Corría el año 2011, teníamos poco tiempo (tres, cuatro años a lo mucho) que dimos de alta nuestro Facebook. Y se nos ocurrió subir fotos, letras de canciones, espiar a quienes nos gustaban, generar polémica. Poco después (2009-2010) descubrimos Twitter y nos fascinó la idea de que los líderes de opinión eran vulnerables, se podía cuestionar a un gobernante municipal, estatal o federal y hacerlo pedazos.
Aparecieron los llamados haters -en español odiadores– que se enmascararon con cuentas falsas y nos empezaron a golpear, se burlaban de nuestra forma de pensar, nos hacían bulliying, o nosotros de manera indirecta participamos en ello.
Y cuando Rafael Moreno Valle Rosas llegó al poder, creó a través de Puebla Comunicaciones, una serie de cuentas llamadas bots, porque son robots, desde esa oficina a los periodistas que cuestionaban algo del morenovallismo los ofendían, les gritaban chayoteros, se metían en la vida privada y los hacían añicos.
Todo orquestado desde Casa Puebla.
Como muchos aún éramos ignorantes del manejo de las redes sociales, nos enganchábamos con facilidad, pensando que respondíamos a personas de carne y hueso, pero poco a poco nos dimos cuenta que esas cuentas operaban de las 9 de la mañana, salían a comer de dos a tres de la tarde, y a las nueve de la noche dejaban de insistir y molestar.
Gente de la propia dependencia nos pasó el tip de que las cuentas eran creadas desde las oficinas de la televisora estatal y hasta tenían minions –estudiantes y ninis que con una coca bien fría hacían el trabajo del denuesto-. A nivel federal, las cosas no eran distintas, pues estaban los famosos peña-bots.
Con Juan Carlos Lastiri llegaron varios poblanos que ofrecieron sus servicios para las cuentas falsas y outlets (páginas de Facebook que suben memes y no cuentan con nadie mas que ellos mismos). Tanto a nivel federal como local se pagaban pautados altísimos para subir esas páginas y es por ello que en sus Facebook live aparecían miles y miles de seguidores aunque tuvieran no más de dos personas viendo sus programas de internet.
Los bots también servían para festejar la inauguración de alguna obra pública, como loritos repetían en cuentas de nueva creación las notas que querían difundir. Eran los tiempos de las facturadoras, los llamados Efos, así que se daban vuelo con depósitos en efectivo o de cuentas que eran de empresas que el representante legal era algún borrachito de la colonia que ni sabe que tenía a su cargo una empresa y una cuenta de banco.
Además de ello, todos los usuarios de redes sociales dejamos nuestra huella al aceptar las condiciones de Microsoft, Twitter, Google, Facebook, Instagram, Tinder, Snapchat, WhatsApp, Waze y hasta Google Maps. Nuestra vida privada había sido vulnerada porque insistimos en contar con quien estamos casados, divorcios, pleitos, todo. Y todo es todo.
Nos convertimos en un algoritmo porque nosotros somos el producto, pensamos que las aplicaciones son gratuitas pero no, el costo es nuestra privacidad, nuestros deseos, nuestras perversidades y nuestros sueños, bueno hasta nuestros fracasos.
Y sin darnos cuenta somos víctimas de ese algoritmo que nos dicta lo que debemos ver, escuchar, aspirar, amar y odiar.
Ahora estamos en esa situación: los políticos como Alejandro Armenta tiene su granja de bots y cuentas fantasma. No hay mucha ciencia en ello, uno se mete a los perfiles y sacan notas a favor del senador que odia a los críticos del ex priista.
Ahí siguen algunos con sus outlets pensando que con eso van a cambiar los resultados de las votaciones. Se han generado muchos pasquines electrónicos, no es necesario decir los nombres porque ni me acuerdo, pero ahí están. Páginas de nueva creación que solo suben boletines, fotos con algún alcalde de Tlachichuca, priistas de Oriental y dos tres notas.
Lo demás es lo de menos.
¿Cuánta influencia tendrán todos estos en las elecciones venideras?
Es difícil saberlo, pero suponemos que no tanta aún. Facebook es una cuenta de piolines. Instagram de frases de autosuperación. Twitter todos los días hay quien odia y quien ama, no hay medias tintas y está lleno de cuentas falsas. Tiktok no sirve de nada, es solo entretenimiento. Los llamados influencers (que de influyentes no tienen mucho), solo presumen ropa intima, o viajes, o marcas.
Los políticos aún no entienden el significado de los algoritmos y actúan como si fueran rockstars cuando la neta, la neta piensan que uno cree que son perfectos y no tienen defectos. ¡Pamplinas!
Estamos en una era digital que aún no entendemos y los políticos solo se festejan entre ellos. La banda internauta ni los ve ni los oye, ellos quieren ver fotos de chicas, chicos, motos, autos, moda y rock and roll como diría Fandango en los ochenta.
Pero con estas apps tenemos que arar.