1. El escritor alemán Heinrich von Kleist, en “El terremoto de Chile” narra la historia de una pareja de enamorados, conformada por un español, de nombre Jerónimo Rugera, maestro de profesión, quien recientemente fue echado de la casa de un ricachón hombre de Santiago por involucrarse sentimentalmente con su hija, Josefa, quien después de ser descubierta en brazos del maestro, fue reclutada como novicia en un monasterio en compañía de otras monjas, bajo el afán de resguardar su virginidad. Sin embargo, los dolores del parto descubrieron su pasado impúdico, siendo condenada a la hoguera. Mientras su pecador amante Jerónimo, al estar cumpliendo su condena en la cárcel, se enteró de la desgracia de la madre de su hijo, decidiendo ahorcarse el mismo día en que su mujer sería víctima mortal de los verdugos de la inmoralidad y el desenfreno. La fecha había llegado, y en el momento en que la muerte le arrebataría la vida a ambos, el famoso terremoto de 1647 sería la redención a su desgraciada existencia. Salvándose cada uno por separado de que alguna pared o techo les cayera encima, corrieron al campo abierto donde se encontrarían con gente, de todas las clases sociales, que huía de la ciudad: Santiago estaba destruida. Pero en ese valle verde se encontraban a salvo, había hombres y mujeres de todas las edades conviviendo, ricos y pobres sentados al mismo fuego compartiendo alimentos y anécdotas de supervivencia. En esa comunidad altruista, sin odios ni rencores, la pareja fue recibida de muy buen modo. Ante ese clima de confianza en el cual todos contaban sus más lúgubres miedos, Josefina se atrevió a develar a Doña Elvira, la anfitriona de tan bondadoso grupo de apoyo, sobre el pasado apesumbrado que a ella y a su enamorado los condenaría a la muerte, y del cual ahora se encontraban a salvo. Josefa, por algún momento temió ser juzgada, pero al ver lágrimas en los ojos de su interlocutora, quien ahora también tomaba su mano oprimiéndola con fuerza, parecía darle su compasión sin prejuicios. En ese momento “sintió que la embargaba la felicidad (…) Y aunque todos los bienes terrenales se destruían en aquellos odiosos instantes y la naturaleza entera amenazaba desplomarse, en verdad le parecía que el espíritu humano, tal una bella flor, volviera a renacer”.
2. El 19 de septiembre, un terremoto de 7.1 de magnitud que tuvo como epicentro el municipio de Axochiapan, perteneciente al estado de Morelos, cimbró el territorio mexicano, una fuerte sacudida de la Placa de Cocos. Hasta ahora, según cifras de protección civil de la Secretaría de Gobernación, el terremoto ha cobrado más de 360 víctimas mortales a nivel nacional, más de 34 mil viviendas y un poco más de diez mil escuelas han quedado dañadas. En el caso de Puebla, la tragedia ha sido grave, y aunque la capital del país pareciera robarse los reflectores de la tragedia -porque como bien se sabe no sólo la cultura está centralizada, sino también las malas noticias-, invisibilizando en cierta medida la Emergencia Extraordinaria en la cual fueron puestos 112 municipios poblanos, esto significa, un poco más de la mitad del territorio total del Estado. La mayor parte de los daños están en municipios pertenecientes a la Sierra Mixteca y en uno de los famosos Pueblos Mágicos de Puebla, Atlixco. Municipios en los cuales el dinero no sobraba y las viviendas difícilmente hubieran aguantado un terremoto de tal magnitud. Se habla de casas en situación de pérdida total, de iglesias que habrán de ser demolidas, de daños estructurales en importantes edificios de patrimonio histórico, de escuelas en situación crítica, pero sobre todo de personas que han tenido que vivir en albergues temporales, sabrá la historia por cuánto tiempo. Las cifras aún no son definitivas, conforme pasan los días el número de destrucción y vidas robadas por el terremoto van in crescendo, ante lo efímero de cualquier cifra que se pueda dar en este momento, quizá resulte inútil seguir aquí enfatizando cantidades. Lo que sí parece importante es hacer notable que mientras en la Ciudad de México la respuesta de socorro, el cuidado del prójimo, los numerosos centros de acopio y el altruismo que habría nacido por parte de la sociedad civil de todas las edades, esa ayuda construida también gracias al ensayo del pasado, al recuerdo de una tragedia que, por fortuna, esta vez no fue tan devastadora como la del 85, hizo que en la capital del país “sobraran” en cierto sentido manos, pero también dejó ver que en las zona de mayor penuria, como lo son las regiones del sur del país, los municipios de Puebla que están alejados de la capital, han sido olvidados, los municipios afectados de Oaxaca y Chiapas por el terremoto ocurrido doce días antes del 19-S y del cual se han tenido más de seis mil réplicas, esas zonas alejadas ¿tendrán la ayuda necesaria, la seguridad y control de sus centros de acopio, para no ser conducidos y tomados por el crimen organizado? El altruismo es también un asunto de descentralización, un tema que va más allá de lo que es visible y viable para el turismo.
