Todo arranca con una pregunta aparentemente sencilla, pero que nadie sabe responder con precisión: ¿Por qué diantres nos importa tanto lo que la gente opina de nosotros?
¿Por qué nos oprime tanto el instinto de gustar al prójimo? ¿Dejaríamos de preocuparnos si el amor de nuestra vida acabara de fallecer?
Estas preguntas que se formuló en su camerino resumen toda la biografía de Ricky Gervais. Es un bufón salvaje con una piel sorprendentemente fina ante las críticas. Una megaestrella del espectáculo que sigue coladísimo por su amor de adolescencia. Y un hater de la naturaleza humana, pero que ama a los animales aún más que a la legión de fans que le han vuelto millonario.
Pero esas preguntas también son el eje de su último hit, Afterlife, que recién estrenó su tercera y última temporada en Netflix. Recordemos: es la historia de Tony, un viudo reciente que se ve incapaz de suicidarse porque no tiene a quien dejar a su perro Brandy. Y que sólo encuentra sentido a su nueva existencia gracias a un superpoder: decir lo que piensa a todo el mundo sin temor a las consecuencias.
Se trata -y eso es mucho decir- de la serie más exitosa de su carrera, con más de 85 millones de espectadores en todo el mundo.
EL ANTROPÓLOGO DE LA OFICINA. Después de algunos fracasos y antes de sentir el verdadero éxito, Gervais estuvo en la radio londinense, Xfm, matando el tedio tomando notas sobre la ridícula conducta del ser humano.
Cuando lo encierras ocho horas con decenas de extraños y con una máquina de café como único narcótico (oficialmente) tolerado, algo debe de salir.
Aquellas notas fueron el germen de su éxito, tan tardío como estratosférico, con The Office, el averno laboral que retrata parece más auténtico que cualquier documental de la BBC. Sólo un consejo para los insensatos que aún no la hayan visto: habrá un personaje que, por algún motivo, le hará más gracia que el resto. Lamentamos informarle de que ese personaje es exactamente usted.
EL CAMELADOR DE LAS ESTRELLAS. El éxito de The Office, con versiones en 11 países, le abrió las agendas del showbusiness mundial. Gervais aprovechó para rodar Extras, en la que interpreta a un fracasadísimo actor de reparto. Pero aquí lo meritorio no es su papel, sino que lograra que las superestrellas de Hollywood, que no destacan por su sentido del humor, aparecieran en cámara riéndose de sus propias miserias. Nada iguala a Kate Winslet quejándose de que sólo hay una forma de ganar el Oscar: rodar una peli sobre el «puto Holocausto». Como la vida imita a Ricky Gervais, y no al revés, cuatro años después Winslet recibió el Oscar por The Reader.
EL BUFÓN ASESINO. En una temeridad impropia del sector, los Globos de Oro le han encargado presentar la ceremonia cinco veces. Sus chistes han sido directos y para algunos ofensivos, nos quedamos con su burla del postureo de los actores ultravirtuosos.
EL LÍDER ‘ANTIWOKE’. El humor de Gervais sólo tiene dos mandamientos: no hay ningún tema ajeno a la comedia y, si un chiste no te gusta, tienes todo el derecho a ofenderte, pero no a impedir que otros se rían. Su férrea defensa de la libertad de expresión le ha enfrentado al movimiento woke: si antes se le criticaba por progre, ahora se le ubica a un milímetro escaso de la ultraderecha. Su respuesta: «Sólo quiero vivir hasta el momento en que los jóvenes de hoy no sean lo suficientemente ofendiditos para la siguiente generación. ¡No se dan cuenta de que ellos serán los próximos!».
EL ANIMALISTA ENFURECIDO. Una alerta a los conservadores que estén relamiéndose ante su nuevo ídolo: Gervais es un ateo furibundo. Cada vez que matan a un torero, lo celebra ante sus 15 millones de seguidores de Twitter como si Inglaterra acabara de ganar el Mundial. Luego se abre una yonkilata y ve el mundo arder.
EL BUENISTA INESPERADO. Con todos estos antecedentes, ¿Qué intenciones tiene Gervais con su un melodrama After Life? Un matiz importante es que la serie incluye muchos chistes macabros y aún más palabrotas innecesarias. Pero quizá la clave sea que, a sus 60 años, con más 100 millones de euros en el banco y unos seguidores que se lo consienten todo, hasta un asocial confeso como Gervais por fin se atreve a mostrar al mundo lo que realmente es: un payaso cabrón que, bajo infinitas capas de humor amargado y un estilismo más que cuestionable, esconde cuidadosamente un corazoncito que nunca ha dejado de latir.
Con información de El Mundo