El País
En Chicago, donde los termómetros han marcado este miércoles -29º, al tender una camiseta recién lavada, no pasan 20 segundos y ya está tiesa como una tabla. Las temperaturas son tan bajas que, al lanzar al aire un chorro de agua hirviendo, no alcanza a tocar el suelo antes de congelarse. Tan bajas que los trabajadores del tren prendieron fuegos junto a las vías férreas para mantener en funcionamiento el transporte, ya que los vientos gélidos estaban encogiendo el metal. La ciudad del viento es una de las principales afectadas por la masa de aire ártico, conocida como vórtice polar, que tiene en alerta a 14 Estados del país y ya ha causado once muertes.
Es cerca del mediodía y nadie se hace fotos junto a la emblemática escultura de acero Cloud Gate, en el Parque Millenium. Un selfi le podría costar una mano a un turista cuando la sensación térmica roza los -40º. Solo una pareja de asiáticos y un mexicano que vino por asuntos de trabajo se aproximan a uno de los símbolos de Chicago. Las pestañas se congelan, la piel arde, los ojos se irritan como si hubieran estado abiertos en una piscina con cloro. Caminar por las calles es adentrarse en un frigorífico sin salida. Incluso dentro de los coches la respiración se congela. En las zonas al refugio, el sonido del aire que se cuela por las ventanas recuerda que afuera hay una ola de aire ártico.
Jeff M., de 67 años, se protege en uno de los pocos restaurantes del centro que permanece abierto. Cuenta que la ola polar le recuerda al frío que padeció a comienzos de los 80, en otro invierno que rompió récords en la ciudad del viento. La tercera más poblada de EE UU, con 2,7 millones de habitantes, no vivía un frío tan extremo desde 1985. “Yo estoy tranquilo, tengo varias capas. Me preocupa mi padre, de 87 años”, comenta. El pasado lunes, cuando ya se avecinaba la corriente “peligrosamente fría” (como la definieron las autoridades) fue a casa de su progenitor a quitar la nieve acumulada en la puerta y dejar su despensa abastecida para una semana.
La ola de frío polar que azota al país con temperaturas que han alcanzado los -40º y una sensación térmica de -45º en zonas del Medio Oeste y del Este afecta a cerca del 75% de la población, lo que supone aproximadamente 216 millones de habitantes, según medios locales. El Servicio Meteorológico Nacional ha calificado las temperaturas de «potencialmente mortales». Ya han fallecido once personas. «Estamos lidiando con un frío histórico», sostuvo el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, en una conferencia de prensa este miércoles por la noche. «Las temperaturas ponen vidas en riesgo y tenemos que actuar en consecuencia», señaló. La ciudad ha establecido 270 refugios en edificios federales, centros sociales, bibliotecas e incluso estaciones de policía para los cerca de 16.000 sin techo que viven en Chicago.
El vértice polar ha provocado la cancelación de más de 3.000 vuelos en lo que va de semana, la mayoría del Aeropuerto Internacional Chicago-O’Hare, uno de los más transitados del país. Las oficinas han cerrado, lo mismo que los zoológicos, instituciones públicas y universidades. Incluso el servicio de correos tuvo que suspender el reparto en algunas áreas. Los colegios también han suspendido las clases. “El lunes a las cinco de la mañana comenzó a sonar mi móvil y el de mi marido al mismo tiempo. Nos asustamos mucho y era una grabación del distrito en la que informaban de que no habría clases porque no habían alcanzado a sacar la nieve”, narra Catalina Pérez, quien vive desde hace cinco meses en un suburbio de Chicago.
Pérez, con un hijo de tres años y otro de seis, se las ha ingeniado con su pareja para evitar que los menores se suban por las paredes. A modo de juego, les propuso hacer un “día de pijama” -para que no quisieran salir afuera- y cocinaron galletas, armaron puzles y vieron películas. “Nunca había sentido tanto frío en mi vida”, dice ella, como la mayoría de los que no estuvo en la ciudad en la década de los 80. Los vecinos les han dado consejos, como dejar goteando la llave de agua más cercana a la puerta para evitar que se congele la cañería y luego explote, o tener siempre lleno el depósito de gasolina del coche para prevenir quedarse tirado en la calle por el hielo.
En los alrededores de lo que se ha transformado en una ciudad fantasma, Rodrigo Labra, de 32 años, no puede abrir la puerta del coche. Se ha congelado. Labra es empleado de un restaurante mexicano y su jefe le obligó este miércoles a trabajar, pensando que, como el resto de los locales no abrirían, sería una buena oportunidad para ganar clientes. Sin embargo, solo unas pocas personas se asomaron por el sitio y cerró a las 9.30 de la mañana. Ayer, permaneció cerrado, como la mayoría. John Benítez, gerente de la pizzería Lou Mlanati’s, que suspendió su servicio de entrega a domicilio, ofreció a sus empleados que se presentaran solo los que quisieran. Lo hicieron tres de 12. “Como la clientela también ha caído mucho, no ha sido problemático”. Benítez va a cerrar el sitio más temprano para que los camareros puedan pagar menos en el regreso a casa en taxi.
Camila Guarda, de 33 años, se aventuró a caminar sobre el manto de hielo craquelado sobre el lago Michigan, cuyas orillas también se congelaron. Los bloques de hielo emanaban una neblina causada por la diferencia de temperatura entre el aire y el agua. “Tenía miedo de que se rompiera, pero estaba tan congelado…”, comenta refugiada en un restaurante. Guarda, que cursa un postgrado en Northwestern, cuenta que la universidad ha cancelado las clases hasta hoy: “Antes, pusieron autobuses para trasladarnos en trayectos cortos y así no exponernos al frío polar”.