Julieta Lomelí/ @julietabalver
“La filosofía es esencialmente mundología; su problema es el mundo; ha de vérselas con este y dejar en paz a los dioses, esperando a cambio que también los dioses le dejen en paz a ella”, decía Arthur Schopenhauer hace más de dos siglos. El filósofo alemán estaba consciente de la tarea laica que habría de ejecutar el pensamiento filosófico. Sin embargo, también se daba cuenta de la necesidad religiosa de los hombres, que, a modo de terapéutica, combatía la angustia de saberse finito: “la propia reflexión que conlleva el conocimiento de la muerte proporciona también pareceres metafísicos destinados a consolarnos al respecto”.
Schopenhauer cree que el hombre es un “animal metafísico”, porque es el único que da cuenta de sí y lo que le rodea, reflexión que lo lleva a teorizar sobre los dolores que lo aquejan, sufrimiento que siempre desemboca en un sólo acontecimiento: la anulación de la individualidad, la muerte. La filosofía encuentra su inspiración en los deseos más bajos, los miedos y males del hombre, parte de su labor se basa “no sólo en que el mundo exista, sino más bien que sea tan fraudulento es el prurito de la metafísica”.
Pero ¿qué es la metafísica para Schopenhauer? El filósofo entiende por metafísica aquella meditación que intenta ir más allá de la experiencia, la que habla de aquello invisible a la mirada. Hay entonces dos formas de hacer metafísica, la primera es la manera ventajosa que intenta fundamentar una realidad paralela a la nuestra, un cielo o un infierno, algo así como lo que hace el discurso cristiano y cualquier cosmogonía religiosa de carácter radical. Mientras que el segundo tipo de metafísica es la que podría desprenderse del discurso filosófico, de un planteamiento como el que el mismo Schopenhauer construyó. Uno bajo el cual se piense lo que se oculta detrás de la naturaleza, intentando meditar sobre la esencia última del mundo.
Los sistemas metafísicos del primer tipo los encontramos en la mayoría de los pueblos, desde los ancestrales hasta los más modernos. La confirmación del discurso religioso es externa, irracional, dogmática “y se llama revelación, la cual se ve documentada por prodigios y milagros. Sus argumentos son principalmente amenazas con males eternos y temporales, dirigidas contra los incrédulos e incluso contra los simples escépticos”. En donde aquellos hombres que no logren estar facultados para cuestionar y pensar por sí mismos, sino sólo para creer y obedecer, se someterán a los principios de fe, mismos que terminarán destruyendo su libertad.
La religión, es para Schopenhauer la forma más popular de hacer metafísica, ya que generalmente tiene muchos sectores públicos de su lado, como “apoyo del gobierno, miles de templos en los que anunciarse y practicarse, tropeles de sacerdotes juramentados y, por encima de todo esto, el inestimable privilegio de poder inculcar sus doctrinas a la tierna infancia, con lo cual casi se convierten en ideas innatas”. Desde entonces, el filósofo se dio cuenta del peligro del fanatismo religioso y la capacidad de sus instituciones para mover y manipular a las masas.
Sin embargo, no sólo la metafísica que deriva del discurso religioso popular será la única forma de promover el peligro de la irreflexión. Existe otro tipo de metafísica que habita en el linde de lo burdo e insensato. Para Schopenhauer, las filosofías medievales entran dentro del primer tipo de metafísica, porque han servido para fundamentar el dogma cristiano desde entonces. Por otro lado, la filosofía universitaria le parece también un tipo de dogma religioso, una farsa, el mal uso de la razón para justificar a todo un gremio que “vive de la filosofía y no para la filosofía”.
Así, existe una tercera forma de hacer metafísica “religiosa”, para Schopenhauer, ésta se encuentra en el discurso filosófico que se enseña en la universidad, que no pretende ser portavoz de la verdad crítica, sino solamente domesticar la conciencia de los jóvenes estudiantes, grabando “en lo más profundo de su pensar, las tendencias espirituales que convengan a los propósitos de quien otorga las cátedras en el ministerio”. Schopenhauer tenía una fuerte pugna contra Hegel, porque era entonces el famoso filósofo de la época, el pensador de la Academia. Mientras que Schopenhauer renunció por entero a toda carrera universitaria, para trabajar en soledad. Arthur criticaría a quien se dejara guiar por modas “filosóficas”, y el hegelianismo era un ejemplo de ello, como hoy en día lo son muchas otras tendencias.
Tanto la filosofía mal encaminada, como los discursos religiosos paradigmáticos, sirven a toda una población para fundamentar una cosmogonía ficcional y una explicación pueril y dogmática de su existencia, a la par de construirse simples y unívocos sustentos de moralidad. A veces sólo “basta con las fábulas más burdas y los cuentos más insulsos” para tener el control axiológico e intelectual de toda una sociedad.
De tal modo Schopenhauer distingue entre capacidad metafísica y necesidad metafísica. La primera se identifica con la configuración del discurso filosófico serio, mientras que la segunda es inherente a todo ser humano. De la necesidad metafísica muchos se han aprovechado, dando como resultado los abusos ya sabidos por parte de las religiones y de las ya criticadas academias.
A dos siglos de los planteamientos del filósofo alemán. Su pensamiento no ha perdido vigencia, y aunque sus palabras intempestivas y no en menor grado arrogantes, no fueron del todo entendidas en su tiempo, el filósofo tuvo una buena fama póstuma. Tan tardío ha sido el eco de sus pensamientos, que actualmente es un bestseller de altos vuelos, convirtiéndose en un filósofo muy leído tanto por especialistas, como por aquellos alejados de la tan por él criticada academia. Un autor que logra un público de lectores tan amplio y variado no necesita nada más para seguir vivo.
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