Hay una máxima política que establece que los primeros cien días de gobierno son los que definen al presidente o presidenta de la República al gobernador o gobernadora y por consiguiente al alcalde.
Es decir, ahí veremos cómo es, qué tan ordenado es, qué tan tolerante o autoritario es.
La silla del poder, por naturaleza, transforma.
Es difícil sentarse ahí, respirar profundamente y vivir en el aquí y en el ahora las 24 horas, los 365 días del año.
La silla transforma porque los gobernantes se deben enfrentar al enjambre de los elogios, principalmente. También está el de las críticas, pero ahí tendría uno que ver si son honestas o si son dictadas o llevan una amenaza velada. A los críticos nadie les hace caso, aunque tengan razón. A esos los encapsulan o se encapsulan, en cambio los matraqueros habitan en el corazón de quien gobierna.
Lord Molécula vive gracias a su capacidad de hincarse. El poderoso disfruta ver a los bufones del reino.
Pongamos un ejemplo reciente: Miguel Barbosa Huerta como gobernador en funciones quitó el fuero constitucional a los diputados locales. La prensa, los legisladores locales y algunos federales festejaron la medida.
Sacaron las matracas y las hicieron sonar, se pusieron los espantasuegras y aventaron todo el confeti y las serpentinas que tenían en las manos.
Hace unos pocos días, el gobernador electo, Alejandro Armenta Mier, anunció que analiza el regresar el fuero constitucional a los legisladores locales porque no deben ser perseguidos políticos por disentir, ya que ese es el origen del fuero constitucional, la libertad de expresión. La prensa, los diputados locales y algunos federales (ya saben quiénes, ¿para qué refrescarles la memoria?) festejaron la medida.
Sacaron las matracas y las hicieron sonar, se colocaron los espantasuegras y aventaron todo el confeti y las serpentinas que tenían en las manos.
Ojo, no estamos desacreditando la iniciativa del próximo mandatario, sólo es un ejemplo.
Recientemente, encontré una columna de la periodista Selene Ríos Andraca (QPD) en internet publicada el 13 de septiembre del 2016 en el portal del periódico Central titulada: “Tony Gali en el pantano de la zalamería”.
Y cito algunas líneas: “el que tiene un papel más cabrón que afrontar es el gobernador electo, Tony Gali Fayad (…) tiene enfrente uno de los retos más difíciles de su vida: navegar sin estragos sobre el pantano de la zalamería. La proeza es salir ileso de ese mar de elogios desmedidos en el que se sumerge día con día.
«Por ejemplo, uno de los problemas fundamentales de (Rafael) Moreno Valle durante su sexenio fue el temor de sus asesores, de sus allegados y de la mayor parte de su gente de confianza. La mayoría de las personas que le rodearon se encargaron de alabarle cada acción, cada discurso, cada palabra, cada decisión y pocos, muy pocos, se atrevían a contradecirlo. Por eso hoy, en su cuello cuelga una de las etiquetas más complejas de matizar: el autoritarismo. Tan culpable Moreno Valle por impositivo como su burbuja por zalamera”.
La periodista explica que en ese momento (recordemos 2016) Gali Fayad enfrentaba y cito de forma textual “el pantano de los arrastrados”.
Qué difícil es vivir en el punto medio, en ese ideal, donde la vida no es de blancos y negros, sino con escala de grises, donde como espectador no todo es malo, pero tampoco todo es bueno. En donde el no coincidir ayuda a crecer.
Difícil no subirse al carro de los arrumacos, quizá muchos lo hemos hecho, pero al final los lectores, en el caso de los periodistas, nos lo hacen saber y nos lo recuerdan en redes sociales, donde no hay control, con algunas críticas bien argumentadas y muchas con mala leche.
Lo mejor es esperar los cien días de cada gobernante, por ejemplo, ya próximamente los cumplirá la presidenta Sheinbaum, para tener una idea de cómo serán los siguientes cinco años.
Lo mismo pasará con las autoridades locales.
Que nadie se sienta aludido, todos por ansiedad, miedo o conveniencia hemos caído en el error de los falsos halagos. Lo malo de todo esto peor es que a veces son tantos que se confunden cuando hay crítica positiva, por decirlo de alguna forma.
Después de todo, quien se sienta libre de pecado que aviente su primer matraca.