Prendes tu celular. Jugueteas en Facebook. Contestas una encuesta de esa aplicación que te pregunta sobre tu potencia sexual. Te ríes. Lo compartes. Stalkeas a tus amigos, a tus gustos culposos, checas el muro de tu novia, esposa, amante, amiguita, amor platónico. Llegan las noticias y te detienes a leer que un grupo de diputadas priistas le gritó “¡Puto!” a un legislador de Morena.
Luego te enteras que una de tan distinguidas parlamentarias es poblana y se llama Xitlálic Ceja. Y lees los comentarios, porque eres bien morboso, y no faltan el “cómo es posible”, y “¿con esa boquita come?”.
Total, que se arma toda la rebambaramba porque le dijeron el famosísimo “¡Eeeeeeeh…putoooo!” inventado en algún un partido de futbol, justo cuando el guardameta despejaba el balón.
Primero te indignas como toda la legión de internautas, pero después te quedas pensando: Yo le he dicho puto hasta a mis mejores cuates y algunos no necesariamente son homosexuales. Es más, recientemente le grité a mi perro Bruno: “¡Pinche perro puto!” porque me di cuenta que se había cagado sobre unos cables. Y adoro a mi cachorro de tres meses, pero en fin, son gajes del oficio.
Entiendo que el legislador de Morena no se cagó sobre los cables de los micrófonos ni mucho menos se robó los calcetines o la ropa interior de las diputadas. Ni siquiera alzó la patita pa’ mear sobre la máxima tribuna del país.
Y piensas «pobre Xitlálic, te dejaste llevar por el Bronx priista«. Te quedas pensando y recuerdas una sesión a la que asististe hace años a la cámara alta del Congreso de la Unión y viste a mujeres priistas gritarle a Rodríguez Prats: “¡Fuera!”. Y hasta tú te reías del Bronx, porque serán muy corrientes, pero son muy divertidos y ocurrentes esos diputados.
Te acuerdas de una entrevista que le hiciste a Rafael Moreno Valle cuando era senador y le preguntaste cuál era la diferencia entre ser diputado federal y ser senador. Y él, muy jocoso, quizá porque estaba en campaña, te respondió: “es como preguntar cuál es la diferencia entre El Piporro y Jorge Negrete”.
Entiendes el sarcasmo de Moreno Valle, pero la verdad yo me quedo con el “ajúa” y con el corrido de Agustín Jaimez. Jorge Negrete cantaba muy bonito, pero solo caía bien en “Dos tipos de cuidado”. El Piporro siempre te caía bien.
En fin, te desvías del tema como es tu maldita costumbre, estabas hablando de Xitlálic Ceja y cómo se le han ido encima porque le grito “¡Puto!” a un diputado federal del cual desconocemos sus preferencias sexuales.
Sabes, porque siempre lo has sabido, que decir puto no necesariamente significa decirle a alguien homosexual. A veces a tus mejores amigos les marcas por teléfono y les dices de cariño: “¡Quiobo, putito!”
Y si te encuentras a un ex compañero de la prepa o la secundaria le gritas: “¡Adiós, maricón!” y esperas que te miente la madre o te haga una seña obscena porque así siempre has sido y así siempre ha sido él.
Te quedas pensando que últimamente, para bien y para mal, todos somos expertos en todo en Facebook y Twitter. De todo opinamos, como si fuésemos parte de una liga de la decencia: los que gritan a todos los vientos que no hay libertad de expresión, pero se están expresando, y consideras que más bien deberían decir que algunos ya no pagan por expresarse o no expresarse.
Ese negocio ya no deja. Y sabes que en sus mentes recuerdan al chaparrito Marín y al bigotón Enrique Agüera. “Esos sí eran buenos tiempos de democracia y justicia social”.
Piensas que no vas a defender a Xitlálic por decirle puto a alguien. Ella ya recibió su castigo, pero tampoco te vas a subir como la legión a censurarla, porque serías hipócrita.
Está mal gritar “¡Puto!”. Todos consideraríamos que sí. Nuestra liga de la decencia interna y mental diría que se ve mal, pero sabemos que hemos hecho cosas peores en nuestra íntima intimidad y hemos ofendido hasta a nuestras parejas o a alguien de nuestra familia.
No lo justificas, sólo sabes que tú también has hecho chingadera y media.
La ventaja es que nunca nos grabaron. No es malo robar, sino que te cachen, piensas cínicamente.
