Algunos estados del país sufren una violencia incontrolable debido a su estratégica ubicación para el tráfico de drogas. En estas localidades los habitantes han perdido la capacidad de asombro, pues diariamente son testigos de escenas dantescas.
Un ejemplo lamentable es Fresnillo, municipio de Zacatecas, que tiene por el momento la tasa de homicidios más alta del país, con 122 muertes en junio, según el gobierno mexicano. Últimamente, se ha convertido en un espectáculo de terror nacional, con cadáveres colgados en los puentes, metidos en bolsas de plástico o incluso crucificados.
Los habitantes de Fresnillo se sienten invadidos por la violencia y paralizados por el miedo, sus testimonios evidencian el fracaso de las políticas del gobierno mexicano para enfrentar al crimen organizado. La violencia ya era aterradora hace cinco años cuando explotaron unas granadas frente a la iglesia, a plena luz del día, dijo la mujer. Luego, algunos niños del pueblo fueron secuestrados y desaparecieron sin dejar rastro. Después tiraron los cuerpos de los ejecutados en las calles.
Y el mes pasado unos hombres armados irrumpieron en su casa, arrastraron a su hijo de 15 años y a dos de sus amigos y los mataron a tiros, dejando a Guadalupe —quien no quiere que se publique su nombre completo por miedo a los hombres— sumida en el terror, al punto de que no quiere salir de su casa.
“Quisiera que no llegara la noche”, dijo entre lágrimas. “No es vida estar con miedo”.
La mayoría de la población de Fresnillo, una ciudad minera en el centro de México, lo único que conoce es una vida aterradora; el 96 por ciento de los residentes dicen que se sienten inseguros, el porcentaje más alto de cualquier ciudad del país, según una encuesta reciente del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
La economía puede prosperar y colapsar, los presidentes, los partidos y sus promesas pueden ir y venir, pero para las 140.000 personas de la ciudad, como para muchas en México, hay una sensación creciente de que no importa cuáles sean los cambios, la violencia perdura.
Desde que el gobierno de México comenzó su guerra contra los cárteles de la droga hace casi 15 años, las estadísticas de asesinatos han aumentado de manera inexorable.
En 2018, durante su campaña para la presidencia, Andrés Manuel López Obrador presentó una gran visión para regenerar México y una forma radicalmente nueva de abordar la violencia. Dijo que iba a romper con las tácticas fallidas de sus predecesores. En vez de arrestar y matar a los traficantes como lo habían hecho los líderes anteriores, se concentraría en las causas de la violencia. “Abrazos, no balazos”, fue su lema. Y logró la victoria.
Pero tres años después de su abrumadora victoria y pese a que Morena, su partido, tiene el control del Congreso, las muertes continúan, lo que sugiere que el enfoque de López Obrador ha fallado, algo que genera una gran impotencia en muchas personas.
“Vivimos en medio de un infierno”, dijo Víctor Piña, quien se postuló para la alcaldía de Fresnillo en las elecciones de junio y presenció cómo uno de sus colaboradores, que estaba junto a él, fue asesinado a tiros durante un evento de precampaña.
En todo México, los asesinatos han caído menos del 1 por ciento desde que López Obrador asumió el cargo, según el Inegi. Eso fue suficiente para que el presidente afirmara, en un discurso el mes pasado, que hay una mejoría en ese problema que heredó su gobierno. “Hay paz y hay tranquilidad en el país”, dijo en junio.
En Fresnillo, muchos no están de acuerdo con eso.
“Esos ‘abrazos y no balazos’ no funcionan para nada, y menos aquí, en Fresnillo”, dijo Javier Torres Rodríguez, cuyo hermano fue asesinado a tiros en 2018. “Estamos perdiendo la capacidad de asombro”.
Entre otras estrategias, López Obrador se ha centrado en abordar lo que considera que son las causas fundamentales de la violencia y ha financiado programas sociales para mejorar la educación y el empleo de los jóvenes. Su gobierno también ha investigado la financiación del crimen organizado. En octubre, las autoridades anunciaron que habían congelado 1352 cuentas bancarias vinculadas a 14 grupos criminales, incluidos poderosos cárteles de la droga.
Pero esa serie de programas y acciones legales nunca se articuló en una política pública clara, dicen los críticos.
López Obrador también ha redoblado su apoyo a las fuerzas armadas, impulsando la militarización que también caracterizó a los gobiernos anteriores.
Un pilar central de su enfoque para combatir el crimen ha sido la creación de la Guardia Nacional, una fuerza de seguridad federal de 100.000 efectivos desplegada en unos 180 cuarteles regionales en todo el país. La semana pasada, López Obrador anunció que la guardia recibirá unos 2500 millones de dólares adicionales en fondos.
Pero los expertos en seguridad dicen que la Guardia, que el mandatario planea incorporar a las fuerzas armadas, ha resultado ineficaz. Sin un mandato claro, se ha centrado más en abordar la delincuencia de bajo nivel que en la violencia de los cárteles.
En Fresnillo, la Guardia Nacional no ha hecho lo suficiente, según explica Saúl Monreal, alcalde de la ciudad y miembro de Morena, el partido gobernante.
“Hace presencia, hace rondines, pero en este momento, lo que se requiere es estar combatiendo la delincuencia organizada”, dijo el funcionario.
Monreal fue reelegido durante las elecciones intermedias nacionales celebradas en junio. Fueron una de las elecciones más violentas registradas en México, con al menos 102 personas asesinadas durante la campaña, otra señal del desmoronamiento de la seguridad del país. En el ámbito político, su familia es poderosa. Su hermano, David, es gobernador electo de Zacatecas. Otro de sus hermanos, Ricardo, lidera a Morena en el Senado y ha dicho que pretende postularse para la presidencia en 2024. Pero ni siquiera el protagonismo político de la familia ha logrado rescatar a la ciudad o el estado.
Zacatecas limita con otros ocho estados y durante mucho tiempo ha sido un centro del tráfico de drogas, una encrucijada entre el Pacífico, donde se envían narcóticos y productos para la fabricación de drogas, y los estados del norte ubicados en la frontera con Estados Unidos. Fresnillo, que se encuentra en el centro de importantes autopistas y carreteras, tiene una ubicación estratégica vital.
Pero sus residentes dicen que, durante gran parte de su historia reciente, los dejaron solos. Eso comenzó a cambiar alrededor de 2007 y 2008 cuando el enfrentamiento del gobierno con los cárteles los llevó a escindirse, evolucionar y extenderse.
En los últimos años, la región se ha visto envuelta en una batalla entre dos de los grupos más poderosos del crimen organizado del país: el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación.
Los vecinos de la ciudad, como Guadalupe, han quedado atrapados en medio de los combates. Ella recuerda su infancia, cuando podía estar sentada en las escaleras con sus vecinos hasta la medianoche. Ahora, la ciudad se transforma en un lugar desolado después del anochecer.
Guadalupe no deja que sus hijos jueguen afuera sin supervisión, pero ni siquiera eso pudo evitar que la violencia destrozara a su familia. La noche en que mataron a su hijo, a mediados de julio, cuatro hombres armados irrumpieron en su casa, arrastraron a su hijo, Henry, y a dos amigos que estaban durmiendo. Hubo una ráfaga de disparos y luego los asaltantes se fueron.
Guadalupe ha pensado en marcharse de la ciudad o incluso en quitarse la vida. Por ahora, está sentada en la pequeña casa de bloques de cemento de sus padres, con las cortinas cerradas, mientras en la penumbra se ven las luces vacilantes de las velas del pequeño altar que hizo para Henry y sus amigos asesinados.
Con información de New York Times