Por Pietris Peralta Langholz
¿Cómo están, mi gente bonita?, mis queridos lectores, mis amados haters… Ay, los haters… cómo los amo.
Bienvenidos nuevamente a esta autorreflexión, abierta a todo aquel que tenga el deseo de escuchar una humilde opinión, y la mente abierta para escuchar distintos puntos de vista, en fin…
Esta semana, en mis pocos tiempos libres, me he topado con una serie de publicaciones en Facebook, algunas de las cuales más allá de ser divertidas me han hecho reflexionar sobre la hipocresía que utilizamos a veces como los imperfectos seres humanos que somos, desde publicaciones en las que vemos nuestra falta de congruencia con lo que decimos y hacemos, así como todo el odio sin sentido que repartimos por redes sociales. Publicaciones que van desde: “Defiendes animales, pero te comes a unos”, (que en lo personal he trabajado en eso), hasta el profesar amor por los animales y no hacerlo por los seres humanos.
Tomemos como ejemplo el caso del atleta del bellísimo estado de Yucatán. Un breve resumen: un corredor de nombre Manuel Alcocer patea de manera agresiva a un perrito que muy contento acompañaba a los atletas en la carrera; el perro corre por miedo y finalmente es atropellado (para los que se preguntan dónde quedo el perrito, una asociación dedicada al rescate animal lo agarró y fue atendido por un veterinario). Después de viralizar la noticia, con solo un par de horas, fueron localizadas sus redes sociales, teléfono y hasta dirección. Horas más tarde, el sujeto en cuestión emite un comunicado expresando su arrepentimiento, pidiendo disculpas públicas y extendiendo una corrección a sus actos, ofreciéndose a pagar por los daños y recuperación del perrito. Aunque esta humilde pensadora no está de acuerdo con sus actos, soy firme creyente que la educación y las segundas oportunidades crean seres maravillosos; ya sea que el video sea acto de presión social, un sinfín de amenazas o producto de un brillantísimo mercadólogo, el acto de arrepentimiento se encuentra ahí y, disculpen por decir esto, pero se requieren muchos pantalones para ofrecer una disculpa pública y hacer frente a las repercusiones y tener la intención de resarcir el daño. Reitero: no estoy de acuerdo con la acción, pero ¿qué no al final lo que buscamos es un verdadero cambio en la gente? Al expresar estas palabras en mis redes personales, estas se inundaron de comentarios agresivos con deseos de muerte y venganza. Claro que todos queremos vengarnos, pero ¿hasta qué punto vamos a señalar a unos e ignorar a otros? A lo que a mi muy sarcástico y ácido estilo respondí a todos los comentarios con una sola frase: “Ojalá y así comentaran todos cuando les pido apoyo para compartir a mis perros en adopción”.
Tomando como segundo ejemplo: El famoso vestido de Eiza González en la enterga anual del los Oscares, y la horda de memes, tan característicos del humor mexicano. Ok, debo admitir que unos eran muy graciosos pero, ¿hasta dónde, somos capaces de herir a un ser humano?
Sentido Común, solía profesar mi madre.
¿Por qué defendemos a unos y atacamos a otros?, ¿por qué las reacciones de odio y desprecio son mayores que aquellas que nos invitan a hacer cambios positivos? ¿En qué momento se volvió correcto salvar a un animal y atacar a los humanos, nuestros hermanos?
Y que quede claro: la pedrada no va para los animalistas ni los defensores de los animales, ¡la pedrada va para todos! Como he expresado con anterioridad, estamos en épocas de grandes cambios energéticos; claro que está perfectamente bien alzar la voz cuando algo está mal, pero hasta qué punto vamos a entender la responsabilidad de emitir un juicio o un comentario sobre una persona en redes sociales o la vida diaria.
Creo que es hora de bajarle tres rayitas al odio que esparcimos entre nosotros mismos y profesar el amor, el respeto y la amabilidad entre todos los seres vivos. Una mala acción jamás debe de ser premiada, pero un castigo excesivo tampoco es digno de aplaudirse. Alguna vez escuche la frase “La gente con mayor potencial para hacer el bien también son las personas con mayor potencial para hacer el mal”, no recuerdo si fue Mahatma Ghandi o la Madre Teresa de Calcuta quien dijo estas hermosas y sabias palabras, (si alguien tiene el dato se los agradecería). Pero, profundizando en la frase, ¿no es aquella una invitación para cambiar todo nuestro potencial mal enfocado para crear cosas maravillosas? ¿Se imaginan la cantidad de cosas que podríamos crear si logramos la aproximación a una vida iluminada, que no se basa en vestir de naranja y raparnos todos el coco, sino en realmente ser congruentes con lo que pensamos, hacemos y decimos?
Esta es una tarea para todos, que inicia en un cambio personal, y si tenemos mucha suerte, poder ayudar a alguien más en el camino, compartir lo mucho o poco recorrido y seguir con nuestros caminos.
Y como es costumbre, termino estos pensamientos a libro abierto con la siguiente frase:
«La paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias. Si quieres sembrar alegría en derredor nuestro, precisamos que toda la familia viva feliz».
-Madre Teresa de Calcuta.
Mucha paz y amor para todos ustedes, y que lo que le deseamos al otro se nos multiplique por setenta veces.