Los primeros cien días de cualquier gobernante son los que definen la ruta de su mandato. Llámese alcalde, gobernador y hasta presidente de la República. Un caso inédito en los últimos años es el de Miguel Barbosa Huerta quien aún no cumple sus primeros 15 días al frente del Ejecutivo y su primera acción predominante ha sido el diálogo.
Quitémonos de filias y fobias, sinos cae bien o mal, si votaron o no por él, eso ya no importa, eso es cosa del pasado. Es un hecho esto del diálogo y no, no es un tema fácil.
Los ejemplos están ahí: la semana pasada un grupo de pobladores fueron a Casa Aguayo a protestar. El gobernador junto con sus funcionarios de Gobernación se levantaron de sus escritorios y bajaron a atender personalmente a los demandantes.
Lo lógico, porque así lo ha hecho la mayoría de los mandatarios estatales, es salir por la puerta de atrás, mientras algún funcionario menor encaraba a los pobladores. Los gobernadores se subían en su camioneta y “adiós Nicanor”.
Luego vino la tragedia en Tepexco y Cohuecan en donde lincharon a unos presuntos asaltantes. El gobernador personalmente fue a darle cara a la población, les dio apoyos, les escuchó, los atendió y les pidió que ya no continúen con la ruta de usar la violencia para enfrentar la violencia.
La cereza en el pastel fue el lunes, al mediodía, cuando Miguel Barbosa fue a dialogar con los rechazados de la BUAP para pedirles que suspendan su huelga de hambre, se comprometió a apoyar a los estudiantes y finalmente pidió una mesa de discusión entre la Rectoría y quienes no fueron admitidos en la casa de estudios.
Ese hecho es histórico: todos los políticos le han temido a los estudiantes por décadas. La historia de los conflictos universitarios desde 1956 hasta 1989 hizo que los titulares del Ejecutivo se fueran por la solución más fácil: comprar o reprimir, pero los resultados de ambas políticas llevaron a Puebla a un retraso social con pésimas consecuencias.
Nunca un gobernante se había bajado de su camioneta frente al zócalo y les había tendido la mano a los estudiantes. Quizá el que buscó la paz, en su momento, fue el doctor Alfredo Toxqui quien llamó a la sociedad poblana a cancelar los odios y los rencores, pero de ahí en fuera jamás les importó que un joven de 17 a 20 años de edad estuviera en huelga de hambre.
Aunado a todo esto, desde la semana pasada se instalaron los martes ciudadanos, en el que el titular del Ejecutivo y cada uno de sus secretarios pusieron unas mesas para escuchar las peticiones de los poblanos de todas las regiones del estado.
El mensaje es claro: se acabó con el funcionario de escritorio. Se terminó con la política de ver de arriba hacia abajo a sus gobernados, de darles la vuelta, de no hacerles caso.
Se lee muy fácil, pero la verdad es que no lo es, pues se necesitan muchos cojones para darle la cara a quienes gobiernan, a sabiendas que no hay un guion, que no hay nada preparado. La ruta del diálogo es la mejor, porque se trata de escuchar en vez de hablar, se trata de atender en vez de imponer, se trata de dialogar en vez de gritar, patear el tablero, aventar celulares o balas de goma a los inconformes.
A escasos 14 días de haber arrancado sus funciones, Barbosa construye un puente de comunicación entre el gobierno y los ciudadanos. En el pasado reciente, en el morenovallismo, se construyeron muchísimos puentes y vías de cemento, pero nunca hubo uno que ligara al que gobierna con sus gobernados. Ese puente de diálogo nunca existió. Mejor crearon un marranicidio para justificar su Ley Bala.
Los alcaldes poblanos deberían seguir ese ejemplo y no encerrarse en sus oficinas, dejarse llevar solo por sus asesores que les dicen lo bueno y lo malo. Deberían reconsiderar abrirse a la gente, recorrer sus calles llenas de baches, hablar con los que son víctimas de la delincuencia y no solo escuchar canciones de Joaquín Sabina o leer sobre la psicomagia de Jodorowsky.
No obstante, si tomamos en cuenta que los primeros cien días de un gobernante son los que definen la ruta de su administración, pensaríamos que esos alcaldes están y siguen perdidos en las paredes de sus palacios municipales.
Barbosa ha puesto el ejemplo, ¿quién estará dispuesto a seguirlo y a pagar el alto costo del diálogo?