La única arma real que tiene un político no es la fuerza. Tampoco su prensa, ni sus redes, ni un ejército de matraqueros virtuales gritando en X o Twitter. Esas son herramientas —efímeras, ruidosas—, pero no son la espada.
La espada es una sola: cumplir acuerdos. Los políticos —y los periodistas, también— sólo vivimos de una cosa: credibilidad.
Cuando se pierde, lo único que queda es imponer. Amenazar. Manipular. Simular, pero eso se agota. Eso tiene fecha de vencimiento. Un político que promete e incumple ya tiene un pie en el patíbulo. El otro lo pone el día que deja el cargo. Entonces llega el olvido. Su teléfono es como una iglesia vacía después del domingo.
Y reaparece, si acaso, como los fantasmas de campaña: saludando en bodas, colándose en selfies, buscando un reflector que ya no le pertenece.
Como Eduardo Rivera Pérez. Dos veces alcalde. Cero veces relevante. Se convierte en parte de ese gran muro invisible donde se exhiben los que pasaron… sin dejar huella.
Pero quien hace lo opuesto, quien honra su palabra, aunque cueste, siempre tendrá con qué pelear. Aunque haya guerra sucia, aunque le disparen rumores, aunque le tiendan trampas… si cumple, alguien le tenderá la mano.
No es casual que Melquiades Morales Flores aún pueda caminar por Los Portales con la frente en alto. Ni que a don Guillermo Pacheco Pulido lo sigan buscando para escuchar su opinión.
Todo este choro mareador —esta introducción— viene a cuento porque José Chedraui Budib ha domado su curva de aprendizaje como alcalde de Puebla. Cuando inició su administración en octubre de 2024, la seguridad le pesaba como el mundo a los hombros de Atlas.
Pero —a diferencia de sus antecesores— entendió que no podía con todo solo.
No jugó al sheriff.
No se encerró en su ego.
Pidió ayuda. Coordinó. Delegó.
Y lo más importante: escuchó.
Se acercó al gobernador Alejandro Armenta Mier, removió a su secretario de Seguridad, aceptó a un marino asignado. Y convirtió una amenaza en una oportunidad, en una responsabilidad compartida.
Eso que no entendió —o no quiso entender— Claudia Rivera con Barbosa.
Y mucho menos Eduardo Rivera con Miguel Barbosa y Sergio Salomón.
Chedraui no se peleó con el poder.
Lo entendió. Lo usó. Y lo compartió.
La ciudad, por supuesto, no está resuelta.
No es Dinamarca, como diría cierto presidente.
Habrá problemas en la Angelópolis, pero eso lo habrá siempre.
Gobierne quien gobierne.
Lo que importa es otra cosa: Chedraui cumple acuerdos.
Y eso, en política, es como oro líquido en tiempos de fuego cruzado.
Tal vez en 2027 sueñe con la reelección.
Y quizá no se la den o quizá sí, perdón, pero aquí no leemos el tarot ni adivinamos el futuro, ese es en otros espacios, no se nos da eso de jugarle al brujo o al curandero.
Pero saldrá de este trienio con salvoconducto.
Porque no se peleó con el gobernador.
Porque no traicionó a los suyos.
Porque entendió que hay más vida después del poder.
La mayoría de la prensa local lo respeta. Al inicio muchos lo criticamos, pero hoy las cosas ya cambiaron.
Eso se gana con tiempo, con cabeza… y con palabra.