Los focos ya no están rojos, ya están poquito más que morados. En las estructuras del PRI y del PAN no saben cómo detener la masacre. Lo dijimos en la radio (lunes, siete de la noche, programa Tres de tres) Andrés Manuel López Obrador no bajó en sus números con el debate, tampoco subió, cumplió su meta: cuidar la ventaja ganada ampliamente.
Sí subió Ricardo Anaya: enemigo de AMLO, del presidente Peña Nieto y de Meade. El candidato priista, por su parte, se hundió más en las encuestas.
¿Quién tiene la culpa de que AMLO esté en los cielos? Quienes lo repudian: PRI, PAN, PRD y demás pelusa. Es el sistema político que llevó a la mayoría de la población mexicana al hartazgo, al cansancio, al voto del odio y del rencor. Personas que viven en condiciones paupérrimas. Gente a la que no le alcanza. Víctimas de violencia, guerra contra el narcotráfico, desigualdad social, robo de hidrocarburos, trata de personas, más violencia, robo de hidrocarburo, más violencia y el aire de cinismo que se percibe en las cúpulas de poder.
Las redes sociales, Facebook y Twitter, han colaborado con este hartazgo, que siempre ha existido, pero estas lo alimentan un día sí y el otro también. Las redes no hacen ganar a los candidatos, pero ya vimos que sí los hacen perder.
La preocupación, creemos algunos, además de que el dólar se dispare en un rango de 25 a 30 pesos con la posible llegada de Andrés Manuel López Obrador, es una muy sencilla y poco se ha escrito o analizado a profundidad: la desesperanza que generará ante la población.
Su estrategia de ser un hombre bueno ha funcionado. Esa imagen del anciano duro y rebelde, líder de una secta cristiana que provoca que todos los que se afilian a Morena de pronto sean expiados de culpas, ha permeado en varios círculos sociales. Pudiste ser corrupto, pero te bañaste en las aguas de Morena y de pronto estás limpio, sin pecado concebido.
Si no te has bañado en las aguas de Morena ni escuchado las parábolas de López Obrador en algún cerro de México, eres de la mafia del poder.
López Obrador ha generado tanta expectativa que de ganar la Presidencia generaría un descontento social cuando se den cuenta que no va a poder con el paquete y se viene lo peor: los cacicazgos regionales, los gobernadores que se convierten en señores feudales y en un sindicato de gobernantes que presionan, extorsionan y amenazan a través de sus peones y alfiles en las cámaras.
No es que deseemos que nos vaya mal, sería un despropósito, pero recordemos lo que ocurrió en el año 2000 cuando ganó Vicente Fox: muchos creímos estúpidamente que acabaría con la corrupción, que arreglaría el conflicto en Chiapas a los 15 minutos de iniciar su mandato y demás tonterías, ¿y qué pasó?, fuimos víctimas de un toallagate, de un país en el que se empoderaron los gobernadores y no hubo la tan esperada transición.
En ese desgaste surgió AMLO. Y la gente le cree, lo ve como el mesías que la comunidad judía aún espera. Es el Moisés que baja del Sinaí y rompe las Tablas de la Ley porque ve que su pueblo (el bueno, pero a veces mal portado) adora a Belcebú, un toro que para él representa un demonio.
La esperanza es tal que no sabe que el tigre no es el que se va a despertar si se comete fraude o las autoridades electorales no le quieren reconocer el triunfo, sino el desencanto que vendrá muy rápido, pues no bajará la gasolina, el dólar se disparará, los medios de comunicación se irán contra el Gobierno Federal y, seguramente, habrá una parálisis en las cámaras baja y alta del Congreso de la Unión.
Esto va a ser un desmadre. Y ahora sí detengan al tigre. Gobernadores y líderes de partidos unidos para derrocar al rey.
Es como Juego de Tronos: Valar Morghulis (todos los hombres deben morir). Y quien no pelea por el juego de tronos, evidentemente muere. (Spoiler alert). Lo malo de todo esto es que AMLO parece de la casa Stark y ya sabemos que a ellos no les va nada bien.