Como ya se acerca la celebración del Día de Muertos y las historias de lo sobrenatural estarán a la orden del día, en Revista 360º – Instrucciones para vivir en Puebla les dejamos algunas muy poblanas.
El callejón del muerto
Sucedió una noche de tormenta de 1785, cuando los dolores de parto de doña Juliana Domínguez, sorprendieron a su esposo, don Anastasio Priego. De inmediato, el señor salió a buscar a la partera que ayudara en el alumbramiento, cuando fue sorprendido por un hombre que espada en mano le pedía el dinero o la vida. Don Anastasio, quien además de ir armado era un experto espadachín, no tardó en dar muerte a su contrincante, para enseguida ir a buscar a la comadrona. Tras el exitoso parto, del cual resultaron gemelos, don Anastasio acompañó a la mujer de regreso a su casa y, desde luego, se percató de los curiosos que rodeaban el cadáver de su contrincante, de quien nunca alcanzó a ver el rostro. Al tratarse de un asesinato se puso una cruz en el lugar y algún alma caritativa se ofreció a pagar misas por el eterno descanso de su alma. Parece que estas no tuvieron el efecto deseado porque muchos años después, el padre Francisco Ávila, párroco de la iglesia de Analco, fue abordado por un desconocido que suplicó ser escuchado en confesión. El padre accedió, pero el sacristán vio que ya había pasado más de una hora y no terminaban. Al ir a buscar al padre lo encontró ardiendo de fiebre y delirando por haber confesado a un muerto. Hasta este día, algunos habitantes de Analco siguen llamando este lugar como lo bautizó su leyenda.
El niño cieguito
Esta historia comenzó en 1744, en Valladolid, hoy Morelia. El fraile Agustín de Solís era un devoto guardián del templo de La Merced, donde realizaba sus ejercicios espirituales bajo la mirada de los santos que le rodeaban. Una noche, dos maleantes intentaron asaltar la iglesia, ante lo cual el valiente Agustín defendió el honor de la casa de Dios, siendo herido de muerte.
Al percatarse los asaltantes que no había dinero en el templo, optaron por llevarse una imagen de bulto del niño Jesús que tenía esmeraldas en los ojos. Como la escultura pesaba mucho, decidieron profanarla sacándole los ojos, pero aun así no lograron escapar: fueron detenidos y ajusticiados frente a todo el pueblo. El fraile Agustín murió, y la imagen del niño Jesús desapareció misteriosamente. Una semana después, llegó la noticia de la muerte de Agustín a su hermana, que era monja en el convento de las capuchinas en Puebla. Oró y lloró durante muchos días hasta que una noche, en la repisa de su cuarto, apareció la imagen de un niño Jesús sin ojos, y de sus pómulos vacíos manaban lágrimas. La monja llevó la imagen a la iglesia del convento, y con las oraciones de fieles y religiosos cesó el llanto del pequeño. Ella sintió entonces una enorme paz de espíritu, y comprendió que el alma de su hermano también descansaba llena de paz.
El Puente de México
Hubo un tiempo en que la comunicación entre Puebla y la capital del Virreinato estaba destinada al fracaso. Puente tras puente que se construía sobre el río se derrumbaba en la primera crecida de la temporada. En 1707, el virrey decidió contratar al afamado ingeniero Santiago Guzmán para que hiciera un puente a prueba de todo. El ingeniero Guzmán llegó a Puebla con su bella esposa y, desde el principio, vio la dificultad de su situación: la construcción del puente se volvió un infierno de derrumbes y muertes de trabajadores que por poco lo hace desistir. Una noche soñó que un ser espectral le denunciaba una infidelidad de su esposa y le indicaba que sólo limpiando su honra podría construir bien su puente. Así lo hizo y de inmediato se enteró de la identidad del amante de su mujer. Por propia mano, una noche le fue a dar encuentro en un camino solitario y con su espada le dio muerte; acto seguido, emparedó el cadáver en uno de los pilares del puente. No tuvo ningún reparo en confesarle el hecho a su esposa pues, aunque ésta se lo recriminó, sabía que si denunciaba a su marido ella misma quedaría expuesta como adúltera y podía ser enjuiciada. De modo que no tuvo de otra que ir a llorar su desgracia y la de su amante al puente…y parece que las lágrimas de mujer resultaron buena fragua, pues nunca más se volvió a derrumbar.
