del funcionario, es el contacto de Malagón, fue quien contactó la cita con el inge.
La reunión resulta un éxito. El ingeniero sonrió, no dijo nada. Desayunó unos huevos árabes y se le regó el jocoque en su camisa a cuadros. Sólo pidió “mejoren los números”, que, para el buen entendedor, es que le suban los costos.
Saliendo del restaurante, Fojaco y Malagón se van juntos a Palacio de Hierro y se compran unos cinturones Zegna y Louis Vuitton. La letra Zeta y las iniciales L y V son tan grandes que rosan sus respectivos ombligos.
Se trata de que vean quienes son de ahora en adelante. Se acabó la época del buró de crédito, ahora serán constructores (la licenciada Madariaga, además es periodista), ahora todo será dinero, dinero y más dinero. Comprarán casa en La Vista junto a los políticos, ya no serán “unos pinches nacos”. No es para menos; el cemento con chicle será anunciado como parte de la nueva política de austeridad.
—Oiga Malagón aquí entre nos, dígame la verdad, —pregunta Fojaco— ¿En verdad es eso del cemento con chicle? ¿No es una tomada de pelo? O sea, ¿si es verdad que hay una planta en Amozoc y que traerán el chicle de Brasil?
Malagón se lo queda viendo sonríe y no dice nada.
Fojaco entiende esa sonrisa y comienza a reír desparpajadamente.
Sus dedos siguen manchados con algo viscoso y aún huelen a marisco echado a perder por el block de cemento con chicle.