Como diría un clásico de la picaresca poblana: “¡Qué asquerosidad es todo esto!”
¿Dónde quedó el legado barbosista?
¿Lo escondieron debajo del tapete?
¿De qué sirvió tanta persecución y tanto escándalo contra los “malos de malolandia” (Miguel Barbosa, dixit)?
¿De qué sirvieron los gritos, las portadas, las columnas, las auditorías y los sombrerazos?
La noticia corrió como pólvora: la exsecretaria de Finanzas del gobierno de Miguel Barbosa Huerta, María Teresa Castro Corro, fue sancionada con casi 363 millones de pesos por un daño patrimonial al estado que asciende a 600 millones, además de ser inhabilitada por 20 años para ejercer cualquier cargo público.
El Poder Judicial poblano fue contundente:
“María Teresa Castro Corro fue plenamente responsable de faltas administrativas graves por desvío de recursos públicos y abuso de funciones, por lo que se le impuso una sanción administrativa e indemnización.”
El asunto no es menor. Durante aquel mini gobierno barbosista se buscó “corrupción” hasta debajo de las piedras: hubo encarcelamientos, acusaciones de enriquecimiento inexplicable, señalamientos desde la mañanera, y auditorías enviadas a diestra y siniestra desde la Secretaría de Finanzas para intimidar o exhibir a funcionarios, empresarios y hasta comunicadores.
A un conocido concesionario radiofónico, por ejemplo, lo castigaron con cuatro auditorías solo por abrir el micrófono a un adversario político.
Y sí, varios de los señalados también habían abusado de su cargo o de los recursos públicos —no eran ningunos santos. Pero si la justicia ahora alcanza a quien encabezó las finanzas barbosistas, queda claro que nadie lo es, y que no se puede denunciar la paja en el ojo ajeno sin revisar primero el propio.
Porque, ¿de qué sirvió meter a “sudar” el dinero público en un banco que no tenía la solvencia para resistir un ventarrón financiero?
El caso Accendo Banco no podía quedar impune. La negligencia también es un delito, y ese dinero perdido le costó a Puebla. Que nadie se diga sorprendido, saben lo que hicieron en el sexenio, pasado.
Y lo peor es que no fue sólo una funcionaria: hubo otros actores —incluidos panistas de peso nacional— que asesoraron a Barbosa para invertir ahí. Todos metieron las manos en la misma olla.
La moraleja es simple:
Los gobiernos que se dedican a perseguir a sus gobernados siempre terminan pagando el precio.
Durante el mandato podrán mantener a los ciudadanos con miedo y la cabeza agachada, pero el tiempo, que todo lo cura, hace girar la rueda y pone a cada quien en su sitio.
Hoy, varios de los protagonistas de aquella administración ya no reciben llamadas, ya no son invitados, ya nadie los busca. Cuando terminen sus cargos de elección popular, no tendrán muchas puertas abiertas.
Porque a nadie —ni ayer, ni hoy, ni mañana— le conviene sentirse Dios en el poder.
Nota Bene:
Esta columna agradece al oriundo de Nativitas, poeta de la Mixteca, por inspirar frases que, sin duda, quedarán para la posteridad.