Somos de la legión de hipócritas: aquellos que hemos corrido con suerte porque no nos han videograbado borrachos o enojados o, peor aún, enamorados (es como un estado de ebriedad).Sigues viendo las noticias, revisando Twitter, Instagram, Facebook, y te das cuenta que tiene razón Umberto Eco: somos una legión de idiotas.
Recientemente un taxista grabó una muchacha que salió del antro y se quedó dormida. El chofer hizo el video y acusó de irresponsable a la joven. Leíste comentarios acusando al conductor y otros acusando a la chica. Unos justificaban al taxista, mientras otros denostaban a la muchacha que se quedó dormida. Los más atrevidos retomaron el lamentable caso de Mara, a quien algunos acusaron (irresponsablemente) de irresponsable, o más bien de ser responsable por su muerte, perdón por la cacofonía.
Sigues leyendo y ahora ves una columna contra el ex gobernador Moreno Valle, y a muchos ahí aventando sus odios y sus vísceras.
Más adelante, ves una foto del ex gobernador y a todos sus porristas hablando maravillas, y luego notas que se dan un «entre» los pros y los contras. Al final no llegan a nada.
Somos una legión de idiotas a quienes nos consume un aparato celular y además dejamos de leer, de escribir, de ver, de disfrutar y de observar. Antes, cuando no existía tanta tecnología, nos masturbábamos con la pura imaginación, en technicolor, y no necesitábamos tener una computadora o una tablet para toquetearnos.
Somos expertos en quién sabe cuántas cosas y firmamos en Change.org porque es lo políticamente correcto. Ahora cualquier comentario puede tomarse como machista, misógino, racista, y te da miedo opinar en contra porque sabes que puedes ser crucificado.
A un tuerto no le puedes decir tuerto; a un ciego no le puedes llamar ciego; a una sexoservidora no le dices…; a un cojo, no le puedes decir cojo. Todos son de «capacidades diferenciadas», excepto a la sexoservidora, esa sí tiene muchas y muy buenas capacidades.
En Facebook todos somos amigables, en Twitter todos odiamos y somos intelectuales, y en Instagram, bueno, ahí hay muchas muchachas en lencería, no lo critiquemos, entonces.
Actualmente, en Puebla, han surgido más de 140 páginas de Internet y resulta que todos somos periodistas. Y de noticias falsas hay hasta para dar y regalar, así que es fácil irse con la finta.
Esto es lo que nos toca vivir. Porque en menos de lo que esperamos seremos llevados como reces al matadero, gracias a que estamos a unos escasos meses de la elección y si opinamos a favor de un ex gobernador y su grupo seremos unos vendidos, y si hacemos lo contrario estaremos en lo políticamente correcto.
Lo peor es que esa legión de idiotas no vota, nomás grita; no se mueve, nomás se apoltrona.
Y finalmente piensas: Xitlálic no se hizo ni mejor ni peor persona por gritarle puto a un compañero del Congreso. Simplemente se comportó a su nivel.
¿Homofobia? No, es puro y vil tren del mame.
Porque en esto cualquiera es columnista, analista, y cualquiera tiene algo que decir como si estuviéramos en una cantina. Y concluyes diciendo: yo también soy de esa legión de idiotas de la que se quejó Eco poco antes de morir.
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Hoy el dólar cerró a 19.40 y me quedé pensando que el juego de Call of duty para Xbox One, puede esperar.
«¡Putos!», exclamé cuando veo la economía del país. Ora me aguanto hasta el aguinaldo y si es que cae.
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Servicio Social: para los interesados en cosas interesantes: además de que el señor don Carlos Slim construyó el mejor cagadero y meadero nacional, así como el mejor revistero habido y por haber: Los Sanborns. Están vendiendo ahí una colección de Luis Spota: La costumbre del poder. La edita Siglo XXI. Viene Palabras Mayores, un libro indispensable en estos tiempos de engaños y desengaños.
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Las librerías Gandhi cada vez dejan más que desear. Ya sólo son una marca y no tienen tan buenos libros. Está mejor la librería del CCU, por cierto. Y no es comercial, es en serio.
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Sale, ya me pasé de líneas, si llegaron hasta aquí, mis respetos, y los que no, le voy a pedir a mi amiga Xitlálic Ceja que les grite como en sesión para aprobar el presupuesto. Ella sí sabe cómo hacerlo.