Son activistas de sofá. Cada vez que surge un tema sobre libertad de expresión, estos personajes se levantan de su letargo, se internan en un cuarto viejo, oscuro, lleno de telarañas, rebuscan entre mantas y consignas empolvadas, las sacuden y corren a plantarse frente a una cámara.
Se suben a una tribuna con megáfono en mano y, lo que no hacen en meses, lo intentan en minutos: armar las mejores frases para lucirse ante el respetable.
—“¡Nos están atacando!”.
—“¡Quieren coartar nuestra libertad de expresión!”.
—“¡Atentan contra los derechos humanos!”.
Algunos, más arriesgados, terminan esos enunciados con el consagrado: “compañeros”.
Cuando pasa la tormenta mediática, doblan otra vez sus mantas, avientan las consignas al cuarto de trebejos y regresan al sofá. Abren una bolsa de Cheetos, un Gansito, una Coca bien fría, y frente a la computadora retoman su activismo de siempre: quejarse en Twitter.
Ahí están, esperando la siguiente oportunidad para volver al cuarto de utilería. Sus consignas —creen ellos— nunca pasan de moda.
Ahora bien, ¿cuántos de estos activistas han sido realmente amenazados, acosados, espiados, denunciados o demandados? Muy pocos. No negamos que el viejo ‘Licenciado Sistema’ haya resoplado más de una vez en la nuca de sus críticos, pero sinceramente, muchos de estos activistas no provocan ni un estornudo, ni un cólico… ni siquiera una flatulencia, vaya ni un bajón de azúcar.
Presumen que sus cuentas en redes sociales están intactas, cuando en realidad su papel no es de críticos, sino de publirrelacionistas. Debajo de la máscara del activista incómodo habita el animador que hace sonar las matracas, truena los cuetes y lanza confeti.
Y ojo: algunos incluso utilizan estos temas como carnada. Mandan mensajes por WhatsApp buscando la opinión ajena, capturan pantallas y luego corren a quedar bien con el mismísimo ‘Licenciado Sistema’. Sí, el activista de sofá también se arrastra.
Recuerdo a un periodista que solía decir en cafés del centro histórico: “nos quieren censurar, nos quieren meter a la cárcel”. Dos días después lo veías salir de la entonces Secretaría de Gobernación —cuando aún estaba en la 3 Poniente, a la vuelta del Palacio— con bolsas de Liverpool y Palacio de Hierro. Lo que llevara en ellas, sólo él lo sabía. Aunque suponemos que no era lo último de la moda primavera-verano.
Y no sólo hablo de periodistas. Aquí caben políticos, empresarios y hasta creadores de contenido. Todos se suman al trending topic de la semana, no por convicción, sino por exposición.
A veces —hay que reconocerlo— son ingeniosos. Ligan un buen tuit, sarcástico, hiriente. Pero de ahí no pasa. Están cómodos en su sofá. Y desde ahí, creen que hacen la revolución.
Tal vez ya va siendo hora de elevar el activismo de sofá a rango constitucional, uno más de los Derechos Humanos.