3. Los millennials, esa generación que ha sido juzgada de apática por los viejos y repetidos estándares de la supremacía moral, nos dio una sorpresa al salir de su aletargado “estado de indiferencia social” para adueñarse de las calles y ayudar a quienes han sufrido a causa del terremoto. Vimos así un desfile de “indiferentes y egoístas” jóvenes de entre veinte y treinta años, organizando víveres, clasificando medicinas, alimentos y ropa, abriendo centros de acopio en sus casas, buscando camionetas para transportar lo que habían juntado, donando a diferentes instancias, albergando en sus casas a gente que se quedó sin hogar, y ayudando, material y emocionalmente, desde las diferentes trincheras de su profesión, a reconstruir con amor el tejido social que se ha desgarrado por la contingencia. Esos millennials, quizá sí en cierta mayoría, desinteresados en la política del país, porque no ocuparon servirse de ningún proselitismo o instancia partidista para exhibir su altruismo, dejaron su zona de confort para ocuparse del prójimo, y si bien no prescindieron de las redes sociales, esto me pareció más que en un afán de exhibición, con la intención de motivar a los demás a ayudar. Las redes sociales con o sin selfies en la zona del desastre, fueron en su mayoría utilizadas para cruzar información sobre lo que se necesitaba en el momento, encontrando al fin, en ese mar inmenso y a veces tan impersonal, humanismo y ayuda, algo muy alejado del individualismo que en lo cotidiano habita las redes sociales. Este terremoto un —rudo y trágico— despertar de la tierra, pero también lo fue el de una generación entera que esperemos no duerma después de la contingencia, ni se permita ser cómplice inconsciente de motivos ajenos a lo que hasta ahora han defendido: un altruismo humanista y desinteresado, una ayuda que va más allá de cualquier intento de grilla institucional, de polarización social, o de proselitismo político.
4. Los que no desaprovecharon la oportunidad de mostrar sus habilidades de actoral altruismo fueron los partidos políticos, quienes al inicio, y abanderados por el clamor de nuestro líder de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, en medio de la tragedia hizo alarde de su intención de “donar” a los damnificados el 20% por ciento de los ingresos que Morena recibiría por parte del Instituto Nacional Electoral para gastos de campaña, sin antes girar la petición a la Cámara de Diputados, AMLO enfatizó la irresponsabilidad del INE por “negarse” a aprobar la intención de destinar parte del financiamiento público de su partido a la causa. A lo cual el INE, eficazmente y después de una deslegitimación de ‘dimes y diretes’ por parte de la anarquista izquierda institucionalizada, garantizó que finalmente sí se podría devolver el dinero para ayudar a la catástrofe del terremoto. Posteriormente, en un tipo de competencia a ver quién ganaba la corona al mejor mesías, los dirigentes del PRI, del PAN, del PRD y de Movimiento Ciudadano, se pronunciaron a que el presupuesto de los partidos políticos ahora debía destinarse en un cien por ciento a la ayuda de los damnificados, a lo cual, viendo perdido su papel de protagonista, el dirigente del Movimiento de Regeneración Nacional, ofreció ayudar a los damnificados de la misma manera que planeaban hacerlo los demás. Hasta ahora, los únicos, y muy oportunos —por no decir oportunistas— que se adelantaron a los demás, no en dichos sino en práctica, fue Movimiento Ciudadano y el PRI, quienes han donado el cien por ciento del presupuesto que el INE le ha asignado para el resto del 2017. Hasta el día de hoy, 2 de octubre, que este artículo se redactó, Enrique Ochoa Reza, ha denunciado el incumplimiento de los demás partidos a su tan prometida y “noble” causa. ¿Finalmente cumplirán y devolverán el dinero prometido, o era tan sólo falsa retórica de redentores fatuos?
5. Vuelvo al cuento de Heinrich von Kleist con el que inicié este artículo, regreso con Josefina y Jerónimo, quienes después de haberse salvado de la sentencia de muerte dictada por el verdugo moral de la época, creyeron que la desgracia había vuelto bondadosa el alma de las personas. Josefina y Jerónimo, pasado el susto, y dándole entera confianza a aquella comunidad fraterna que los acogía en algún valle cercano a Santiago, decidieron acompañarlos a la misa que una iglesia cercana de dominicos convocaba para rezar por los afectados del terremoto. Ese día, el recinto “sagrado” estaba al tope de fieles, “la multitud llegaba hasta la puerta principal y salía hasta la explanada”. Muerto el párroco, el monje más viejo de la congregación comenzaba la ceremonia religiosa, todos en silencio y con un semblante de límpida bondad, que sólo la sobrevivencia tras una tragedia deja, mientras Josefa y Jerónimo llenos de fe y esperanza, abrían sus corazones al imaginario de un futuro mejor. El sermón comenzaba. Después de dar gracias a Dios por seguir con vida y de pedir por la salvación de quienes habían quedado debajo de las ruinas, comenzó lo que parecería una denuncia de los motivos terrenales que habrían causado la tragedia, misma que parecía ser un anuncio del apocalipsis y el advenimiento del juicio final. Después, como si repentinamente la maldad y el rencor que regían antes del terremoto regresaran, oyeron al predicador narrar “la criminal acción que había tenido como escenario el monasterio de los carmelitas; refutó impía la indulgencia que habían recibido del mundo, y en una de sus rebuscadas imprecaciones encomendó a los príncipes del infierno las almas de los culpables, cuyos nombres pronunció cuidadosamente”: Jerónimo Ruguera y Josefina. En un acto de lo que sería una total traición, la pareja fue lanzada a la multitud para ser linchados por aquella fraterna comunidad que primeramente los había acogido, dejando incumplidas, algunas de las promesas de bondad, lealtad y humanidad, que todo desastre traen consigo.