Con la puntualidad con la que hace más de cien años salían los trenes de la estación de Puebla, inició la decimocuarta interpretación anual del concierto Sinfonía Vapor, que ya se consagró como uno de los grandes eventos culturales de la ciudad.
Apenas unos minutos después de la una de la tarde, las autoridades emitieron breves discursos de bienvenida a los asistentes, quienes aplaudían no tanto a la verborrea política, sino a la prontitud con que esperaban el inicio del concierto. Así, este año el programa tuvo un cariz por completo distinto. Iniciaron en Italia: las notas del gran Gioachino Rossini con su obertura a «La urraca ladrona» arrancaron los primeros aplausos sinceros de la gente.
A continuación, el rey del vals, Johann Strauss II, con el Vals Emperador, uno de los bailes en 3/4 más famosos de la historia; de aquí para allá podía verse a la gente meciéndose en sus asientos al compás de la música, hasta el apoteósico final que por poco los levanta de un salto. A partir de ahí, México fue el rey, primero con la interpretación del vals Violetas, de José Mauro Garza y, de inmediato, la polka Los Chamacos, autoría de Abundio Martínez. El siglo XIX, en materia musical, fue representado de forma extraordinaria.
Era ahora tiempo de un cambio de siglo. Dos piezas del maestro Arturo Márquez de inmediato conectaron con las fibras más alegres del público: sus Cuatro Estaciones y la obra que lo ha consagrado a nivel internacional, el Danzón no. 2. Y al fin, la pieza estelar hizo su aparición: la gran pieza que Melesio Morales no pudo estrenar el 15 de septiembre de 1869, pues un fuerte aguacero lo impidió. La Banda de Música de la Secretaría de Seguridad Pública del estado de Puebla se acopló de forma magistral a la Filarmónica 5 de Mayo para el gran momento.
En apenas diez minutos de duración, la Sinfonía Vapor despertó el entusiasmo de la gente como pocas otras piezas en el repertorio sinfónico mexicano lo pueden lograr. Con sus cadencias que evocan a Rossini (por eso abrieron con él) la pieza abrió paso firme a la locomotora que salió pitando por el lado izquierdo del público. En dos ocasiones, la respiración incesante de la caldera y el sonido del silbato, arrancaron los aplausos de la gente que no escatimó en mostrar su entusiasmo. Así se cumplió un año más de una tradición musical que sigue engalanando a Puebla, llenándola con la nostalgia del grito que ya hace muchos años nos se escucha en las vías ferroviarias de México: «¡Vaaaaaamonos!»