La aparecida del Hospital de San Pedro
En pleno siglo XVII una plaga de cólera asoló gran parte de la Nueva España y, desde luego, Puebla no se salvó de la peste. En el Hospital de San Pedro, (hoy San Pedro Museo de Arte), frailes y médicos no se daban abasto con la cantidad de enfermos que les llegaban cada día. Una noche, Fray Luis García estaba a punto de ir a descansar cuando escuchó que tocaron la puerta del hospital. Al acudir, vio que se trataba de una mujer que lloraba porque su hijo pequeño estaba en cama desde hacía varios días con una fiebre muy alta. Fray Luis despertó a uno de los médicos y de inmediato acudieron a la casa de la mujer, revisaron al niño y tomaron la decisión de llevarlo al hospital. Antes de partir, le dijeron a la mujer que en unos pocos días podría pasar a recoger a su hijo. El niño pronto se recuperó, pero la madre no regresaba por él. Al cabo de una semana, fray Luis fue a buscarla, pero al entrar a su casa se dio cuenta del fuerte olor que manaba del cuarto contiguo al que ocupaba el niño; al abrirlo, descubrió que la madre del infante llevaba ya más de una semana muerta. De inmediato ordenó sepultar el cadáver y sellar la casa. Al regresar al hospital rezó una plegaria por el eterno descanso del alma de la mujer que aún desde la muerte regresó a salvar la vida de su hijo quien, bajo la protección de Fray Luis, se convirtió en un excelente médico.
La aparecida del Puente de Ovando
María del Rosario de Ovando fue hija de uno de los hombres más poderosos de la Puebla del siglo XVIII. Cuando llegó a 16 años, según la tradición, estaba lista para contraer matrimonio con un hijo de una familia rica de la ciudad, sin embargo, estaba enamorada de un mestizo de poca monta. Un día, su padre, que desde luego se oponía al enamoramiento de su hija, tuvo que salir de viaje, diciéndole que tan pronto como regresara, la casaría con el joven que él eligiera para ella. María del Rosario decidió entonces comunicar esta situación a su enamorado, pero al ir a encontrarse con él, no advirtió que era seguida por su hermano mayor, a quien su padre había encargado su vigilancia. En un episodio de mucha confusión, el joven Agustín de Ovando dio muerte de forma accidental a su hermana y, con toda intención, al pretendiente prohibido de esta. No fue llevado a juicio porque se argumentó en su defensa que fue un crimen de honor, sin embargo, al poco tiempo la culpa lo carcomió y se quitó la vida. El padre, por su parte, hundido en la pena se dio a la bebida, hasta que una noche, mientras regresaba a su casa, se le apareció el espectro de su hija, cuya alma no podía descansar. Se cuenta que aún hoy, a la media noche, se sigue apareciendo el fantasma de María del Rosario, que sigue penando por su amor prohibido.
La casa del perro (3 sur, esquina 9 poniente)
Don Juan de Illescas fue un español que llegó a Puebla con su esposa y su hija en los albores del siglo XVIII. Se estableció en una casa cercana al convento de Santa Inés cuya fachada era rematada por la estatua de un perro. Pronto se hizo próspero en el negocio del tráfico de esclavos chinos, así que de inmediato se convirtió en allegado de la aristocracia poblana. Una noche, sin razón aparente, fue detenido por el Santo Oficio, pues se descubrió que su nombre real era Isaac Sefarad: se trataba de un judío oculto. Su esposa Sara y su hija cayeron en la desesperación por el futuro de la familia hasta que, en medio de una madrugada, Sara despertó sobresaltada y se percató que a los pies de su cama estaba un hermoso y gallardo mastín. Sara se tranquilizó y siguió al animal hasta un rincón de la casa donde resplandecía una luz muy tenue, de inmediato rascó en el lugar y se encontró un tesoro muy cuantioso. A partir de ahí, la historia se convirtió en distintas y muy escandalosas especulaciones: se dice que, con parte de ese tesoro, Sara sobornó a las autoridades y de esa forma Isaac quedó libre; otra versión apunta a que el mismo perro ayudó al judío a escapar de prisión, y con su tesoro intacto, la familia Sefarad partió hacia tierras norteñas del virreinato y jamás se volvió a saber de ellos.
