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Ya nadie cree en los políticos ni en sus discursos, vaya, ni los que tienen su lugar apartado en cada elección podrían meter las manos al fuego por su candidato. La desconfianza actual hacia la clase política abre el debate sobre la posibilidad de que la Inteligencia Artificial asuma en breve el mando.
¿Qué rol está jugando y puede llegar a jugar la Inteligencia Artificial en la política? ¿Los robots pueden llegar a ser corruptos? ¿Cómo serían las campañas realizadas por algoritmos? ¿Votarías a un robot como tu próximo alcalde de tu ciudad o presidente de tu Comunidad Autónoma?
Tener un robot como alcalde o presidente, no nos debería resultar nada extraño en nuestro imaginario, dado que ya tenemos precedentes. Entre 2018 y 2019, tuvimos a la IA (Inteligencia Artificial) denominada Sam, que se postuló como primer ministro en Nueva Zelanda, la IA Alisa, que intentó lo mismo, pero en este caso para optar a la presidencia de Rusia o a la IA Matsuda Michihito, que se presentó a la alcaldía de un distrito de Tokio, Japón.
Los tres candidatos prometían justicia y equilibrio, donde sus algoritmos eran capaces de analizar los deseos y las peticiones de la población, satisfaciendo sus necesidades y resolviendo conflictos, dejando que la IA determinara las políticas, recopilando datos de la ciudad o país, y con el absoluto convencimiento de que las máquinas podían hacer políticas mucho más justas, incluso llevando a cabo una asignación equilibrada de los recursos basados en datos objetivos.
Entre los bots candidatos, llama la atención el caso de Sam, donde además de puntualizar que está disponible las 24 horas del día, y los 7 días de la semana -nada de vacaciones en Doñana- se creó para cerrar la brecha entre lo que quieren los votantes y lo que prometen los políticos, y lo que realmente logran. A diferencia de un político humano, consideraba la posición de todos, sin prejuicios, a la hora de tomar decisiones. ‘Él’ no dependía de la lógica, y «no me dejo llevar por las emociones, no busco ventajas personales y no emito juicios. No envejezco, tengo un intelecto que funciona siete veces más rápido que un cerebro humano, y soy capaz de tener en cuenta millones de opiniones».
Ninguno de los tres candidatos digitales llegó a buen puerto, y eso que, por aquel entonces, en 2019, uno de cada cuatro europeos prefería que la Inteligencia Artificial, y no los políticos, tomasen las decisiones importantes sobre cuestiones que atañan a la administración de su país, según un estudio realizado por el Instituto de Empresa.
¿Quién votaría por el candidato robot?
Tres años después de Sa, Alisa y Matsuda, las sensaciones por parte de los ciudadanos van en aumento y cada vez son más favorables a que las máquinas asuman gran parte de sus decisiones, contradictoriamente a lo que podemos pensar. Un reciente estudio de la Universidad de Georgia, EE.UU., pone de manifiesto que confiamos más en los algoritmos que en los seres humanos para tomar decisiones, y según aumenta la complejidad del problema, la confianza algorítmica va en aumento. En Corea del Sur, otro estudio indica que un 92% de los ciudadanos preferiría a la IA que a los a los políticos de la Asamblea Nacional para que decidieran las políticas nacionales. Estonia o India son otros países que van por el mismo camino y que ya incorporan la IA en actividades legislativas.
En términos de campaña electoral, el despliegue que podría hacer el candidato robot no tendría precedentes, quedándose reducida a la máxima expresión lo sucedido con Cambridge Analytics y Donald Trump. Su capacidad para crear una máquina de armas propagandísticas de inteligencia artificial para manipular las opiniones y acelerar las ideas en minutos sería incalculable, desplomando a sus adversarios y constituyendo los cimientos de la ciberpolítica.
La esperanza por seducir y persuadir al electorado cobrará otra dimensión llevándolo al terreno absolutamente digital. Lejos quedarán aquellos tiempos donde la mensajería y propaganda política eran batallas que se libraban en la televisión, prensa o radio. Me pregunto si un ‘bol-lítico’ se hubiera levantado de la mesa en pleno debate en una emisora de radio, o, mejor dicho, si se desconectaría automáticamente ante las ofensas recibidas por otro candidato, o hubiera tomado otra decisión más sabia según su sistema predictivo analizando qué iba a comportar a corto plazo.
Si los algoritmos nos pueden manipular y persuadir para cambiar nuestra intención de voto, ¿por qué no lo podría hacer un robot en campaña? ¿Si Alexa o Siri nos conocen tan bien, puede parecer descabellado preguntarle a quien deberíamos votar?
Las nuevas generaciones no necesitarán observar el carisma de un ser humano y preferirán a un candidato que utilice modelos predictivos para su toma de decisiones y no deje nada al azar o la improvisación. El gran reto de los próximos años se encontrará en conocer si los políticos artificiales podrán estar a la altura de las expectativas del mundo real. Además, me pregunto qué sensación supondrá para un votante experimentar la cesión de su voto a un candidato, no perteneciente a ningún partido, independiente, no humano y sin ideología más allá de la justicia y que destroza la polarización política.
¿Quién estaría detrás del cibercandidato?
Existe una gran presión económica para hacer obsoletos a los humanos. Sobre todo, porque los avances de la Inteligencia Artificial son ya en si un gran negocio, sumamente rentable y de largo alcance, por mucho que empiece a ser regulada en la UE.
La obsesión por controlar el futuro, en manos de los césares de las corporaciones tecnológicas y un grupo reducido de oligarquía de millonarios, hace pensar que serán los que regirán los algoritmos que estén detrás de nuestros políticos. Lo dice muy claro Kathy O’Neill, matemática de Harvard y autora del libro ‘Armas de Destrucción Matemática’: «Los privilegios son analizados por personas; las masas, por máquinas». La próxima revolución política será por el control del algoritmo, y ellos están situados en la casilla de salida, pero acaso, ¿no están ya controlando nuestros gobiernos?
Con información de El Economista