El metaverso que propone Mark Zuckerberg apesta. No se parece en nada a la máquina virtual de satisfacción inmediata y placer eterno que proponía Robert Nozick en 1975. No es una aventura escapista de viajes interestelares, cascadas infinitas o elfos. Tampoco una fantasía oscura de persecuciones en moto y peleas con catana en los clubes de Hong Kong.
Mucha gente se ríe de la visión de Zuckerberg porque no es divertida. Les parece el sueño de un misántropo multimillonario que flota en el espectro autista y no se sabe divertir. Y es verdad que en anuncio sería ridículo si nosotros fuéramos el cliente, pero no lo somos. Meta es un proyecto de infraestructuras para empresas, administraciones, instituciones que buscan soluciones baratas a problemas complejos como las pandemias, los atascos, el cambio climático y la superpoblación. Pero también a los sindicatos, las huelgas y las manifestaciones. Nosotros no somos el cliente y tampoco somos el producto. Nosotros somos el problema a resolver.
En el mundo alternativo de Facebook, seguiremos gastando dinero en trajes y vestidos y otros objetos de consumo que elevarán nuestro estatus en la nueva dimensión. Hay gente que necesita mansiones para colgar su galería de NFT (activos digitales únicos).
Meta no es internet sino una capa opaca y exclusivamente controlada por Facebook que se hace pasar por internet. Desde el punto de vista estructural, el modelo es el típico de una plataforma digital sobre la que otros desarrollarán aplicaciones para integrar sus proyectos, de la misma forma que ahora los desarrolladores, empresas y organizaciones hacen apps y videojuegos para Android y para iOS a través de una API (plataforma para aplicaciones). Un feudo fuertemente centralizado donde los diferentes modelos de oficinas y universidades, polideportivos, guarderías y hospitales pagarán sus impuestos correspondientes y todos los acontecimientos, de las citas a las olimpiadas y las campañas políticas, estarán mediados por y sujetos a las leyes cambiantes e idiosincrasias de un solo individuo.
El soporte central de Meta no será el móvil que sacamos compulsivamente del bolsillo sino un aparejo que nos tapará los ojos y las orejas. Un soporte fabuloso, si tu negocio se basa en la adicción, la vigilancia y la manipulación de las personas. Por un lado, permite aislar y entrenar al usuario con la misma clase de circuitos dopamínicos y recompensas artificiales. Por el otro, es capaz de analizar sus reacciones de forma mucho más directa, estudiando sus globos oculares mientras los bombardea con millones de fotones desde su pantalla estereoscópica.
La interoperabilidad entre las distintas propuestas —los pasillos que conectan la oficina con la calle y la calle con la tienda— debería poder garantizar que el usuario permanece enchufado el máximo de tiempo posible. Que le resulta más cómodo estar dentro que salir. Pero, sobre todo, en este momento confluye una constelación de tecnologías que hacen posible el salto hacia un nuevo paradigma.
Técnicamente, los cascos de realidad virtual empiezan a ser lo bastante sofisticados como para permitir una inmersión verdadera y prolongada, si consiguen resolver el pequeño problema de los tics y los ataques de epilepsia.
Su problema principal es de ancho de banda, porque los mundos tridimensionales generados en tiempo real requieren cantidades ingentes de procesamiento de datos. En teoría, el 5G permitirá delegar ese trabajo titánico a la nube, haciendo que los dispositivos puedan ser más ligeros y baratos, con baterías más duraderas. Si todo sale según el plan, en poco tiempo podremos sacar la tecnología a la calle sin hacer el ridículo, porque el equipo serán unas Ray-Ban y unos auriculares bluetooth.
Otros avances significativos vendrán del mundo de la neurobiología. Facebook financia operaciones a enfermos de epilepsia en un proyecto del Departamento de Cirugía Neurológica de la Universidad de California para que colaboren en el desarrollo de algoritmos capaces de traducir las palabras que piensa un cerebro a texto en tiempo real.
De momento su “traductor” es una pulsera rudimentaria que lee los movimientos musculares de la muñeca, pero no son los únicos tratando de mover objetos con la mente. Elon Musk fundó Neuralink con dinero de Google, entre otros, y el mismo propósito. La promesa implícita es que, si esa puerta se abre, lo hará en dos direcciones. El primero que consiga que el usuario pueda mover objetos y escribir con su mente, será capaz de leer la mente del usuario y moverla en cualquier dirección.
De momento, Zuckerberg presentó dos modelos de dispositivo: un casco virtual capaz de leer los gestos del portador para reflejarlos en su avatar de forma simultánea y unas gafas de realidad mixta capaces de superponer la realidad Meta sobre la realidad cotidiana. El primero está mucho más cerca que el segundo, pero son dos fases de la misma idea: vivir en un mundo permanentemente interpretado por los algoritmos de Facebook. Una propuesta interesante de una empresa que ama la discordia, odia los pezones y amplifica a grupos neonazis en nombre de la libre expresión.
Técnicamente, esta visión ya es posible. Políticamente, debería requerir de mucha colaboración. Por eso quiere “trabajar con los gobiernos de toda la UE para encontrar a las personas adecuadas y los mercados adecuados para llevar esto adelante”. Su plan requiere la complicidad de las instituciones en países donde la escolarización es obligatoria y los trabajadores tienen derechos, un problema que no tendrá en otros países. También requiere suelo para centros de datos, pirámides de subcontratas y descuentos en la factura de la luz.
Gran parte de los fondos de ayuda europeos estarán destinados a impulsar el desarrollo de redes 5G y la descarbonización. Meta quiere colonizar esa infraestructura a precio de saldo y capitalizar sus recursos con una plataforma propietaria y opaca diseñada para la explotación. Vamos a intentar entre todos que no pase. Que el acceso a la enseñanza y la sanidad pública siga siendo un derecho y no un privilegio. Que la vida cultural de las ciudades y el transporte público sigan siendo asequibles.
Con información de El País/Marta Peirano