La casa del que mató al animal (3 oriente, esquina 2 sur)
A finales del siglo XVI Puebla estuvo asolada por un monstruo: una enorme serpiente que estaba dispuesta a devorar a todos sus habitantes. Don Pedro de Carvajal, uno de los hombres más acaudalados de la época, no creía en esos “cuentos de indios”, hasta que una noche, al regresar a su casa, encontró a la bestia que acababa de devorar a su hijo pequeño y estaba a punto de hacer lo mismo con su hija Teodora.
Al defenderla, don Pedro quedó muy malherido, pero logró ahuyentar al espantoso ser. Un valiente caballero español, pretendiente de la mano de la bella Teodora de Carvajal, se impuso la noble tarea de matar al monstruo. Acompañado de feroces perros de presa, el caballero se internó en las entrañas de la ciudad para encontrar el escondite de la bestia y así lo hizo. Tras una encarnizada batalla, en la que la enorme serpiente devoró a los perros del valiente guerrero, éste le cortó la cabeza de un certero golpe. En medio de la lúgubre noche, el caballero regresó a la ciudad, donde colgó en el dintel de la puerta de don Pedro la cabeza del monstruoso ser y, como premio a su esfuerzo, le fue otorgada la mano de la bella Teodora, quien con enorme felicidad aceptó casarse con el audaz vengador de su pequeño hermano y de la ciudad entera. Desde entonces, Puebla no volvió a preocuparse por ningún monstruo…salvo de alguno que otro político.
La china poblana
Es uno de los más grandes íconos de Puebla y, por ello, no podemos dejar de contar su historia. Dice la tradición que nació en algún lugar del oriente de la India y que su nombre real era Mirra. En un convento jesuita de la región de Cochin fue bautizada como Catarina de San Juan.
Fue raptada por piratas portugueses y en Manila (Filipinas) la entregaron a comerciantes españoles que la trasladaron a Acapulco. Aunque originalmente estaba pedida para servir a don Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, un mercader poblano de nombre Miguel de Sosa “le ganó el mandado” y la compró por un precio mayor. Catarina siguió usando vestidos muy parecidos a los que usó en su tierra: multicolores y con largas faldas que la hacían ser muy vistosa, lo que posiblemente derivó en el vestido que se le atribuye en nuestros días. Al morir don Miguel de Sosa, dejó asentado en su testamento que no se desamparara a Catarina, así que fue recogida en un convento donde se dice que comenzó a tener visiones del Niño Jesús y la Virgen María. Murió el 5 de enero de 1688, a los 82 años de edad, y mucha gente comenzó a rendirle devoción como una santa, hasta que la Inquisición, en 1691, prohibió su culto por no estar debidamente canonizada. Sus restos descansan cerca de la sacristía de la iglesia de la Compañía de Jesús (4 sur, número 102)
La fuente de los muñecos (18 norte y 22 oriente)
Sucedió en 1937, en el barrio de Xonaca, una zona que por entonces era considerada la predilecta para la construcción de las casas de la gente más pudiente. Entre los habitantes del barrio se encontraba el entonces gobernador de Puebla, Maximino Ávila Camacho, cuyo rancho abarcaba gran parte de los terrenos del lugar. Uno de sus empleados, que fungía como su caballerango de confianza, era padre de dos niños de 6 y 7 años respectivamente. Una mañana de la temporada de lluvias de aquel año, los hermanitos salieron de su casa con rumbo a la escuela, cargando sus libros y un paraguas que los cubriera del aguacero. Fue la última vez que los vieron. A pesar de las intensas búsquedas que se realizaron en pos de los niños, estos nunca aparecieron; las autoridades dieron por conclusión que habían caído en un pozo cercano a la ranchería, pero sin pruebas fehacientes de lo que argumentaban. El gobernador, conmovido por el suceso, mandó construir una fuente donde se encontraba el pozo que supuestamente fue la tumba de los infantes. Aún hoy, algunos habitantes del barrio afirman que los muñecos cobran vida por las noches, y se les oye reír y correr entre los chorros de la fuente y las calles del barrio.