[su_heading] Marco Calderón [/su_heading]
Eran las mismas calles de siempre, esas que han visto más de 400 años de sucesos, ahora sirviendo de marco para la tragedia y el miedo. Desde la 11 Sur ya era posible ver el caos, civiles se vieron en la necesidad de apoyar a los agentes de tránsito para dirigir el flujo vial, pues los uniformados no se daban abasto con la impotencia de los poblanos por no poder avanzar a la velocidad que su premura les exigía.
Sobre la 3 Poniente, peatones y automóviles ya no respetaban ninguna clase de civismo vial. Los viandantes abandonaban la acera para intentar avanzar más rápido, a lo que los automovilistas de inmediato reaccionaban tocando sus bocinas y esquivando la temeridad de aquellos.
A derecha e izquierda el panorama era muy similar: cintas amarillas con la leyenda “prohibido el paso” desviaban la circulación en direcciones inciertas, aumentando la tensión que se respiraba por todas partes. Aquí y allá era evidente la dependencia de la gente hacia sus aparatos móviles: unos intentando llamadas imposibles, otros esperando que las redes sociales respondieran, unos más registrando con sus cámaras los daños materiales.
El Zócalo era una imagen extraña, mucha gente deambulaba su superficie, pero el silencio imperaba. Las miradas desencajadas revelaban el nerviosismo latente. Casi todos los negocios de comida de los portales habían cerrado sus servicios, no había ya mesas ni palapas. La esquina oriente del Ayuntamiento estaba acordonada y la gente pasaba por un lado de ella con mirada temerosa.
Hacia el Bulevar 5 de mayo, se observaba el fluir de la gente, caminaban sin realmente saber hacia dónde se dirigían. Todo giraba en torno a los rumores sobre el transporte, los derrumbes y las personas afectadas. Era imposible atravesar el bulevar más importante de la ciudad, los autos lo habían saturado por completo.
De regreso hacía la 11 norte-sur, algunos habitantes del Centro esperaban afuera de los edificios en los que viven. “Ahora resulta que no podemos volver a entrar hasta que Protección Civil nos lo indique. Ahí están nuestras cosas y quién sabe si podremos dormir en nuestras camas”.
Poco a poco, las calles del primer cuadro de la ciudad comenzaban a vaciarse. Con la caída de la tarde parecía que llegaba la calma. Silencio. Atención. Ojalá la tierra dé tregua por fin y para siempre.