Por Julieta Lomelí / @julietabalver
Si algo nos diferencia de los animales no es tanto el uso de la razón, porque aunque esta es una característica humana, en muchas ocasiones el individuo parece hacer uso de todos sus privilegios menos el de su razón. ¿No será que lo que nos distingue como humanos es nuestra condición estúpida?, y para eso basta comprender dos grandes verdades de la vida natural que he leído recientemente en un libro de botánica para posmodernos: “1) la estulticia humana no tiene límites y su inteligencia, sí: 2) su inteligencia no dura toda la vida, porque se va acabando con los años, mientras que la estulticia se extingue tres días después de su muerte”. Cuesta trabajo imaginar a un perrito estúpido o a un ave que emprenda vuelos trazados en la estulticia. Es más probable imaginar a una persona haciendo estupideces que siquiera nos pase por la mente juzgar de “estúpida” la conducta de algún otro ser vivo no humano. Pero entendamos “estupidez” en un sentido peyorativo, como la descripción de una conducta absurda, de una conducta que, pudiendo ser de otra manera, finalmente resulta irracional, incomprensible ante los ojos de los demás. En este sentido podemos decir que la estupidez merodea el ámbito humano de arista a arista, y ninguna época ha estado exenta de ella. Pienso, entonces, en algunos de los acontecimientos que, a pesar de haber transcurrido dos meses de este 2022, han inaugurado el año con su estulticia. Aquí un breve recuento:
- Casas blancas de la izquierda. Escribe Umberto Eco en De la estupidez a la locura que este siglo se caracteriza por una sociedad líquida en la cual el “posmodernismo marca la crisis de las grandes narraciones”. Entre esas grandes narraciones, la distinción y el significado entre izquierda o derecha también parecen sufrir una convulsión, perdiendo su sentido y los valores que distinguían a cada una. También las concepciones de Estado y de comunidad han entrado en crisis y, con ello, escribe Eco, “el individualismo desenfrenado, en el que ya nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse”. En ese sentido, el individualismo es lo que gobierna no solo la vida privada, sino también la pública. Por lo que, desaparecida la distinción de los propósitos éticos entre una ideología y otra, entre una comunidad y otra, solo queda la legitimación absurda de propósitos individualistas, mismos que incluso son llevados por servidores públicos. Así, el enriquecimiento ilícito del hijo del Ejecutivo y los escándalos derivados de ello, no han sido la excepción en este inicio de año. La estupidez materializada en acciones mezquinas le han arrebatado la poca credibilidad que aún le quedaba a la izquierda mexicana.
- Volverse un enemigo –estulto– de la prensa. Si uno es lo suficientemente estratégico debería saber que una de las reglas de oro para no ser derrotado es hacerse de buenos amigos y, sobre todo, mantener a los enemigos muy cerca. Cuando el rey gobierna debe saber que uno de esos potentes enemigos está en la prensa. Sabotear con acciones anticonstitucionales las posibilidades de diálogo crítico con el “cuarto poder”, como lo ha hecho recientemente el Ejecutivo, es una más de estas acciones irracionales, por no decir estúpidas, que han inaugurado el año. El uso abusivo de información delicada que un jefe de Estado puede –desde la corona del Estado– legitimar, no es ahora el más grave de los problemas, sino que dichas acciones ilegales ejecutadas desde un organismo que existe para velar por la legalidad, hacen desaparecer la idea de una entidad, el Estado, que garantice a los individuos su seguridad y dignidad. El circo mediático de un Ejecutivo transgrediendo, desde su posición de poder, cualquier legalidad, no es más que la destrucción absurda del Estado desde el Estado mismo. Un acto irracional.
- Abogados de la corrección política, compradores de machismo musical. Volviendo a Umberto Eco, nos recuerda que somos hijos de la sociedad líquida que nos vuelve huérfanos de los grandes metarrelatos y valores del pasado. Ello nos da la absoluta libertad de practicar la estulticia y de volvernos absurdos a los ojos de los demás sin ningún atisbo de vergüenza. Por lo que bien podemos declararnos un día cristianos y al otro día budistas, y a la semana siguiente podemos despertarnos siendo defensores del comunismo, para tiempo después volvernos fieles seguidores del capitalismo más inhumano. Esta crisis de valores hace más visibles las incongruencias cuando hablamos de nuestros gustos estéticos, de ahí que, por ejemplo, seamos unos acérrimos defensores del feminismo al mismo tiempo que tarareamos canciones violentas y llenas de odio hacia las mujeres. Esta muerte de los grandes relatos nos vuelve habitantes contradictorios de cualquier relato, mujeres y hombres que abogan por la corrección política mientras al mismo tiempo se forman por días en una larga cola para comprar los boletos de un cantante que transmite todo lo opuesto a eso con lo que comulgamos. Somos consumidores de aquellos productos culturales que proyectan, como un espejo, la realidad de una época, nuestra propia estupidez.
- No mires arriba, no pienses. Una de las películas que retratan de modo excepcional la estupidez de toda una sociedad –aunque se estrenó la última semana de 2021– y que seguro tendrá muchas posibilidades en los premios Oscar de este año es Don’t look up. Un film que expone, desde la sátira, lo incomprensible que pueden llegar a ser las acciones políticas con tal de adquirir votantes. “No mires arriba” es un film que retrata de modo cómico la estupidez del populismo, y cómo este, antes de ser salvaguardar la verdad y la integridad de los ciudadanos, viene cargado de consignas mediáticas, de engaños y de creencias pseudocientíficas simplonas para atraer al mayor número de adeptos posibles. La crítica a la sociedad que prefiere dejarse llevar por fines mediáticos antes que detenerse a pensar por sí misma de Don’t look up, no está nada alejada de la realidad de esos conservadores antivacunas que habitan por todo el mundo y que, llevados por ideologías o partidos de extrema derecha, como es el caso de Australia, se oponen absurdamente a la ciencia y a las evidencias que tienen ante sus ojos para responder a las vacunas con el lema de “You can say no”.
- La boda del millón. Escribe Umberto Eco que en esta posmodernidad “toda oposición entre belleza y fealdad se ha disuelto. Tampoco es cuestión de repetir con las brujas de Macbeth ‘Lo bello es feo y lo feo es bello’. Simplemente, los dos valores se habrían fusionado, perdiendo de este modo sus caracteres distintivos”. De ahí que nos atrevamos a replicar en redes, ya sea consciente o inconscientemente, un montón de hechos que van más allá de lo feo, incluso tocando lo aborrecible. Desde bodas de personajes éticamente cuestionables, hasta comentarios y comportamientos patéticos que con la facilidad de un clic seguimos fomentando y divulgando, como si fueran obras de las cuales sentir orgullo, en esa extensa red de la estulticia.